La
primera gran llegada de chinos a Europa occidental:
los
Cuerpos de Apoyo Chinos durante la Primera Guerra Mundial
Introducción
Los orígenes de
la diáspora china, en un sentido amplio del término, se remontarían hasta la misma
formación del propio imperio. Entre los destinos de esta diáspora, Europa
occidental ha sido, a fecha de hoy, el más tardío y su volumen diaspórico no
tiene más que una dimensión marginal respecto a otras regiones del mundo. El
inicio de este nuevo flujo migratorio con un nivel relativamente considerable y
constante cabe situarlo grosso modo en
la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, existe una incipiente y comúnmente
desatendida fase migratoria. Este trabajo se ocupa de uno de los grupos
protagonistas de esta etapa inicial: los trabajadores chinos contratados por
los países aliados (Francia y Reino Unido[1]) durante
la Primera Guerra Mundial en el periodo 1916-1921, oficialmente denominados
«Cuerpos de Apoyo Chinos» (de ahora en adelante CAC). Esta experiencia
migratoria está doblemente marcada por su dureza y su escaso reconocimiento, de
ahí que merezca ser evocada de nuevo.
Una
mirada en perspectiva: fase histórica, políticas migratorias, orígenes y
destinos
Si bien la
periodización de las fases de la diáspora china varía según el punto de vista
con que se analice, siguiendo a Beltrán (2004), la presencia de trabajadores
chinos en Europa durante la Primera Guerra Mundial se podría enmarcar en una
tercera fase (1840-1930)[2]
caracterizada, en términos generales, por ser el mayor éxodo de mano de obra de
la historia ―también conocido como «tráfico de culíes», si bien no se limita exclusivamente
a esta categoría―. El factor clave que impulsó la salida de trabajadores chinos
(huagong 华工) fue la derrota
de China ante las potencias coloniales y su corolario inmediato: la firma de
tratados desiguales. En consecuencia, la apertura forzada de puertos al
comercio exterior trastocó sobremanera la economía tradicional, lo cual
comportó un empobrecimiento general y dio pie a guerras internas como la de los
Taiping (1850-1865). A nivel exterior, esta gran salida se explica, primero,
por la necesidad de mano de obra barata por parte de las potencias coloniales para
el desarrollo de la economía de plantación, la minería y las grandes obras
públicas de infraestructura, y segundo, por las fiebres del oro que surgieron en
California, Australia, Rusia y Sudáfrica. Este tipo de trabajadores, la mayoría
varones y sin especializar, salían de China tras la firma de un contrato de
trabajo con empleadores chinos o a crédito con las compañías marítimas
extranjeras. No obstante, los engaños y las pésimas condiciones durante el
viaje y la jornada laboral poco diferían de las que se sufría bajo la esclavitud
que justamente se acababa de abolir en la mayor parte del mundo. Así pues, los
chinos se convirtieron en la alternativa perfecta a los esclavos africanos.
En cuanto al gobierno chino, la
posición tradicional, bien sea a través de leyes, mediante una ideología
determinada o simplemente por pura negligencia, para con aquellos que emigran
no ha determinado de forma decisiva su movimiento, si bien es cierto que lo ha
condicionado y explicado en mayor o
menor grado. Es preciso, por lo tanto, analizar aquellas políticas migratorias
tanto en origen como en destino (estas últimas ya explicitadas sucintamente).
En China, a modo general, tras
siglos de ambivalencia con respecto a la figura del emigrante[3], no
será hasta la dinastía Ming (1368-1644) cuando se decrete una política
antimigratoria que durará, con periodos de más o menos relajación, hasta su
abolición formal en 1893, ya al final de la dinastía Qing (1644-1911) (de ahí
que los contratos de culíes eran a priori
ilegales).
Será
en el siglo XIX cuando se produzca una incongruencia, ocasionada por la
intrusión de las potencias coloniales, que, en cualquier caso, marcará el
inicio de la preocupación del imperio por la protección de sus compatriotas en
el extranjero: si por un lado éstos eran criticados de hanjian 汉奸 [漢奸]
(«traidores a los han») o zhuzai 猪仔 («cerdos»), por otro lado el
gobierno tomó conciencia del maltrato a que estaban expuestos[4] a
través de informes y misiones diplomáticas, así como de aperturas de
representaciones consulares[5]. La
Ley de Nacionalidad de 1909, basada en el principio de ius sanguinis, reforzará ―más tarde retomada por el Partido
Nacionalista en 1929― la visión del emigrante como «patriótico» hasta la
llegada al poder del Partido Comunista Chino.
Finalmente, es preciso destacar que
los trabajadores chinos que colaboraron con los aliados en la guerra no
procedían de los orígenes migratorios tradicionales, concentrados en focos muy
específicos de las provincias litorales de Fujian y Guangdong, cuyos emigrantes
y la descendencia de estos ocuparían un 90 por ciento del volumen diaspórico
actual (Beltrán, 2003, 2004b), sino mayoritariamente de la provincia de Shandong
(flujo migratorio relacionado, como luego se verá, con la ocupación colonial de
la zona). Asimismo, el destino de estos trabajadores en Europa occidental
(principalmente Francia y Reino Unido) tampoco fue el «habitual» si se observa
que al comienzo del siglo XX la diáspora china estaba concentrada casi en
exclusiva (un 90 por ciento; a mediados del siglo XIX casi en su totalidad) en
el sudeste asiático (Beltrán, 2004b: 27).
Tipología de los CAC: perfiles,
contratos y motivaciones
Los
aproximadamente 140.000 CAC reclutados en Europa occidental (100.000 por el
Reino Unido y 40.000 por Francia[6]) durante
la Primera Guerra Mundial, provenían, como se acaba de indicar, principalmente
de la provincia de Shandong[7], la
mayoría de los cuales correspondían al perfil de varón, de origen campesino,
empobrecido y analfabeto[8],
aunque de acuerdo a otras fuentes, entre sus filas también se incluían
estudiantes, pequeños oficiales desempleados y aquellos que se habían graduado
con títulos de bajo nivel a través del sistema de exámenes imperial, abolido en
1905 (Bailey, 1998: 64).
Esta
llegada, aunque no se tradujo en una estancia prolongada, sí supuso un impacto
de inmigración china nunca antes visto en Europa occidental. Si se toma el caso
del Reino Unido (Inglaterra y Gales), se observa cómo la llegada de alrededor
de 100.000 chinos en tan solo tres años (1917-1920) fue extraordinaria si se
compara con los 78 que había en 1851, los 202 en 1871, los 582 en 1891 y los
1.319 en 1911 (censo estatal, citado en Benton y Gomez, 2008: 51), la mayoría
de los cuales eran marineros (Beton y Gomez, 2008: 24-25). En Francia, por su
parte, en el año 1911 había censados apenas 283 chinos (censo estatal, citado
en Guerassimoff, 2003: 136). En este país estos residentes temporales se
caracterizaban por su heterogeneidad socioeconómica y profesional: estudiantes,
intelectuales, vendedores ambulantes, profesionales, periodistas, diplomáticos,
comerciantes, dueños de restaurantes, podólogos y trabajadores de la seda en
Dieppe y la soja en París (Live, 1991, 1998: 97).
Los contratos de los CAC estaban, en
principio, limitados a cinco años con la garantía del viaje de retorno tras su
expiración (si bien podían permanecer en el país, aunque en ese caso no
recibían el dinero del viaje de vuelta), regulaciones que esbozó con mucha
anterioridad el gobierno Qing en respuesta a las peticiones de reconocimiento
de mano de obra migrante por parte Francia y el Reino Unido ya en 1860 (Yen,
1985). Asimismo, existían dos razones principales que impulsaron este
reclutamiento por parte de China. La primera, el entusiasmo del presidente Yuan
Shikai a la demanda francesa de trabajadores en 1915 en aras de mejorar la posición
de China en la comunidad internacional en cuanto se redactase una conferencia
de paz, sobre todo para contrarrestar las ambiciones de su principal enemigo,
el Imperio japonés, quien se había apoderado de las concesiones de Alemania en
Shandong al declararle la guerra a este en condición de aliado británico. Y la
segunda, el programa cultural y social que gestionaban intelectuales chinos en
Francia, instalados ya desde principios de siglo, junto con los dirigentes del
Guomindang. El más destacado de estos intelectuales fue Li Shizeng (1881-1973),
quien pretendía formar una vanguardia de mano de obra «civilizada» que
contribuyera a difundir técnicas industriales y, en general, a reformar la
sociedad china tras su retorno (Bailey,
2008: 6-12). El proceso de negociación entre Francia y Reino Unido y el
gobierno del Guomindang no estuvo ausente de contratiempos[9] (e
incumplimientos, como más tarde se observará), si bien no impidieron el
reclutamiento por lo mucho que se jugaban todas las partes.
Finalmente —y visto el desarrollo de
los hechos no es baladí el orden de exposición—, es preciso mencionar las
motivaciones de los propios trabajadores chinos. Como se ha dicho más arriba,
las condiciones en China eran muy duras, sobre todo por la pobreza y el hambre
que se pasaba. Así pues, alistarse a los cuerpos de apoyo era una buena
oportunidad no solo para obtener comida, vestimenta, alojamiento, luz,
combustible, tratamiento médico y transporte gratuito tanto en el viaje de ida
como de vuelta, sino que también suponía recibir un estipendio mensual de 5,40
dólares para la familia de los trabajadores que se quedaba en China (Gull,
1918). A pesar de estos beneficios, en un principio los trabajadores chinos se
mostraron reacios a acercarse a los centros de reclutamiento, pero finalmente
la aprobación tácita del gobierno chino les inspiró confianza (Griffin, 1973:
63).
Una vez dentro de estos centros, a
los trabajadores chinos se les despojaba, se les lavaba y se les cortaba su
coleta. Pasaban, acto seguido, a hacerse una revisión médica. Si la superaban, firmaban
el contrato de trabajo ―por lo general con una huella dactilar, debido al gran
número de analfabetos entre los candidatos―, se les daba un número de
identificación que, aparte de constar en la documentación, siempre estaba
visible en una placa adherida a una cadena soldada que hacia las de pulsera. Si,
por lo contrario, la revisión no se superaba, se les tatuaba una pequeña cruz
en la muñeca izquierda y se les pagaba el viaje de vuelta a casa (Gull, 1918).
El viaje de China a Europa y las experiencias
laborales
Las travesías
fueron largas y peligrosas[10],
además de muy variadas (rodeando África, a través del Canal de Suez y cruzando
el Atlántico vía Canadá[11]),
principalmente por el patrullaje marítimo alemán[12] y la
escasez de barcos a disposición.
Una
vez en Europa, las experiencias también fueron diversas. Algunos hicieron un
«alto» en Folkestone, ciudad de vacaciones costera del sureste de Inglaterra
que pasó a convertirse en el mayor punto de tráfico marítimo del país, para
construir refugios militares durante el verano de 1917 (Carlile, 1920: 195,
citado en Frey, 2009: 45).
De
cualquier modo, la gran mayoría sirvieron en la costa norte de Francia y
Bélgica. Al llegar, fueron divididos en grupos y cada uno elegía un «capataz»
como líder, cargo que, si bien era recompensado con algo más de dinero, muchos
trataban evitarlo por su poca gratificación. Los CAC convivían segregados tanto
de los campamentos aliados como de los de otros trabajadores del resto de
nacionalidades. Trabajaban diez horas diarias cobrando un franco (19,30
dólares), seis o siete días a la semana, con raciones de comida diarias que
constaban de media libra de arroz, otra carne o pescado deshidratado, y otra de
verduras, así como media onza de té y otra de aceite (Griffin, 1973). No
existía la baja por enfermedad y, si esta se prolongaba más se seis semanas,
los familiares en china dejaban de percibir la paga mensual automáticamente
(Bailey, 1998: 64).
Los CAC no tardaron en ser
calificados de «intelectualmente inferiores» (Griffin, 1973: 92). Como se ha
dicho, la mayoría provenía del campo, pero los problemas estaban causados
principalmente por las barreras lingüísticas. Sin embargo, los británicos
pronto se dieron cuenta de las habilidades de algunos de ellos. En 1918, los
CAC ya estaban gestionando sus propias tiendas de reparación de camiones y
motos, herrerías, talleres de pintura, etc. Las tareas más comunes de los CAC
―que según sus contratos de trabajo no podían involucrarse en «operaciones
militares», aunque no por ello evitaban la instrucción en artes marciales― eran
las de cargar y descargar barcos, cavar trincheras, instalar vías de
ferrocarril, cocinar, construir barracones, fabricar munición e inhumar a los
soldados muertos[13]
(Live, 1998: 98).
Entre el etnocentrismo y la empatía
El gobierno
chino consideró el acuerdo con los Aliados como una forma de promocionar la
entrada de China a la comunidad internacional con un trato de igual a igual,
pero los CAC raramente fueron tratados como iguales por sus empleadores (Xu,
2011: 38). Más bien su estancia en Europa estuvo marcada por una fuerte
discriminación, particularmente, por parte de los militares británicos. Por
otro lado, la Young Men’s Christian Association (YMCA), una de las mayores y
más antiguas ONG del mundo, fundada en Londres en 1844, ayudó en gran medida a
que su día a día fuera más llevadero.
Más allá de las barreras lingüísticas
y los malentendidos que estas ocasionaban[14], el
trato de los oficiales británicos y americanos (que habían «alquilado» 10.000
CAC a los franceses) fue exagerado en muchas ocasiones[15].
Aunque hubo algunas excepciones. Se dice que hubo un oficial británico que
sabía un poco de chino y los trataba con amabilidad, y que cuando fue
transferido a otro campamento los CAC que habían trabajado con él le
acompañaron a la estación de tren como muestra de agradecimiento (Frey, 2009:
48). Otros problemas evitables tenían que ver con una incomprensión cultural.
Por ejemplo, la insuficiencia de arroz y agua caliente para el té, tener que
comer carne de caballo, no poder celebrar los días festivos chinos, etc. Entre
otros problemas cabe destacar las múltiples huelgas y protestas por sus
condiciones laborales ―lo cual desmiente el presumible carácter dócil de los
chinos que muchos artículos de diario del momento estereotipaban― y que, debido
a que no podían salir de los campamentos por las noches, los chinos pasaban
muchas horas apostando y, por lo tanto, peleándose[16].
Los franceses, en cambio, trataron a
los CAC de forma más humana. Estos no los confinaban a sus campamentos, sino
que a menudo condecían permisos para visitar poblaciones francesas, habitantes
de las cuales acabaron por apreciar el esfuerzo y la dedicación de los chinos.
Sin embargo fue la YMCA quien mejor
trato proporcionó a los trabajadores chinos. Esta organización se había
establecido en China en 1895 ganándose el respeto de los nativos allí a donde
iban, de ahí que los CAC los aceptaran de buen grado. Además, incluso había
estudiantes chinos que en ese momento se encontraban por Europa y se unieron a
la YMCA para apoyar a sus compatriotas (Wang, 2009). Esta ONG, entre otras
actividades, estableció una red de 140 cantinas destinadas a los CAC, operó en
muchos de sus campamentos y trabajaron como abogados, traductores, mentores y
confidentes, enseñaban a escribir cartas, daban clases de inglés, geografía e
historia europea, proyectaban cine y organizaban eventos deportivos, musicales
y teatrales. Al principio, británicos y franceses sospechaban de las acciones
de los miembros de la YMCA por el miedo a que estos extendieran el anarquismo entre
los CAC o que les impulsaran a hacer aún más huelgas, pero finalmente acabaron
por aceptar su importante labor (Wang, 2009: 331).
No
cabe olvidar, de todas formas, el carácter proselitista de la YMCA. Sus
miembros estaban convencidos de que tras el retorno de los CAC a China estos
expandirían la palabra de Dios y el espíritu cristiano allende fueran. Aún más,
los británicos también vieron la oportunidad de mejorar su prestigio
internacional manteniendo su apoyo a la YMCA (Griffin, 1973: 225-226).
Los CAC tras la Gran Guerra: retorno/permanencia
y no reconocimiento
Una vez
concluida la guerra[17], los
CAC fueron muy poco reconocidos en comparación con otras nacionalidades con
procedencias coloniales. Además, fueron los últimos en ser repatriados. Las
tropas norteamericanas tuvieron prioridad ante la escasez de barcos, y los
aproximadamente 140.000 CAC (sin olvidar otros 50.000 más en Rusia) fueron
retornando a un ritmo de 6.000 trabajadores por mes. Los que todavía no podían
volver, mientras tanto, continuaban trabajando en Francia debido a la escasez
de mano de obra[18],
aunque no precisamente en labores poco peligrosas. Entre ellas se incluían el
reconocimiento de proyectiles[19], la
recuperación de fragmentos de metal aprovechables y los servicios de entierro.
En 1919 todavía quedaban 50.000 CAC, y los últimos 60 en ser expatriados lo
hicieron en marzo de 1922, siendo la inscripción de nombres en las tumbas en
Francia de sus compatriotas su última labor (Griffin, 1976).
Con
todo, fueron muchos los que se quedaron, ya sea porque no encontraron un barco
para volver, porque querían un salario mejor o porque simplemente no querían
volver a China por el momento. La mayoría se quedó en Francia, aproximadamente
3.000 de ellos (Pairault, 1995: 25-28), probablemente por el evidente maltrato
de los oficiales británicos. Estos, al igual que aquellos que gravitaron hacia
Londres o Liverpool[20], por
lo general se entremezclaron con las comunidades chinas preexistentes, bien sea
para obtener trabajo directo a través de ellos o como simple estrategia de
supervivencia.
El
saldo de muertes totales, ya sea por ataques enemigos, accidentes o
enfermedades[21]
no se sabe con exactitud, si bien oscila entre los 2.000 (Bailey, 1998: 65) y
los 10.000, según la fuente que se consulte. En el continente europeo, los CAC
están enterrados en pequeñas secciones de cementerios distribuidos a lo largo
de Francia y Bélgica, siendo el situado en Noyelles-sur-Mer el mayor con 842
tumbas[22]. Además,
en 1925, la Asociación General de Trabajadores Chinos en Francia, establecida
en 1919 y que pasaría a representar a aquellos que se quedaron tras 1922,
exigió al gobierno francés reconocimiento a las víctimas mediante la
construcción de un monumento conmemorativo. En el Reino Unido algunos fueron
enterrados en el Shorncliffe Military Cementery, cerca de Folkestone, y otros
en Plymouth (Parker, 1995: 56).
Conclusiones
A través del
repaso de las experiencias de los CAC y de lo que ello significó dentro de la
historia de la diáspora china, se pueden extraer una serie de características
que distinguen y particularizan este flujo migratorio en relación a los que le
habían precedido. (1) El gran volumen de emigrantes chinos en una región
geográfica «nueva» como lo fue Europa occidental; (2) los orígenes no
históricos de este flujo migratorio, principalmente la provincia de Shandong;
(3) una emigración impulsada y gestionada por el estado chino, lo cual entró
directamente en contradicción con las anteriores políticas migratorias; (4) el
carácter temporal de la mayoría de los CAC, lo cual resalta el origen y los
objetivos en que se basaron tal experiencia; y (5) la presencia previa del Otro
(potencias coloniales) dentro del propio territorio como catalizador de la
salida. Con todo, el etnocentrismo por parte de los europeos junto con el poco
peso de movimiento migratorio dentro de la historia de la diáspora china hacen
que los protagonistas de esta historia queden relegados a un papel más que
secundario en la memoria histórica de ambos territorios.
Más allá de estas particularidades a
nivel histórico, resaltan en este relato las diferentes estrategias de los huagong que ponen de manifiesto su
agencia dentro de un proyecto, como se ha visto, ideado y dirigido desde la
cúpula del Guomindang. Si bien podían imaginarse la dureza del trabajo y los
peligros potenciales que podrían encontrarse al vivir y trabajar en países en
medio de una guerra, muchos no toleraron actitudes peyorativas, amenazas y
maltratos por parte de los oficiales.
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[1]
Rusia también reclutó a un número elevado de trabajadores chinos (50.000), sin
embargo no se tratará en este trabajo puesto que se centra en el movimiento
migratorio hacia Europa occidental.
[2]
La primera fase (hasta el siglo XVI) la protagonizan principalmente monjes
budistas y comerciantes; la segunda (siglo XVI-1840) tiene que ver con la
aparición de comerciantes occidentales principalmente en el sudeste asiático,
de ahí, aunque no únicamente, el gran aumento del número de asentamientos
chinos formados principalmente por comerciantes (huashang 华商) en esta región (Beltrán,
2004a).
[3]
Este fenómeno se explica, en parte, por una paradoja que se encuentra en la
misma base de los valores confucianos. Por un lado, el confucianismo hace
hincapié en la agricultura y desestima el comercio, es decir, proclama una
sociedad no basada en el crecimiento económico, sino en la satisfacción de las
necesidades humanas básicas, y prioriza la piedad filial, tarea que no puede
realizar aquel que está ausente físicamente (Beltrán, 2003a: 54). Y por otro
lado, la presión demográfica en zonas cultivables y herencia a partes iguales
por los hijos varones, así como factores externos como invasiones o desastres
naturales hacen que «la migración, en definitiva, [sea] una estrategia
doméstica de supervivencia familiar» (Beltrán, 2004: 29), si bien ello no
conduce al abandono de los valores y prácticas confucianas, imprescindibles,
asimismo, para la supervivencia y pervivencia de las familias.
[4]
Un ejemplo que ilustró la no pasividad de los culíes chinos fue el caso del Anais, un barco que transportaba
trabajadores chinos a Cuba que en 1857 fue descubierto destrozado cerca de
Macao. Supuestamente, los chinos que viajaban a bordo se rebelaron, mataron a
todos los marineros y dirigieron la embarcación como pudieron hasta la costa de
Guangdong para dispersarse y volver a sus lugares de origen (Centre d’Archives d’Outre-Mer 126
[1097], citado en Bailey, 2008: 5)
[5]
Resultado de este interés por la figura del emigrante es precisamente la
denominación que se acabó adoptando a finales de siglo. Así pues, los súbditos
chinos fuera del imperio pasaron a llamarse huaqiao
华侨, con toda la carga performativa que ello
implicaba: mientras hua marcaba el
mantenimiento y cultivo de la sinidad, qiao
definía al emigrante por su carácter transitorio. Este trato fue utilizado
indistintamente tanto por el gobierno Qing como por los republicanos de acuerdo
a sus agendas políticas respectivas.
[6]
A modo de ejemplo, los chinos fueron la mayor nacionalidad en número de
trabajadores que empleo el gobierno británico, seguido de indios, sudafricanos,
egipcios y caribeños de las Indias Occidentales Británicas. El gobierno
francés, en cambio, reclutó en el periodo 1916-1917 a 36.941 (el 5,6 por ciento
de un total de 662.000) (Horne, 1985: 59), constituyendo, así, la cuarta
nacionalidad que más contribuyó. Los españoles, con 230.000 reclutados (34,7
por ciento), encabezaron la lista con una amplia diferencia.
[7]
Por ejemplo, de acuerdo a los datos aportados por el Ministro de Guerra francés
en 1922, 31.409 trabajadores chinos provenían del norte de China (Shandong,
Hebei, Hubei y Anhui), 4.024 del sur, 1.066 de Shanghai y 442 de Hong Kong
(Bailey, 1998: 64).
[8]
En el caso de Francia, se dice que el índice de alfabetismo era de solo un 20
por ciento en el momento del reclutamiento, aunque en 1920, este había subido a
un 38 por ciento como resultado de clases organizadas por aquellos que eran
estudiantes (Chen Ta, 1940).
[9]
El gobierno francés, si bien había empezado las negociaciones a través del
Ministerio de Exteriores, en última instancia será el Ministerio de Guerra, a
través de la llamada «misión Truptil», quien llegó a alterar de forma
unilateral parte de lo anteriormente pactado con China, hasta el punto de no
reclutar a más trabajadores chinos a principios de 1918 y de no querer,
inicialmente, remunerar a los CAC por su «baja calidad» (Xu, 2005: 120-122). El
acuerdo se cerró el 14 de mayo de 1916 con la Compañía Huimin, una corporación
aparentemente privada, pero que en realidad estaba dirigida por el ministro
Liang Shiyi, lo cual provocó las protestas de los alemanes. Los centros de
enrolamiento se efectuaron en Tianjin, Qingdao y Pukou.
Los británicos, por su parte, creyeron
inicialmente que no necesitaban de mano de obra china, ya que ellos mismos se
consideraban muy superiores. Sin embargo, las serias derrotas y el gran número
de víctimas que sufrieron en el verano de 1916 les hicieron cambiar de opinión
a principios de 1917. Así pues, el gobierno británico pretendió contratar a
chinos del sur desde Hong Kong, pero la diferencia de climas entre ambos
territorios hicieron que el reclutamiento se llevara a cabo finalmente en
Weihaiwei, ciudad portuaria británica (1890-1930) del noreste de Shandong. El
alistamiento, a diferencia de Francia, lo gestionaron directamente los
británicos a través de agentes chinos para evitar potenciales conflictos
internacionales.
[10]
La primera salida por parte de barcos franceses, a bordo del Empire, zarpó de Taku con destino a
Marsella el 10 de julio de 1916 con 1.700 trabajadores chinos y llegó en
agosto. El Teucer, el primero de los
navíos británicos, lo hizo en enero de 1917 de Weihaiwei con destino Le Havre,
con 1.083 tripulantes chinos, llegando primero a Plymouth en abril
(Summerskill, 1982: 2, 24, citado en Frey, 2009: 44).
[11]
En este país, los CAC fueron tratados más como prisioneros que como Aliados
(Xu, 2011).
[12]
El 24 de
febrero de 1917, un barco francés, el Athos,
fue torpedeado por un submarino alemán, lo que provocó la muerte de 543 chinos
y el pánico de aquellos que estaban a medio camino (Gull, 1918).
[13]
La falta de mano de obra en Francia hizo que algunos CAC acabasen trabajando en
el campo. Los franceses pronto vieron que las técnicas de cultivo chinas
doblaban la producción y pronto los británicos pensaron en contratar a un grupo
de trabajadores chinos, aunque las necesidades en el continente eran mayores,
así que acabaron por abandonar el plan (Lewis, 2005: 112-113).
[14]
Por ejemplo, cuando un oficial angloparlante escrutaba a los trabajadores
chinos «Let’s go!», estos lo relacionaban con una frase china relativamente
homófona que significa «sucio perro muerto», lo cual provocaba su ofensa (Frey,
2009: 48).
[15]
Lo fueron incluso para con aquellos compatriotas que estaban más en contacto
con los CAC, condenándolos, por ello, al ostracismo. No obstante, muchos de los
oficiales que se encargaron de dirigir a los CAC desarrollaron una empatía
hacía ellos por su gran dedicación no solo al trabajo, sino en actos tan
humanos como arriesgar la vida para ayudar a ciudadanos británicos que estaban
en peligro ante ellos (Frey, 2009: 51).
[16]
En estas trifulcas se llegaba incluso al asesinado. Los británicos ejecutaron a
diez chinos como castigo (Frey, 2009: 49).
[17]
Las consecuencias de la guerra para China son bien conocidas. La Conferencia de
Paz de París (1919) y el Tratado de Versalles (en vigor en enero de 1920) no
supusieron la derogación de los tratados desiguales del siglo XIX ni el retorno
de la soberanía china en Shandong, lo cual provocó un profundo malestar. Más
allá de la desafección que significaron estas resoluciones en China, es interesante
el relato de Peter (1919), quien rescata el testimonio de un CAC que decidió
dejarse crecer de nuevo la coleta. Este hecho muestra cómo, a través del trato
que trabajadores como él recibieron durante la guerra, el malestar de los
tratados y la desconfianza en los Aliados ya era más que evidente en los
campamentos de trabajo.
[18]
De acuerdo al contrato de los CAC, estos debían permanecer hasta seis meses
más, si era necesario, tras el final de la guerra. La ambivalencia residía en el
hecho de que nunca se llegó a aclarar si este coincidía con el inicio las
negociaciones de paz o con la firma del tratado final.
[19]
Algunos CAC perdieron la vida en este tipo de trabajos, sobre todo cuando
confundían las granadas de mano con otro tipo de artillería.
[20]
Es remarcable que el gobierno británico no reconociera a los chinos que
residentes tras la guerra, ya que solo tenía en cuenta aquellos que yacían bajo
tierra propia (Benton y Gomez, 2008: 28).
[21]
Los fríos
inviernos franceses, la humedad y las pésimas condiciones de higiene y
salubridad dentro de sus refugios ―donde llegaban a convivir hasta 1.500
personas― hicieron la tuberculosis, la bronquitis y otras enfermedades
respiratorias fuesen habituales (Lewis, 2005:
112-113).
[22]
De acuerdo con
los valores confucianos, es importante que los hijos nunca abandonen a sus
padres y a su tierra natal. Para tratar de seguir esta norma, todas las tumbas,
hechas de piedra con el nombre, el número de identificación y un breve
epitafio, de los CAC miran hacia el este (Frey, 2009: 47).
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