Japoneses
en Brasil, brasileños descendientes de japoneses en Brasil, trabajadores
temporales brasileños de descendientes japoneses en Japón…: recorridos
singulares, definiciones complejas
Introducción
La gran mayoría
de académicos que han trabajado en torno a los movimientos migratorios de los
japoneses y los nikkei (descendientes
de japoneses) han basado sus resultados en trabajos de campo de medio o largo
plazo. Asimismo, no es extraño que un gran número de estos autores sean o bien
japoneses o bien nikkei, lo cual
sugiere y exige en mayor o menor grado una proximidad práctica y/o emocional.
Inevitablemente, esta exigencia se torna impedimento para los potenciales
conocedores de estas historias. ¿Por qué es esto así? Precisamente porque
todavía no se ha articulado un relato que los explique (y justifique) a la par
de otros metarrelatos. En mi caso no se corresponden ni la metodología ni la
proximidad étnica de estos académicos, de ahí que el punto de vista de este
trabajo quiera partir únicamente desde la perspectiva y cierta abstracción. Se re-interpretarán,
pues, recorridos y dinámicas a partir de resultados de estos autores y se
extraerán, además, algunas conclusiones propias. Concretamente, en primer lugar
se reflexionará (de nuevo) brevemente sobre varias nociones teoréticas tales
como “raza” y “etnicidad”, así como sobre el transnacionalismo; en segundo
lugar, y ya tratando específicamente a los japoneses y a los nikkei, se analizarán las variaciones de
la noción de “hogar” en la percepción de estos actores; en tercer lugar, se
discierne entre las ideas de pertenencia y pragmatismo y se discute su
importancia según la exigencia de las circunstancias; en cuarto lugar, se
presenta la hipótesis de una posible globalización de las causas que impulsan
las migraciones; por último, se extraerán algunas conclusiones generales y se
sugerirán algunas posibles líneas de trabajo.
Conceptos
movedizos
Tal y como
explica Linger al inicio de su etnografía, “Uno no debería ´subordinar las
vidas a la teoría’” (Linger, 2001: 10). Esta declaración no obliga al investigador
social a abandonar el uso de categorizaciones, pero tampoco debería eximirlo.
Linger simplemente nos recuerda la capacidad del ser humano para no ser
taxonomizado; en otras palabras, nos avisa del carácter ineficaz y efímero —de
ahí su violencia— de los conceptos empleados por las ciencias sociales.
Dos de los ejemplos que mejor
corroboran este carácter son las nociones de “raza” y “etnicidad”. En este
trabajo no habrá espacio para discutir el alcance de su gran ambigüedad (si
bien se verá ejemplificado en los siguientes apartados), sin embargo huelga
decir que estas representaciones mentales no solo se basan en características
físicas o un patrimonio nacional, sino también en aspectos económicos,
políticos y culturales[1]. A
modo de ejemplo, incluso si la mente humana estuviera naturalmente estructurada
para ver el mundo en oposiciones binarias, el binarismo blanco-negro —vara de
medir aparentemente “universal” para cualquier otra clasificación racial— no
dejaría de ser sino un producto meramente cultural: para los japoneses que
vivieron las sucesivas llegadas de europeos y estadounidenses, la diferencia
entre el “nosotros” y el “ellos” la marcaban el color de los ojos, el tamaño de
la nariz y la cantidad de bello corporal, diferencia que además les sugería un
signo evidente de retraso evolutivo[2]
(Adachi, 2010: 2-3). De este modo, la ciencia decimonónica trataba de
justificar la relación de lo fenotípico/biológico con lo racial/cultural, pero
también los científicos del siglo veinte lo harán a través de los tests de
coeficiente intelectual, e incluso actualmente todavía se persiste en la
búsqueda de este tipo de analogías bajo el paraguas del cientificismo. Lo
importante de todo esto, en cualquier caso, es que, si bien biológicamente las
diferencias entre razas no quedan demostradas, estas sí persisten como
categorías sociales o ficciones. Por lo tanto, “a efectos prácticos [estas
diferencias] son ontológicamente reales, como cualquier persona de cualquier
‘minoría’ podría atestiguar” (Adachi, 2010: 4). En lo referente a la idea de etnicidad
en particular, creada solo desde los 1960, no emergería a través de una
afinidad física percibida, sino a través de relaciones sociales donde se
experimentan similitudes culturales e históricas, a menudo imaginadas o
inventadas.
Parece
claro, pues, que raza y etnicidad no son tipos,
sino relaciones humanas que se
utilizan para diferentes objetivos (discriminación, identidad, solidaridad, cohesión,
etc.). Cabría ligar, pues, estas ideas a la de transnacionalismo.
Aunque
el uso del término “transnacionalismo” per
se sea reciente, lo cierto es que la creencia misma de que el territorio
está basado en la idea de nación-estado proviene del contexto imperial y sus
proyectos coloniales, es decir, de la identificación de estados independientes
diferenciados de sus colonias. No obstante, hasta el final de la Guerra del
Pacífico los académicos todavía usaban conceptos como cultura y sociedad no
limitados por las fronteras de las naciones-estado, como es el caso de las
corrientes difusionistas. Será con las perspectivas de los funcionalistas y los
estructural-funcionalistas británicos, así como sobre todo en los 1940 con la
obra de Clifford Geertz, que las “comunidades” pasaron a ser unidades discretas,
estables y con significados históricamente locales, hecho que las aislaba en
gran medida de procesos como el capitalismo o el colonialismo (Glick, 2004:
450). Esto es importante porque a partir de entonces los estudios de migración
pasarán a tener una visión casi exclusivamente estado-céntrica. Con la masiva
reestructuración del capitalismo por parte de grandes corporaciones y entidades
financieras nacionales desde los 1970,
se fortaleció aún más una barrera metodológica que no escaparía de la vinculación
entre los intereses nacionales y la finalidad de las ciencias sociales. El
paradigma en las agendas políticas estatales ha pasado de la asimilación al
multiculturalismo; sin embargo, el fracaso de este en los últimos años está
trayendo de vuelta políticas asimilacionistas en algunos estados.
Así
pues, no habría que entender el pasado como estable y estático y el presente
como inestable y fluido, ya que nos llevaría a un determinismo tecnológico
(Glick, 2004: 456). En este sentido es pertinente llevar a cabo una reflexión
del porqué, por ejemplo, del objeto de estudio de este trabajo. Tratar sobre
los japoneses en Brasil y los nikkei
brasileños ahora implicaría en cierto
sentido continuar con el mito de que el pasado contenía culturas homogéneas y
que ahora vivimos en un mundo de hibridad y complejidad. Es más, al hablar de
identidades y pertenencias en un contexto transnacional (“comunidades
transnacionales”) se corre el peligro de tipificar actitudes y formas de hacer
de cada comunidad, cuando en realidad ni todos los miembros de una comunidad
comparten los mismos intereses e ideologías, ni la idea de “identidad” juega un
papel tan importante en el día a día como los académicos a menudo tratan
—incluso ingenuamente— de enfatizar. La idea de “comunidad” trans-nacional,
pues, no deja de estar explicada desde y para los estados-naciones.
Entre el “hogar” y el extranjero
Las imágenes de
“hogar” a menudo son reconstruidas en las mentes de los migrantes
transnacionales de formas peculiares. Se trata, al fin y al cabo, de una
reconstrucción de la dicotomía “propio” y “ajeno”. De esta forma, con el
subtítulo “Entre la emigración y la inmigración” no solo hago referencia a la ida de japoneses issei (primera generación) a Brasil y la vuelta de nikkei a Japón,
sino que también cuestiono las ideas mismas de “emigración” e “inmigración” por
tratarse de términos creados desde el punto de vista de quien permanece, de
quien no participa directamente en esa movilidad, o de quien simplemente
intenta explicar este proceso desde fuera.
Aún más cuestionable sería la idea
de “retorno” en el caso de los nisei,
sansei (descendientes japoneses de
segunda y tercera generación), etc[3]. En
el caso de los dekasegi (trabajador
temporal en el extranjero), o dekassegui
en su forma adaptada al portugués, estrictamente hablando este solo se
sustentaría formalmente a través del koseki
kōhon (registro familiar japonés). De esta modo, se les instruye para que (re-)conozcan
su condición de nikkei, requisito
para su estancia laboral en Japón. Paradójicamente, el requisito de que
únicamente “gozan” los nikkei para
trabajar en Japón en realidad no es más que un puro trámite burocrático. En
Brasil existe un sistema de agencias para reclutar y preparar toda la
documentación para trabajar en Japón, pero algunos incluso no dudan en pagar
las tasas necesarias a las agencias sin tener ni idea de los detalles de estas
gestiones (Ishi, 2008: 121).
La fragilidad de la idea de “hogar”
y “retorno” también se evidencia con lo que Sasaki (2009) denomina “movilidad
moral”, es decir, los vaivenes en la decisión o no de emigrar hacia Japón de
los emigrantes japoneses en Brasil y sus descendientes. En un primer momento,
los pioneros que emigraron a Brasil en 1908 lo hicieron con la idea de regresar
tras acumular cierto capital. Sin embargo, durante la década de 1920, las
presiones de la élite migrante, sobre todo editores de diarios y líderes de
organizaciones de inmigrantes, alegaron que esa mentalidad inicial era
perjudicial para el trabajo en el campo, con lo cual difundieron el lema de
“amar la tierra, establecerse de por vida”[4]. Más
tarde, tras el incidente de Manchuria en 1931 y bajo la ideología de hakkō ichiu (“el mundo entero bajo un
solo techo”), esta diáspora reafirmó la idea de establecerse a la vez que se
consagraban en mantener y reproducir la cultura japonesa. Poco después, la
llegada a la presidencia del autócrata Getúlio Vargas en 1937 y sus políticas
nacionalistas, las cuales supusieron la prohibición de la educación (1938) y la
publicación en japonés (1939), hizo que la mayoría deseara nuevamente volver a
Japón. La reacción de las élites en este caso fue la de propagar la idea de reemigrar
hacia el sudeste asiático que estaba bajo la Esfera de Coprosperidad de la Gran
Asia Oriental. La falta de medios de comunicación y las políticas
ultranacionalistas tanto en Brasil como de Japón hicieron que la noticia de la
rendición final japonesa en la guerra no llegara de forma regular y creíble, lo
cual supuso una división entre aquellos convencidos de la propia victoria (kachi-gumi) y aquellos que acabaron por
aceptar la derrota (make-gumi)[5]. Esta
división no fue baladí principalmente por dos motivos. Primero, porque aquellos
trataron de traidores a estos resultando en numerosos conflictos que incluso se
agravaron en forma de terrorismo por parte del kachi-gumi hacía la población brasileña no nikkei. Las protestas antijaponesas fueron un corolario de un
conflicto que en principio aparentaba ser local (Adachi, 2006: 114-117; Sasaki,
2009). Y segundo, porque el make-gumi
provocaría vergüenza a las siguientes generaciones, no sólo por sus orígenes
rurales y escasa competencia con el portugués, sino también por su supuesta
ignorancia (Adachi, 2006: 117). Esta confusión es causa y consecuencia de la disgregación
de muchas familias, donde lo padres permanecían en el campo mientras que los
hijos se trasladaban a la ciudad. El resultado final es evidente: el espacio
que acabaron ocupando unos y otros predispondrá en gran medida sus visiones de
la sociedad brasileña, las imágenes de Japón y lo que significa ser japonés en
Brasil.
En
definitiva, los migrantes japoneses y los nikkei
en Brasil se vieron en medio de ideales cosmopolitas, una ideología imperial y
las dificultades emocionales que supone estar en territorio extranjero, derivando,
todo ello, en un desconcierto a la hora de situar su “hogar”. El posterior
movimiento de dekasseguis hacia Japón
hasta fecha de hoy no ha estado ausente de la misma confusión, hecho que se
desprenderá en los siguientes apartados. No cabe olvidar, como recuerda Sasaki
(2008), que los mayores afectados por encontrarse constantemente entre comunidades no son otros que los
niños.
Entre la pertenencia y el pragmatismo
A menudo los
inmigrantes de un origen étnico común son vistos por los residentes anteriores
como si pertenecieran a una misma clase social[6]. De
la misma forma, los miembros de este colectivo de inmigrantes también generan
estereotipos sociales y étnicos para sí mismos, considerándose superiores o
inferiores en relación con la sociedad del país de destino[7]
(Adachi, 2010: 7).
A
pesar de esta imbricación, el sentimiento de pertenencia y la clase social real
difieren entre sí. Esta última tiene que ver principalmente con el nivel de
ingresos, la educación y la influencia política. Así pues, cabría esperar que miembros
de la misma clase social compartan tiempo y espacio tejiendo así unas redes y
un capital social propensos a perdurar a través de las generaciones (Bourdieu,
1968). Con todo, es muy cuestionable que esta lógica se pueda aplicar de la
misma forma a los migrantes transnacionales, ya que estos, compartan el mismo
origen o no, tienden a juntarse para proveerse seguridad ante un entorno poco familiar
y en ocasiones hostil. Sería oportuno, pues, concebir unas “maneras de ser” y unas “maneras de pertenecer” (Glick, 2004:
458) cual ejes de coordenadas, uno de acción y otro representacional.
Hay
que tener en cuenta, por ejemplo, que el catalizador de la oleada de dekasseguis a Japón es la revisión de la
Ley de Inmigración en 1990, cuya novedad era la tramitación de visados de
“larga duración” con pocas restricciones en sus actividades económicas
únicamente a los nikkei. Sin embargo,
las razones de esta emigración no son simplemente económicas, sino que en la
mayoría de casos tiene que ver con una ambición por ascender socialmente. Como
apunta Ishi, los japoneses receptores no pueden ignorar el hecho de que los nikkei no eran ni podres ni trabajadores
manuales en su país de origen; de la misma forma, los nikkei tendrán que entender que los japoneses nunca habían
imaginado a un graduado universitario o a un profesor teniendo que hacer
trabajos no cualificados por dinero (Ishi, 2008: 119-120).
Es
interesante observar cómo los dekassegui
ejecutan un rol u otro de acuerdo a las exigencias de la situación. El hecho de
que unas veces traten de expresar “brasilinidad” y otras “japonesidad” tiene
mucho menos que ver con un conflicto identitario que con una coherencia con los
objetivos que les trajeron a Japón y sus perspectivas sociales y económicas
futuras, así como una adecuación a lo que se espera de ellos desde la sociedad
receptora.
A
modo de ejemplo se podría destacar este tipo de estrategias cuando los dekasseguis sufren algún tipo de
discriminación. Tal y como recuerda Ishi, aunque las quejas de estos nikkei en contra de la discriminación no
sean reales o sean meras exageraciones, lo cierto es que es ineludible el hecho
de que se sienten discriminados (Ishi,
2010: 123). El mismo autor apunta a una tendencia a evitar conflictos por parte
de los nikkei, sea de forma
consciente o no, a buscar alternativas más cordiales antes que, por ejemplo,
alzar la voz en protesta de injusticias que les afectan. Este hecho se
evidencia incluso más cuando los propios nikkei
dirigen sus quejas no hacía los japoneses sino a sus compatriotas,
particularmente los brasileños no descendientes de japoneses, una minoría entre
una minoría. Por ejemplo, cuando los nikkei
perciben ser objeto de explotación por parte de las empresas japonesas, estos
no critican a la empresa japonesa en cuestión, sino a los gerentes e
intérpretes que les representan. Ishi también apunta a una estrategia que
podría denominarse de “escapismo”, esto es, de olvidar o simplemente no
preocuparse por las condiciones propias. La temporalidad de su estancia junto
con el carácter foráneo del espacio que ocupan serían las razones de esta pasividad.
Pero no hay que olvidar que muchos dekassesgui
están empezando a traer a sus familias a Japón, iniciando, así, un proceso de
asentamiento de larga duración.
Por
otro lado, Tsuda (2006), añade que los nikkei
en Japón también pasan a percatarse de sus propias diferencias culturales, a
experimentar discriminación étnica y a reconocer muchos de los aspectos
negativos de la conducta cultural japonesa. Esto genera una reafirmación de lo
“propio” por oposición a los japoneses que se traduce en una suerte de fidelidad
nacional articulada fuera de las fronteras del propio estado-nación (Tsuda,
2006: 207). Incluso se llevan a cabo prácticas y conductas deliberadamente
exageradas, y por lo tanto distintas a las propias en Brasil, para expresar
este sentimiento de resistencia identitaria. La ropa, el lenguaje, los saludos,
o simplemente el hecho de participar en festivales de samba cuando muchos de
ellos jamás la han bailado son solo algunos ejemplos. Así pues, estas
estrategias no son tanto una recreación de un esquema cultural preestablecido
sino la generación activa de uno nuevo, si bien aparentan ser muy “brasileñas”
debido a su singularidad en Japón
(Tsuda, 2006: 208). Reyes-Ruiz (2010) observa incluso la gestación de una
etnicidad pan-latinoamericana dentro de Japón que crea una única cultura latinoamericana.
Entre causas locales y causas
globales
En este último
apartado pretendo esclarecer sucintamente una lógica que, a mi parecer, parece
subyacer en las causas de los movimientos migratorios a lo largo de la
historia. En este caso, empero, partiré desde la salida de japoneses hacia
Brasil a inicios del siglo xx.
Observo, pues, una lógica de causas que van desde lo local hacia lo global, o
dicho de otro modo, observo que las causas se globalizan o externalizan. Para
explicar esta idea dividiré el proceso migratorio que atañe a este trabajo en
tres periodos: la salida de japoneses a Brasil (desde 1908), la salida de dekasseguis a Japón (desde 1990) y el
retorno de dekasseguis a Brasil
(desde 2008).
Durante el primer periodo, las
causas que motivaron tanto al gobierno japonés a promover la emigración, como a
los propios inmigrantes a salir hacia Brasil son indudablemente múltiples, si
bien el aspecto económico tiene un peso muy importante. De cualquier modo,
estas causas parten de una necesidad esencialmente interna. Sí es cierto que no
es posible emigrar “a ciegas”: la oportunidad de emigrar, el país destino, debe
situarse siempre fuera. Sin embargo, el impulso a salir (y regresar lo antes
posible) nace de una necesidad, desajuste o problema local[8].
El segundo periodo también puede
explicarse exactamente igual que el primero: existen necesidades internas
(económicas, de ascenso social, sentimentales, etc.) y se emigra a Japón con la
idea de acumular capital y satisfacer estas necesidades en Brasil. Sin embargo,
no hay que olvidar, por un lado, el especial interés (en ocasiones incluso
mayor) del país receptor, y, por otro, la llegada física y de capital del país
receptor al país de origen en aras de persuadir a potenciales inmigrantes. Es
decir, si bien en los 1980 Brasil sufría una inflación desorbitada (100 por
ciento en 1980, 224 por ciento en 1985, 1.199 por ciento en 1990) (Sasaki,
2008: 56) y Japón sufría consecuencias de un yen fuerte y una escasez de mano
de obra, la reforma migratoria japonesa de 1990 juntamente con la creación de
agencias para reclutar a mano de obra en Brasil evidencian que las causas para
emigrar ya no son solo locales, sino que desde el exterior existe un fuerte
interés para que estos movimientos de mano de obra se efectúen de forma
controlada.
Por último, la caída de Lehman
Brothers y la resultante crisis económica y financiera hará que todavía se
globalicen más las causas de la movilidad. Las consecuencias de esta crisis han
provocado una ruptura en el sistema de reclutamiento de dekasseguis, puesto que trabajar en Japón parecerá cada vez menos
provechoso. Esto quiere decir que, como consecuencia de una crisis en un país o
países terceros —o simplemente la interdependencia e intervulnerabilidad producto
de una economía capitalista globalizada— un grupo de migrantes como son los dekasseguis en Japón han estado y están
regresando a su país natal. Sasaki (2013) da cuenta de la gran vulnerabilidad
de estos trabajadores temporales y su masiva repatriación en la actualidad.
Como él mismo apunta, “es una ironía que la disposición del gobierno japonés de
abordar las necesidades de los brasileños vino después de la ruptura irreversible del sistema migratorio de los dekasseguis. […] En esta época de
repatriación masiva, es difícil definir qué significa exactamente ‘integrarse’”
[cursiva en el original] (Sasaki, 2013: 9). Esto aún da más relevancia lo
inesperado de esta quiebra, esto es, a la externalización de sus causas.
Esta aparente escalada global de las
causas de los flujos migratorios no significa que las causas locales queden sustituidas. Lejos de
eso: todas coexisten a la vez. Eso lo demuestra, por ejemplo, la nueva oleada
de empresas japonesas que se instalan en Brasil en los últimos años a causa del
estancamiento económico japonés y las perspectivas de crecimiento de Brasil. De
hecho, la crisis global sumada a las coyunturas particulares de Japón y Brasil
han provocado que los ex dekasseguis
hayan pasado de trabajar en Japón en trabajos 3K (kitanai, kitsui, kiken, es decir, sucios, duros y
peligrosos) a ocupar puestos de dirección, administrativos o de oficina en
Brasil ante la nueva llegada de empresas japonesas[9].
Esta tendencia, en definitiva, hablaría
de un incremento de la vulnerabilidad de los migrantes a medida que el capital,
las tecnologías de la información y la comunicación, y los transportes
traspasan las fronteras estatales.
Conclusiones
y posibles futuras líneas de trabajo
En primer lugar,
una de las conclusiones que se podría extraer de estos flujos migratorios desde
1908 hasta la actualidad, es el hecho de que no habría que concluir tan
rápidamente que los japoneses en Brasil y los nikkei sufren algún tipo de crisis “étnica”; más bien, y en base a
las narrativas de los informantes de los académicos que he podido tratar, están
preocupados por otro tipo de dilemas como las crisis de identidad de clase o
profesional.
En segundo lugar, queda cuestionada
la idea de “comunidad transnacional” como apéndice de un estado-nación concreto
o como colectivo homogéneo fuera de su país de origen natal. Se proponen otras
categorías como la de “ciudadanos transnacionales”, donde estos participan en
su tierra natal, en el nuevo territorio y en la política internacional formando
una suerte de simultaneidad
caracterizada por una polifonía de voces muchas veces en contradicción.
En tercer lugar, el hecho de tratar
los flujos migratorios y las estrategias de sus actores únicamente bajo el
contexto del país de origen y el de destino puede apartarnos la mirada del
creciente desequilibrio a nivel global entre las concentraciones de riqueza y
los focos de pobreza, causa mayor en muchas ocasiones de movimientos
migratorios y la necesidad de formar familias transnacionales.
En
relación a estos puntos, sería útil continuar con las siguientes posibles
líneas de trabajo. Por un lado, es preciso prestar atención a cómo reaccionará
Japón ante la llegada de mano de obra inmigrante en el futuro, así como también
hasta qué punto las experiencias de inmigración pueden servir de referentes o
dar pistas que ayuden a entender mejor la actitud o predisposición de cara a
una más que probable —o al menos económicamente necesaria― internacionalización
doméstica. Debido a que los nikkei
son racialmente japoneses pero culturalmente brasileños, estos son vistos como
anomalías étnicas. En esta línea, estos migrantes perturban y desarticulan la
correlación entre raza y cultura, que es la fundación de la identidad japonesa.
Estaría por ver, pues, las consecuencias de una inmigración masiva de otro tipo
de inmigrantes no nikkei.
Por
otro lado, sería necesario ahondar más en temas como las estrategias de supervivencia
económica y cultural de los nikkei y
vincularlos con otros grupos de nikkei
alrededor del mundo.
Por último, se debería tratar de “validar”
estas experiencias de cara a un diálogo de igual a igual con otros metarrelatos.
Que la figura del nikkei desaparezca
habiendo o no enseñado algo a los japoneses y al resto del mundo es parte del
interés por dar voz a todo aquello que no queda explicado por las mayorías. Se
trataría, al fin y al cabo, de considerar estas historias personales no como
cuestiones que conciernen a tal o cual país, sino como acontecimientos
transversales que nos afectan y nos explican a todos independientemente de su
impacto económico o influencia política.
Fuentes
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[1]
Es relevante el gran
esfuerzo ejercido por los japoneses desde la era Meiji por distinguirse de
otros pueblos asiáticos y situarse a sí mismos en un nivel equivalente a los
occidentales, resultado que sirvió como base del nacionalismo y la
colonización. Como luego se verá, los propios nikkei también llevan a cabo prácticas que pretenden separarlos de
los japoneses.
[2]
Es evidente, pues, que en un momento histórico determinado un modelo
interpretativo sustituye al otro, quedando, por tanto, los portadores del
modelo ya en desuso atrapados o explicados artificialmente por el otro: los
japoneses, sin ser de color amarillos tenían que acabar siéndolo.
[3]
Sí podría llamarse así hasta 1990, cuando la mayoría de japoneses residentes en
Brasil que iban a Japón eran issei (Ishi,
2008: 120).
[4]
Es significativo recordar
que en aquella época, la era Taisho (1912-1926), emigrar era considerado como
un cosmopolitismo imperial incipiente, el cual afirmaba que no por el hecho de
residir en otro país se dejaba de ser “japonés”, sino todo lo contrario: el
emigrante en cuestión era considerado pionero del nuevo desarrollo japonés en
el exterior (Sasaki, 2009).
[5]
Esta división no es fortuita, sino que tiene su origen en el tipo de
asentamientos de emigrantes japoneses en Brasil. En un primer momento existían
dos formas de emigración: un grupo que fue a trabajar a las plantaciones de
café para volver rápidamente tras acumular cierto capital, y otro grupo que
estableció pueblos bajo el auspicio del gobierno japonés. Lógicamente, las
motivaciones iniciales de estos colectivos influirán todo el desarrollo posterior
hasta hoy en día. Adachi (2006) lleva a cabo un análisis etnográfico detallado
acerca de los diversos distritos que se formaron tras la finalización de los
contratos en las plantaciones, donde el trato no difería del de los esclavos, y
cómo esas diferencias modificaban las percepciones y las prácticas de cada
grupo.
[6]
Un ejemplo sería la gran llegada de japoneses a Estados Unidos y Canadá a
comienzos del siglo xx. Los
locales vieron a estos nuevos inmigrantes como miembros de clase trabajadora y
desesperados por encontrar trabajo, a pesar de que entre ellos había
estudiantes y diplomáticos (Stanlaw, 2006).
[7]
Es el caso de los japoneses que emigraron a Brasil, quienes acabaron
considerándose y todavía se consideran clase media, a pesar de la disparidad de
perfiles sociales y económicos.
[8]
De hecho, las causas de
esta emigración ya han sido externalizadas, puesto que existe un interés
estatal, equivalente o no, más allá del personal o comunitario. Además, el
hecho de elegir Brasil como destino es consecuencia de las políticas
antijaponesas estadounidenses.
[9]
Es notable la observación
de Sasaki cuando dice que: “Es incluso paradójico que, en Brasil, los
trabajadores nikkeijin son vistos
como poseedores del carácter japonés. La encuesta [realizada por la Cámara
Japonesa de Comercio en Brasil, en la cual 65 empresas japonesas en Brasil
contestaban a preguntas relacionadas con el trabajo de los nikkeijin en general y los ex dekasseguis
en particular,] atribuía a los nikkeijin
virtudes tales como las de ‘trabajadores’ (kinben),
‘honestos’ (seijitsu/shōjiki) y ‘puntuales’ (jikan ni seikaku), tradicionalmente
asociadas con los inmigrantes japoneses en Brasil” (Sasaki, 2013: 13).
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