Etiquetas

2011/06/15

La sátira en Taketori monogatari: una mirada subversiva de la estructura social en el periodo Heian






La sátira en Taketori monogatari:
una mirada subversiva de la estructura social en el periodo Heian


Introducción

En cuanto al género, por lo general se considera Taketori monogatari 竹取物語como la primera obra de ficción de la literatura japonesa, así como también, de acuerdo a la escritura, la primera obra escrita íntegramente en kana 仮名. Sin embargo, en lo que atañe a la temática, existe cierta ambivalencia a la hora de determinar cuál es el tema principal de la obra, si bien aquellos que opinan que se trata del romanticismo final del cuento sobrepasan en número a aquellos que, contrariamente, consideran los capítulos centrales, caracterizados por un tono satírico y de crítica social, la raison d’être de esta obra. Este trabajo analiza precisamente el segundo de estos temas sin pretensiones de entrar en el debate, ya que, en mi opinión, ambos temas se complementan mutuamente y la obra, me atrevería a decir, ya no sólo sería completamente diferente si uno de ellos no estuviera presente, sino que simplemente jamás habría conseguido tanta popularidad.
            De nuevo, precisamente porque la ironía del cuento a menudo queda supeditada al poderoso sentimiento de aware 哀れ del final, no existe más que una escasa literatura que desarrolle un análisis serio de los capítulos centrales, al menos más allá de la que se escribe en japonés. Con todo, obras como las de Takagi Kayoko (2002a, 2010), basadas en su tesis doctoral (2002b), examinan esta temática de forma notable y aportan las herramientas de análisis necesarias para análisis posteriores.
            Estas desventajas me han impedido en cierto modo un análisis comparativo de los autores que han mostrado interés por el humor en Taketori monogatari, sin embargo, este tono de crítica social es harto palpable a lo largo de la narración, de modo que, con un conocimiento previo acerca de la estructura social durante el periodo Heian y de la literatura que precede a la obra, es posible llevar a cabo una interpretación mínimamente crítica.


            Del mito a la ficción (y con la ficción, la sátira)

Considero que no tendría sentido examinar directamente «cómo» es el tono satírico dentro de la obra sin antes explicar de forma sucinta el «porqué» de su aparición, si bien el origen de la ficción en la literatura japonesa no se explica sino a través de hipótesis que son re-debatidas continuamente.
            Según Konishi (1993: 444-457), la ficción nacería con la llegada de leyendas importadas incluso antes de nacer la lengua escrita. La razón principal que arguye es precisamente que la literatura hasta el momento no hacía más que trazar puentes con el pasado, imposibilitando, así, cualquier tipo de discurso ajeno al canon religioso. Los nuevos modelos que llegarían desde el exterior, pues, cuestionarían el statu quo literario-religioso. Dicho esto, no deja de sorprender el sentido de transmisión de estas primeras obras, es decir, desde arriba hacia abajo, desde la clase ilustrada hasta el ámbito popular[1]. Origuchi (1995), por su parte, va más allá y aporta una opinión diferente —aunque no exclusiva— que nos acerca un poco más a la idea de la aparición simultánea de la ficción y la sátira. El autor utiliza el término kishuryūri 貴種流離 («destierro de los príncipes») para señalar que es precisamente el ostracismo hacia aquellas figuras que sitúan los orígenes y articulan la historia del pueblo japonés el inicio de los géneros de ficción. De entre las obras que toma como modelo, el autor apunta el amor no correspondido y el posterior destierro político como elementos comunes que más se repiten, experiencias, ambas, muy relacionadas con la obra que nos atañe.
            Con todo, lo que parece evidente es el impacto del interjuego psicológico transmisor-interlocutor. Aquel que relataba historias inventadas en cierto modo «se aprovechaba» de las expectativas de ortodoxia —cual sinónimos de rigurosidad y veracidad— del oyente para causarle un choque emocional que, más allá de ser visto como algo vulnerador e inmoral, acabó por asentarse. Tal éxito se podría representar en las composiciones shii , mentiras o historias ficticias a modo de justificación. He aquí un ejemplo en el tercer tomo del Manyoshū[2]:

                                   Aunque digo que no,
                                   me cuenta historias de mentira
                                   la de Shii,
                                               no la escucho estos días
                                               y lo echo de menos.

                                   Yo digo que no,
                                   pero Vos me pedís que cuente más,
                                   por eso, lo hago.
                                               Encima me decís
                                               que son mentiras.

Del mismo modo, la aparición de la escritura kana también tuvo mucho que ver en la aparición de los géneros de ficción. La mímesis y el mimetismo que ejercía el pueblo japonés para con las letras chinas fueron siempre un impedimento a la hora de expresar la creatividad que potencialmente sí ofrecía la lengua vernácula. No obstante, el contacto con la esfera cultural sínica probablemente crecía de forma diametral con un sentimiento nacionalista dentro de la propia literatura (Takagi, 2010:93).
Cabe recordar aquí la importancia de las Yamato kotoba 大和言葉 en las relaciones interpersonales durante el periodo Heian. Veamos en la siguiente cita de Ury (1999: 405) cómo era el día a día de las damas en la corte Heian, ya que precisamente son las mujeres las que inicialmente llegaron a dominar la escritura en kana:

They led quiet, very private lives at home, practicing calligraphy, studying the poetic anthologies, improving their musicianship, reading or listening to stories, assembling costumes, caring for children, and keeping up a poetic correspondence with men and others in the outside world. The monotony of their existence was broken by the companionship (often chiefly nocturnal) of husbands or lovers, by domestic ceremonies and religious activities, and by occasional pilgrimages and sightseeing excursions, made behind the curtains of ox-drawn carriages.

Ciertamente, fueron estas relaciones amorosas las que convirtieron el kana en un nexo importantísimo entre hombres y mujeres: al fin y al cabo, una sociedad que sancionaba el nombre de las mujeres como tabú así como el simple hecho de ser vistas —ambos hechos causas de la pérdida de su identidad, hecho casi sinónimo de matrimonio—, quien no dominaba la composición de poemas waka 和歌 no podía gozar de ningún tipo de respeto, y por lo tanto, de éxito social y amoroso. En este sentido, a pesar de que los hombres también perfeccionaron la escritura en kana[3], fueron las mujeres las verdaderas protagonistas de su uso así como de la creatividad y libertad que proporcionaban.[4]
            Para concluir este apartado, me gustaría que la expresión «del mito a la ficción» del título que lo precede se cogiera con pinzas. La pregunta que cabe cuestionarse es, como apunta Takagi (2010:106-107): si el mito se justifica con la ausencia del «¿es verdad o no?» y la ficción trata precisamente de legitimarse mediante lo irreal, ¿dónde acaba uno y empieza la otra? Aún más, ¿dónde se encuentra la divisoria entre lo real y lo ficticio? Aunque no aporta una respuesta definitiva, dejaré hablar a Pavel, cuya lógica comparto:

Thus the frontiers of fiction separate it on one side from myth, on another from actuality. To these borders we should add the line that isolate the represented space of fiction from the spectators or readers. Accordingly, fiction is surrounded by sacred borders, by actuality borders, and representational borders […]. Within these funny, multiple borders, fictional territories grow in accordance with various patterns… (Pavel, 1986:75)

No trataré aquí de responder a estas preguntas, sin embargo, es posible que la sátira en la ficción no sea un simple subgénero, sino que sencillamente toda la ficción sea puro sarcasmo en tanto en cuanto «mito» y «ficción», a diferencia de lo que la tradición literaria ha concluido, no suponen dominios diferentes, no existe, en esencia, ninguna diferencia. Dejaré hablar, por último, a Franz Boas y Claude Lévi-Strauss:

It would seem that mythological worlds have been built up only to be shattered again, and that new worlds were built from the fragments. (Boas, 1898: 18)[5]

[I]f the content of a myth is contingent, how are we going to explain that throughout the world myths do resemble one another so much? (Lévi-Strauss, 1955: 429)


            La sátira en Taketori monogatari

Por lo general, la mayoría de los japoneses conocen o al menos saben empezar a narrar las primeras líneas de este cuento, sin embargo, cuando alguien les pregunta sobre si recuerdan algún elemento irónico de la obra, las respuestas son demasiado incómodas. Pero ¿por qué únicamente se recuerdan el principio y el final del cuento? Takagi (2010: 147) nos recuerda a Watsuji Tetsurō (1992: 145-159) como uno de los autores que ensalzan el final romántico de la obra. ¿Sería muy osado relacionar esta amnesia humorística con una de las más «célebres» figuras del nihonjinron como Watsuji? Supongo que sí. Pero no cabe olvidar que borrando de la memoria los capítulos centrales de la obra se pasan por alto no pocas escenas que ponen en ridículo a la corte de un país que todavía conserva la figura del emperador.
Así pues, ¿dónde se encuentra realmente tal sátira dentro de la obra? En este apartado se pretende dejar a un lado el aspecto romántico y definir y comentar este objeto de análisis que se localiza grosso modo entre los capítulos 3 y 7. El análisis no pretende ser ni mucho menos exhaustivo, sobre todo ante la falta de espacio: simplemente se trata de algunos comentarios a modo de reflexión.


Juegos etimológicos: palabras de «significado y medio»

Los dos primeros capítulos, sin bien tratan de «situar» al lector y plantear un hilo narrativo, también podrían considerarse una «antiprevia» a lo inesperado, un humor, por así decirlo, «tras el pincel» y no «tras las palabras». El cronotopo que se nos presenta al comienzo avanza a dos velocidades muy dispares: en el primer capítulo todo pasa demasiado deprisa, sin embargo, apenas se nos detalla el lugar de la acción. El humor que se avecina a partir del tercer capítulo es, pues, presto y pre-dispuesto. Sin embargo, no hace falta demasiado ingenio —siempre y cuando se tenga el conocimiento suficiente— para darse cuenta de que al final del primer capítulo el autor ya nos obliga a vislumbrar lo absurdo de lo que se nos cuenta:

Dicen que desde entonces se empezó a decir yobai —llamar insistentemente— para pretender a la amada. [195][6]

Al leer/oír la palabra yobai, el lector[7] pasa por un proceso de a) reconocer el término, b) percatarse de que no es esa la acepción que conocía previamente, c) preguntarse un «¿de veras?» o incluso engañarse a sí mismo con un «ya decía yo…», d) reflexionar acerca de su posible relación con el nuevo significado y e) darse cuenta de que éste, fonológicamente posible, no es más que una tomadura de pelo semántica que, a la postre, no va a poder contrastarse con ninguna fuente: el autor traza puentes desde el presente hasta el pasado que, si bien son de ida y vuelta, no permiten detenerse y contrastar. Además, como esta falsa etimología a modo de kakekotoba 掛詞 o «palabra pivote» propia de los waka 和歌 se encuentra al final de los capítulos[8], la sensación de engaño es aún mayor, ya que se interpreta como si el autor pretendiera extraer una moraleja —en este caso moralina— semántica donde no la hay, subordinando del algún modo todo el capítulo.
En definitiva, se haya o no aceptado la broma, lo que parece irremediable es que ese doble sentido permanezca con nosotros durante un tiempo: cada vez que leemos de nuevo esa palabra, cada vez que reflexionamos sobre ello, cada vez que presenciamos una escena semejante en la realidad, etc. Esa palabra ya no sólo tendrá un significado como lo tenía previamente, sino que de ahora en adelante irá acompañado de un «inquilino» semántico en constante sospecha.
Podríamos concluir, por esta razón, que el autor siempre acaba por salirse con la suya en cierto modo, lo que más tarde será agradablemente frustrante mediante las expresiones haji wo utsu («tirar el cuenco»), con el significado de carecer de honra [202]; tamasakanaru («joyas falsas»), para referirse a encontrar a alguien que está escondido [209]; abenashi («sin el Ministro Abe»), cuando algo no se consigue y uno pierde la ilusión [213]; ana tabegata («no se puede aguantar o no se puede comer»), cuando algo no resulta satisfactorio [219], kai ari («hay una concha»), con el significado de final feliz [224], y fushi («inmortal»), como origen del nombre de monte Fuji, si bien este último todavía arrastra el romanticismo de los dos últimos capítulos y se mezcla con él para, en mi opinión, demostrar —aunque sea de forma involuntaria— que sátira y ficción son mellizas, que, al menos en esta obra, una no se entiende sin la otra, las dos se complementan mutuamente, de ahí ese plus de aware, de ahí ese plus de sarcasmo.


No es oro todo lo que reluce: nobles versus la propia moral

Sin duda, los hechos más irónicos de la obra los protagonizan los cinco pretendientes de Kaguyahime. No obstante, el tono humorístico ya se establece incluso antes de las «hazañas» de estos pretendientes.

No es mi intención mediar hasta dónde llega el amor de cada uno […] Decidles a los señores que esperan mi respuesta que aquel que sea capaz de traerme lo que yo deseo será la persona que supere a los otros y me casaré con él. [198]

Estos cinco nobles ni siquiera habían visto u oído la voz de Kaguyahime, sólo se empeñan en tomarla como esposa por lo que se dice de ella. Como se ha visto más arriba, en la corte Heian el intercambio de poemas era la verdadera vara de medir en las relaciones interpersonales entre hombres y mujeres, pero en este caso los nobles no tienen siquiera esta referencia. Así pues, sólo cabe pensar que a lo que verdaderamente se enfrenta cada uno de estos distinguidos personajes no es sino a ellos mismos, a su propia moral, a su propio vanaglorio, y, como sucede al final de los capítulos, a sus propios miedos y vergüenzas. Lo que espera el lector tras las «cinco peticiones difíciles» —el propio título del segundo capítulo ya es por sí mismo jocoso: no se tratan de peticiones «difíciles», sino imposibles— es ver hasta dónde llega el orgullo de estas personalidades, qué limites serán capaces de rebasar para mantener alto su prestigio. Reitérese de nuevo: la imposibilidad de tener éxito en tales peticiones hace que el lector esté completamente seguro de sus fracasos, con lo cual solamente le hace falta esperar el momento en que eso suceda, así como las estrategias —léase excusas— de los pretendientes que no harán sino humillarse aún más. Efectivmente, estos hechos nos transmiten cierto sentimiento de okashi 可笑し, de empatía por lo ridículo, de considerar encantador lo patético, algo que la dama Sei Shōnagon 清少納言 practicaría profusamente en su Makura no sōshi 枕草子 posteriormente.
            Pero tratemos ahora las «hazañas» de cada uno de estos pretendientes. Los tres primeros capítulos, «El cuenco de piedra de Buda», «La rama de gemas de Hōrai» y «La piel del ratón de fuego», tienen en común la acción-reacción falseamiento-desenmascaramiento. Es decir, los pretendientes, ante la imposibilidad de conseguir tal encargo, concluyen que portar un objeto falso en lugar del original podrá convencer a Kaguyahime, pero, lógicamente, todos acaban por fracasar y reciben un castigo psicológico:

El Príncipe llevó esa carta a Kaguyahime, pero no recibió ninguna contestación […] Éste no tuvo más remedio que marcharse en silencio […] Dado que después de tirar el cuenco siguió cortejando a la mujer, lo que es poco caballeroso, surgió el dicho haji wo sutsu —tirar el cuenco— con el significado de carecer de honra. [202]

—Vergüenza en mi vida, no puede haberla mayor que ésta! No sólo no he podido conseguir a la mujer sino que seré objeto de murmuraciones y se burlarán de mí. [209]

La cara del Ministro se puso verde como la hierba […] Al leer el poema [de respuesta de Kaguyahime], el Ministro no tuvo más remedio que retirarse. [213]

Este castigo psicológico es, por así decirlo, peor que el físico en cuanto a que éste se experimenta y puede o no curarse, mientras que aquél no sólo afecta al presente, sino también a todo el pasado y el futuro del afectado, quien observa impotente como las habladurías sobre esta humillación se extienden inevitablemente de boca en boca. El punto más álgido, previo al descubrimiento de la verdad, es precisamente el falseamiento ante la propia princesa, una ficción dentro de otra ficción, una sátira dentro de otra; al menos este es el enfoque desde la perspectiva del lector, a través de la cual, con este segundo filtro, una observación con lupa de doble lente, parece comprender, nuevamente, la evidencia de un continuum entre ficción y humor.
            A diferencia de estos tres casos, en los dos capítulos siguientes,  «La joya del cuello del dragón» y «Koyasugai de golondrina», los protagonistas, aparte de acabar caricaturizados, también reciben un severo castigo —incluida la muerte. Precisamente el capítulo que acaba en tragedia, dejando a un lado este hecho, debería ser uno de los más irónicos, si no el que más, debido a que su fracaso se extiende en cuatro direcciones. La primera y la segunda, una deslegitimación de su figura delante de sus hombres y un autoengaño propiciado por su vanidad, en lugar de engañar a Kaguyahime como hacen los anteriores pretendientes:

—¡No lo encuentras porque no sabes buscarlo! Sólo yo sabré cómo hacerlo. Subiré y buscaré yo mismo […] Levantó su cabeza, y cuando abrió su mano, no vio más que el excremento seco que había depositado la golondrina. [222-223],

y la tercera y la cuarta, la llegada de ese descalabro a oídos de Kaguyahime y el poema como respuesta de ésta que, si bien no contiene sarcasmo y simplemente se preocupa por su salud, no deja de tratarse de algo lamentable el hecho de que sea la mujer quien inicie el intercambio de poemas, puesto que la costumbre social de Heian decía todo lo contrario (Takagi, 2010: 144):

Como los pinos de Suminoe
Que no reciben las olas del mar
            Años espero sin verte aquí
            ¿Es verdad lo que dicen? [223]

De cualquier forma, el pretendiente en cuestión se lo acaba tomando como un regalo caído del cielo, seguramente porque en ese momento agoniza de dolor y sabe que le queda poco tiempo de vida. No obstante, leer los siguientes versos de alguien como él, un Segundo Consejero, hacia alguien como Kaguyahime, hija de un cortador de bambú, no deja de ser puro chiste teñido de tintes melodramáticos: okashi en su estado más manifiesto.

Recibo tu carta que vale una concha
y si tienes un poco de compasión
            Podrías salvar la muerte de mi vida
            Sirviendo la medicina con esa concha. [224]

Recuperando de nuevo este mismo caso, el pretendiente hace un resumen de lo que seguramente han pensado todos sus «homólogos de la soberbia» tras la humillación a la que son sometidos:
                       
El Segundo Consejero no quería que la gente de la capital se enterara de aquel pueril desenlace a su petición de mano de Kaguyahime y se inquietó tanto que empezó a debilitarse. Lo que le atormentaba no era el no haber podido conseguir la concha, sino que la gente se riera de él al oír la historia. Así llegó a pensar que aquella infamia le importaba más que la muerte por enfermedad. [223]


Las apariencias engañan, los nombres propios no: sátira en los rangos sociales

En la actualidad, tanto los lectores de habla japonesa como los que no lo son no parecen interpretar nada en especial cuando piensan en los nombres de los cinco pretendientes en la obra. Empero, algunos de ellos, a saber, Abe, Ōtomo e Isonokami, sí que debieron ser populares en el momento de la redacción de Taketori monogatari allá por el siglo xix. Según Noguchi (1994), estos tres apellidos son nombres destacados durante los siglos vii y viii, justo cuando la nobleza empezaba a monopolizar el poder en torno al sistema de leyes ritsuryō 律令, basado en el modelo confuciano de la dinastía Tang (618-907). Pero de eso hacía aproximadamente dos siglos. A partir del 850 la familia Fujiwara, que ya trataba de monopolizar el terreno político mediante vínculos matrimoniales con la corte desde el siglo vii, será quien realmente posea el control político, social y económico en detrimento del emperador, en otras palabras, los regentes Fujiwara fueron los que de facto poseían todo el control. Lo que pretende el autor es, pues, poner en ridículo a una sociedad que pretendía perpetuarse en el poder pero que en ese momento estaba en plena decadencia.
            Los nombres de los dos pretendientes restantes, Ishitsukuri y Kuramochi, no están ausentes de una burla similar. Si analizamos los elementos que forman estos nombres vemos que Ishitsukuri (ishi , «piedra», más tsukuri 作り, «hacer», «crear») tiene por significado literal «creador de piedra». Sólo cabe recordar mediante un extracto del cuento qué relación tiene este nombre propio con las acciones de su poseedor:

Así mandó a Kaguyahime el mensaje de que se marchaba ese mismo día a la India con la misión de traerle el cuenco de Buda. Tres años de ausencia, en un monasterio de montaña de la villa de Tochi, en la provincia de Yamato, encontró un cuenco para las ofrendas a la imagen de Binzuru que estaba muy ennegrecido por el humo. Lo tomó y lo metió en una bolsa de seda brocada, lo ató a una rama con flores artificiales, y lo hizo llevar a casa de Kaguyahime. [201],

mientras que Kuramochi significa «poseedor de fortuna» (kura , «almacén», más mochi 持ち, «poseer»). Veamos la correspondencia entre su «fortuna» y sus actos:

El Príncipe, que fingió hacerse a la mar, al cabo de unos tres días, volvió a desembarcar en Naniwa […] Reunió a los seis mejores orfebres de entonces, construyó una casa de difícil acceso y, dentro, un horno acorazado con tres muros. El Príncipe se encerró allí con los orfebres para fabricar la rama de gemas utilizando todos los recursos que poseía en sus dieciséis fincas. [203]

Con estos dos ejemplos se puede observar cómo tras el «mito» incuestionable de los rangos (los nombres, el kotodama 言霊 al fin y al cabo), tras las apariencias, se esconde un comportamiento mucho más trivial del que a priori parecería. De hecho, la presentación de los personajes anda en acorde con un descenso en su rango: Príncipe, Ministro de la Derecha, Gran Consejero, Segundo Consejero, lo cual se podría interpretar como que al fin y al cabo todos son seres humanos de carne y hueso, y sin embargo todos ellos, independientemente de su posición jerárquica, comparten la misma hipocresía. Estas personalidades, pues, se equiparan al nivel de cualquier persona. En definitiva, la elección de tales nombres y su correlación con sus acciones amorales tienen un tono realista que los humaniza, tan real como lo es su pérdida de poder ante los Fujiwara.


            Comentario final

En lugar de resumir lo que he intentado exponer en este trabajo, trataré de concluir con algunas notas finales a modo de conclusión. Para ello permítaseme recuperar algunas ideas del filósofo, lingüista y crítico literario Mikhail Bakhtin que podrían servir para explicar la sátira en nuestra obra.
En primer lugar podemos utilizar el adjetivo «carnavalesco» para definir los capítulos centrales de Taketori monogatari. Ciertamente, no podemos comparar el grado de sátira de nuestra obra con el de La vie très horrifique du grand Gargantua, père de Pantagruel, de François Rebelais, a quien Bakhtin consideraba como el máximo exponente de la escritura carnavalesca, sin embargo, sí que podríamos recuperar el nivel de actitud social invertida si atendemos a la moral: Kaguyahime rechaza a grandes personalidades, incluso al Emperador; los príncipes, ministros y consejeros se comportan al contrario de como deberían, mientras que sus sirvientes parecen mucho más honestos, etc. En este sentido, también podemos percibir el carácter que proporciona el dialogismo en los comentarios del narrador, en particular mediante las falsas etimologías y los nombres de los pretendientes, creando así un doble discurso que hace que constantemente retrocedamos en el tiempo dos siglos. El lenguaje, pues, contiene términos que nos hacen viajar en el tiempo una y otra vez, que nos hace dar saltos sobre diferentes contextos, y, si esos movimientos tienen como única finalidad la broma, ello se hace especialmente gracioso.
            Por último, las nociones de heteroglosia y polifonía, muy relacionadas la una con la otra, también están presentes en estos capítulos en tanto en cuanto no sólo se le da voz a gente ajena a la corte Heian (el propio cortador de bambú), sino que su discurso (de nuevo, el del propio cortador de bambú) se equipara al de los demás personajes por ser el padre de Kaguyahime, deseada por muchos hombres, entre ellos los cinco pretendientes. Además, la menor presencia del narrador en estos capítulos aumenta sensiblemente el tono irónico en cuestión.
            En una sociedad que ya empezaba a cuestionarse el valor del kotodama, lo que al fin y al cabo se «puede» demostrar son los hechos y la sinceridad (makoto ), elemento clave durante la literatura de periodo Heian.

El viejo cortador de bambú seguía cortando bambúes, pero desde que halló a la niña, al buscar bambú empezó a encontrar bambúes de oro dentro de cada sección. Así se fue haciendo rico poco a poco. [194]

El cortador de bambú, como se dice en el primer capítulo, acaba siendo recompensado por su buena conducta al cuidar de Kaguyahime cuando la encontró en el bosque. La misma Kaguyahime parece otorgarles la misma oportunidad a sus pretendientes, sin embargo éstos hacen todo lo contrario y son castigados. Lo que se nos cuenta, quizá, es que el destino finalmente puede variar según los propios juicios.



Fuentes utilizadas:

Behr, Maiko R., 1998, «The Tale of the Bamboo Cutter: A Study in Contextualization. An Annotated Translation and Critical Examination of the Taketori Monogatari with Special Attention to Tanaka Ōhide’s Taketori Monogatari Kai Commentary», tesina de máster, Department of Asian Studies, Faculty of Graduate Studies, University of British Columbia.
Boas, Franz, 1898, «Introduction», en Teit, James, Traditions of the Thompson River Indians of British Columbia, pp. 1-19, Boston y Nueva York: American Folk-Lore Society.
Craig McCullough, Helen, 1999, «Aristocratic culture», en Shively, Donald H. y McCullough, William H. (eds.), The Cambridge History of Japan, Cambridge: Cambridge University Press.
Dubé, Joy Alexandra, 1996, A Textual Analysis and Comparison of the Taketori Monogatari and Cupid and Psyche, tesina de máster, Department of Asian Studies, Faculty of Graduate Studies, University of British Columbia.
Hasebe, Aki, 1999, “Bride-Stealing” and Royal Power in Classical Japanese Literature, tesina de máster, Department of Asian Studies, Faculty of Graduate Studies University of British Columbia.
Keene, Donald, 1998, «Preface», en Kawabata, Yasunari, The Tale of the Bamboo Cutter, Keene, Donald (trad.), Tokio: Kodansha International.
Konishi, Jun’ichi, 1993, Nihon bungeishi [Historia de la literatura japonesa], I, II, III, IV, Tokio: Kodansha.
Lévi-Strauss, Claude, 1955, «The Structural Study of Myth», Journal of American Folklore 68 (270): 428-444.
Noguchi, Motohiro, 1994, Taketori monogatari, Tokio: Shinchōsha.
Origuchi, Shinobu, 1995, Origuchi Shinobu zenshū [Obras completas de Origuchi Shinobu], III, Kodai kenkyū [Estudios de edad arcaica], Tokio: Chūō Kōronsha.
Pavel, Thomas G., 1986, Fictional Worlds, Cambridge, Massachusetts y Londres: Harvard University Press.
Requena Hidalgo, Cora, 2007, «La creación del mundo japonés: representaciones mitológicas y literarias en Kojiki», Espéculo (37).
Rubio, Carlos, 2007, Claves y textos de la literatura japonesa. Una introducción, Madrid: Ediciones Cátedra.
Shirane, Haruo (ed.), 2007, Traditional Japanese Literature: An Anthology, Beginnings to 1600, Nueva York: Columbia University Press.
Takagi, Kayoko, 2010 (2ª ed.), El cuento del cortador de bambú, Madrid: Ediciones Crítica.
—, 2002a (2ª ed.), El cuento del cortador de bambú, Madrid: Editorial Trotta y UNESCO.
—, 2002b, «Taketori Monogatari [El cuento de cortador de bambú], la primera obra de ficción en la literatura japonesa», tesis doctoral, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Autónoma de Madrid.
Ury, Marian, 1999, «Chinese learning and intellectual life», en Shively, Donald H. y McCullough, William H. (eds.), The Cambridge History of Japan, Cambridge: Cambridge University Press.
Watsuji, Tetsurō (1992): Nihon seishinshi kenkyū [Estudio sobre la historia espiritual de Japón], Tokio: Iwanami.


[1] El mismo Taketori monogatari es el resultado de un autor concreto y no de un compendio de voces populares sintetizadas en un cuento, si bien su autor ha necesitado de tal conocimiento.
[2] Traducción de Takagi Kayoko.
[3] Uno de los ejemplos más utilizados es el de Ki no Tsurayuki 紀貫之 (872-945) a través de su obra Tosa nikki 土佐日記.
[4] Autores como Takagi (2010:97) y Requena (2007) hacen uso de un análisis antropológico-literario que trata de trazar una línea a través de las figuras de las chamanes-miko 巫女, las contadoras de historias o kataribe 語り部 y las damas literatas de Heian con esa misma función, uneme 采女. Pretenden, de este modo, resaltar que la tradición literaria japonesa se debe, en gran medida, al género literario.
[5] ¿Acaso Taketori monogatari no se ha creado a través del conocimiento de la tradición literaria en Japón y los elementos importados desde el exterior?
[6] De ahora en adelante me limitaré a señalar el número de página de la obra (Takagi, 2010) entre corchetes.
[7] U oyente. De ahora en adelante me remitiré al texto que se conserva hoy en día, si bien, como ya sabemos, la obra original era distinta y se transmitía sobre todo de forma oral.
[8] En concreto todos menos el capítulo 2, 8 y 9.

No hay comentarios:

Publicar un comentario