Sunzi y el «dao de la guerra»:
contexto e interpretaciones en el Arte de la guerra
Desde
sus orígenes, el peor de los males sociales considerado por la civilización
china ha sido ―y es― el caos, desorden o desunión (luàn 亂). Este estado de convulsión
está estrechamente relacionado con el paradigma oficial chino del ciclo
dinástico. Éste dice que el poder en China hasta el siglo xx se ha caracterizado por un constante
vaivén centro-periferia y es precisamente al final de cada periodo dinástico
cuando el poder se descentraliza y surge la decadencia hasta que otro soberano
ocupa el poder. En consecuencia, la búsqueda de la armonía o el equilibrio (hé 和[1]), y por extensión
la paz, ha sido y es el campo de batalla de estos periodos «naturales» en tanto
que inexorables. Con todo, tradicionalmente han existido dos formas de abordar
este asunto común: mediante la fuerza, propio de los guerreros (wŭ武), o mediante la
persuasión, propio de los hombres de «cultura» o tecnócratas (wén文). El Arte de la guerra (Bīngfă 兵法) atribuido a Sunzi 孫子, uno de estos hombres de «cultura», se sitúa precisamente en la etapa de desintegración
de la dinastía Zhou (770-256 a.n.e.), alrededor del siglo v a.n.e., aunque esta fecha se sigue
poniendo en duda.
Durante
este periodo de crisis se da una pugna entre economía y guerra, es decir, una
crisis de valores del feudalismo Zhou (fēngjiàn
封建) entre el rey (wáng王),
encargado de mantener el bienestar social, y los señores feudales de los
diferentes estados periféricos, que ansiaban convertirse en soberanos de todo
el territorio (tiānxià 天下) mediante la guerra,
precisamente lo mismo que ya hiciera la dinastía Zhou en el siglo xi a.n.e. y que, mediante la
introducción de la noción del «mandato del Cielo» (tiānmíng 天命), basado en que el
Cielo elegía a quien mejor fuera capaz de proporcionar bienestar al pueblo,
pudieron justificar su usurpación. Es precisamente este argumento al que se
agarraban los barones feudales: si conseguían destronar a los Zhou ―y aquí nada
importaba si se llevaba a cabo o no a través de las armas― quedarían «justificados»,
puesto que el favor del Cielo habría cambiado debido a la mala gestión y
negligencia del soberano anterior en cuanto a su doble función sagrada y civil.
Ante
esta coyuntura, el aumento de la tensión por el poder iba en paralelo con una
transformación de la aristocracia a la meritocracia. Claro ejemplo de ello es
la famosa anécdota entre Sunzi y el señor He Lu del estado de Wu, en la que el
señor cede ante la eficacia, y así se demuestra en la forma de hablar de Sunzi
cuando insiste en decapitar a las dos concubinas favoritas del señor por no
acatar sus órdenes, algo sumamente peligroso en cualquier otro momento
histórico: «Un cop nomenat el
vostre general, hi ha certes ordres que jo, com a general, no puc acceptar»[2].
Y más tarde: «Al senyor li
agraden les paraules, però no sap convertir-les en fets»[3]. Otro
claro ejemplo de la tensión in crescendo
del momento, y por lo tanto, el abandono del honor, la deferencia y en cierto
modo la «ritualización» de la batalla, se encuentra, por ejemplo, cuando dos
ejércitos se encuentran en el paso de un río: mientras inicialmente se esperaba
a que el rival recupere su desventaja en el terreno, ahora, nos dice Sunzi, «si un invasor està creuant un riu, no us avanceu a
lluitar amb ell a l’aigua; deixeu que hagi passat la meitat de les seves forces
per atacar-lo amb avantatge»[4].
Así
pues, queda manifiesto que práctica y ética no iban de la mano sino que eran
diametralmente opuestas, de ahí que corrientes de pensamiento como la
confuciana, basada en el altruismo (rén 仁), y la daoísta, que
abogaba por la «no-intervención» (wúwèi
無為), no tuvieran éxito
entre los nobles. Contrariamente, pensadores como Mozi 墨子
(479?-381?
a.n.e.) sí que pudieron incidir en la actuación de la clase gobernante porque
sabían ocultar su valor pacifista bajo un pragmatismo evidente. En el caso del Arte de la guerra se encuentran la
mayoría de interpretaciones del dao 道 ―elemento común que utilizaron todas las
escuelas―, las más cercanas de las cuales fueron paradójicamente la de los daoístas.
De ahí, pues, que esta obra se haya considerado un compendio del pensamiento
político tradicional chino. En síntesis, el discurso que Sunzi utilizó en esta
obra a menudo también se conoce como «dao de la guerra».
Sin duda, la
interpretación con los orígenes más antiguos de su obra es la cosmológica,
conocimiento que ya se evidenciara mediante inscripciones adivinatorias durante
la dinastía Shang (s. xviii-xi
a.n.e.) y que durante el primer periodo imperial constituirá una escuela con el
Libro de las Mutaciones (Yījīng 易經)
como una de sus
fuentes esenciales de pensamiento: «Si els càlculs
fets al temple abans de començar les hostilitats mostren que els factors són
favorables, es podrà preveure una victòria; si mostren que els factors són
desfavorables, es podrà preveure una derrota»[5].
La vertiente
confuciana se presenta, lógicamente, en la moral de las personas, en este caso
asentadas sobre todo en las relaciones interpersonales soberano-general y general-soldado:
«El general que no avança per buscar la glòria i no evita retrocedir per
por del deshonor, sinó que el seu únic desig és protegir el poble i afavorir el
seu sobirà, és un tresor per a l’estat»[6].
Un ejército se destapa como una gran familia y es, de este modo, un microcosmos
de la sociedad, con lo cual el objetivo último no es otro que el de conseguir y
mantener el he: «En la guerra el general rep el mandat de sobirà. Aleshores mobilitza les
masses per a reunir un exèrcit i instaura l’harmonia dintre del seu campament»[7]. Por lo tanto, «Si el general vetlla
pels seus soldats com si fossin infants, aquests el seguiran fins a les valls
més profundes; si els estima com fills, el seguiran fins a la mort»[8].
Por último, el
credo ético-político confuciano pasa por la virtud que irradian los gobernantes
o, en este caso, el general, ya que «és el pilar de
l’estat. Si el pilar és ferm, l’estat serà fort; si el pilar té esquerdes,
l’estat serà feble»[9].
También se
vislumbran atisbos del legismo posterior en cuanto a la forma de gobernar; este
carácter, sin duda, ofrecía eficacia y garantías. Cierta visión destópica
basada en el premio y el castigo se observa por ejemplo en: «Allò que motiva els
homes a matar l’enemic és la fúria, allò que els estimula a prendre un botí es
la recompensa»[10].
El dao del buen gobierno también
radica, pues, en «saber castigar»: «Si imposeu càstigs
als vostres homes abans d’aconseguir la seva lleialtat, aquests no us obeiran.
Si no us obeeixen, no us serviran. Si un cop que hàgiu aconseguir la seva
lleialtat no executeu els càstigs, els homes tampoc no us serviran»[11]. Las leyes son, en definitiva, tan imprescindibles
como las personas, las circunstancias y las respuestas a la hora de gestionar
un ejército y una batalla: «L’expert en la
conducció de la guerra conrea el dao
i manté les lleis; d’aquesta manera té a les seves mans la victòria i la
derrota»[12].
De cualquier modo
―como se ha dicho antes―, son los elementos daoístas los que preponderan en
esta obra. Uno de ellos es sin duda la capacidad de saber actuar según la
circunstancia, la espontaneidad (zìrán
自然): «S’entra en batalla
amb maniobres ortodoxes, però s’obté la victòria amb maniobres inesperades»[13], por lo tanto, un manual de guerra al que acudir
carecería de sentido, algo totalmente opuesto a los ritos confucianos (lĭ 禮) (dinamismo versus estaticismo). De aquí también
se desprende la idea de relativismo, ya que ortopraxia y espontaneidad pueden
ser de ayuda o no según la situación, con lo cual hay que elegir dentro de su
infinitud de combinaciones posibles. En la obra también se hace uso de la
metáfora daoísta del agua que expresa adaptabilidad y flexibilidad: «El qui és capaç de transformar-se segons l’enemic, i així guanyar la
victòria, por dir-se diví»[14].
Esto está íntimamente relacionado con potenciar los valores yīn 陰 (vacío, defensa,
debilidad), frente a los valores yáng
陽 que primaban en la época (macizo, ataque,
fuerza). Como resultado, conociendo el dao
de los diferentes elementos que participan en la batalla, por ejemplo el de la
naturaleza, y actuando en base a él se puede hacer uso del poder que de él se
obtiene (dé 德), del mismo modo
que «els troncs i les roques, per la seva naturalesa,
queden quiets en un terreny pla, però rodolen per una pendent»[15].
Por todo esto, el general debe actuar como un «sabio» (shēng 聖), es decir, tiene que «actuar» a favor del
wuwei y debe ser
capaz de discernir la dinámica ventajas/desventajas. Así pues, «L’ideal suprem és vèncer l’enemic sense batalla»[16],
y esto nos lleva inexorablemente a los niveles de pacifismo y choque entre
guerra y economía, disputa que se rige de acuerdo a un utilitarismo moísta cuya
vara de medir no es otra que la relación ventajas (lì 利) versus inconvenientes (hài 害) en base al pueblo.
Todo
lo dicho hasta ahora es tenido en cuenta por muchos autores en cuanto a la
importancia e influencia que esta obra ha suscitado en el país de origen,
aunque otros tantos no lo consideren del mismo modo. De cualquier forma, la
difusión y valor que ha cobrado en Occidente
desde su llegada a finales de siglo xviii
es algo ineludible y nos invita una y otra vez a (re)interpretar y
(re)debatir todo cuanto encierra ―y genera―.
[1] Es preciso no
confundir este término con tóng 同 (igualdad, homogeneidad, conformidad,
identidad), idea incompatible con la pluralidad del territorio. Por el
contrario, hé 和 sí que es compatible con la diferencia en
tanto que la coordina en su justa proporción (zhōng 中).
[2] Golden, Seán y Presas,
Marisa, 2000, Sunzi. L’Art de la guerra,
Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Monsterrat, cit., p. 11. (No he
realizado una traducción propia por dos motivos: el primero, por respeto y (más
aún) admiración por la traducción de los autores de esta versión del Arte de la guerra de Sunzi, y segundo,
porque creo que los lectores castellanoparlantes no tendrán apenas problemas a
la hora de entender e interpretar todas las citas de este trabajo, por lo tanto
creo oportuno, ya no fomentar, sino simplemente realizar un estudio bilingüe
dentro de la naturalidad del contexto en el que se enmarca).
[3] Ibid, p. 11.
[4] Ibid, p. 55.
[5] Ibid, p. 30.
[6] Ibid, p. 61.
[7] Ibid, p. 49.
[8] Ibid, p. 61.
[9] Ibid, p. 38.
[10] Ibid, p. 34.
[11] Ibid, p. 58.
[12] Ibid, p. 42.
[13] Ibid, p. 43.
[14] Ibid, p. 47.
[15] Ibid, p. 44.
[16] Ibid, p. 37.
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