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2014/01/22

Riesgo y ética nuclear: la justificación de las plantas nucleares y la responsabilidad de Japón tras Fukushima






Riesgo y ética nuclear: la justificación de las plantas nucleares
y la responsabilidad de Japón tras Fukushima


Es una previsión muy necesaria comprender que no es posible preverlo todo.
Jean-Jacques Rousseau

Eight years involved with the nuclear industry have taught me that when nothing can possible go wrong and every avenue has been covered, then is the time to buy a house on the next continent.
Terry Pratchett


Introducción

Este breve trabajo trata de buscar respuestas a una pregunta concreta: ¿cómo se justifica en la actualidad el uso de la energía nuclear? La motivación, en este caso, es el accidente nuclear en el reactor Fukushima I el 11 de marzo de 2011. Con todo, repensar y tratar de hallar soluciones al dilema del uso nuclear no incumbe únicamente a un país y sus habitantes, es decir, el accidente de Fukushima no es un problema de los japoneses; lejos de eso, se trata de un problema claramente transversal que nos afecta a todos y cada uno de los seres humanos que habitamos este planeta. Para abordar este tema, trataré los siguientes puntos. Primero, me aproximaré a la noción de “riesgo” y algunas de sus premisas básicas; segundo, expondré los argumentos que principalmente los gobiernos y las empresas de energía nuclear de todo el mundo esgrimen para justificar y fomentar el uso nuclear; tercero, abordo algunas ideas que pueden ayudar a mejorar el debate ético nuclear; cuarto, comento aspectos diplomáticos y de responsabilidad nuclear de Japón como actor responsable en la comunidad internacional; y finalmente, recojo algunas conclusiones y posibles líneas de trabajo a seguir.


La sociedad del riesgo y el peligro nuclear

Tratando de hallar los argumentos que esgrimen principalmente los gobiernos y empresas para justificar el mantenimiento de las plantas nucleares, he podido percatarme de la multiplicidad de similitudes de base existentes entre la causa nuclear y muchos de los aspectos que componen nuestra sociedad capitalista actual. Es por ello que considero pertinente señalar al menos tres premisas básicas de lo que Ulrich Beck y otros autores han venido a denominar como la “sociedad del riesgo”, idea, como se verá, íntimamente ligada al dilema nuclear.
            En primer lugar, según la sociología del riesgo en una sociedad moderna tardía no existe ninguna conducta libre de riesgo. De hecho, no decidir o posponer algo ya es una decisión, de ahí que implique riesgo. Aún más, a medida que se intenta pasar del riesgo a la seguridad mediante la racionalización de los hechos, tanto más se abre la brecha de lo desconocido, de lo imprevisible, de lo arriesgado.
Cabe recordar aquí la diferencia entre las nociones de “riesgo” y “peligro” en cuanto a los daños potenciales que una toma de decisiones puede provocar. Así, mientras que el riesgo está relacionado con aquellos que deciden y los daños que podrían provocar sus propias decisiones, el peligro tiene que ver con una atribución de los daños a otros agentes o causas fuera del propio control y afecta a aquellos que no han tomado la decisión.
            En segundo lugar, el mundo es necesariamente contingente. Esto quiere decir que no hay nada ni necesario ni imposible, que algo siempre puede ser “otra cosa”, lo cual implica la necesidad de un mecanismo que explique o justifique las contingencias para establecer y mantener un orden.
            Por último, el riesgo deviene tal como producción activa del ser humano. A saber, si por un lado la religión siempre tiene respuestas dadas para cualesquier contingencia e incluso se ve capacitada para establecer un destino (un orden), la secularización de la vida social exige que el porvenir se cree social y culturalmente, por nosotros mismos, inseparable del riesgo y sus consecuencias. Como dice Beriain, “la probabilidad de lo improbable se hace efectiva gracias a la construcción social de la ambivalencia, es decir, gracias al despliegue de la alternativa entre el orden y el caos” (1996: 24).
            Es preciso, pues, vincular este marco teórico con la cuestión nuclear y sus peligros para con el medio ambiente, de donde el ser humano forma parte. Se despliega, pues, la división entre riesgos sociales (decisión de construir reactores nucleares, de situarlos en tal o cuál territorio, de llevar a cabo controles de mantenimiento rigurosos, etc.) y peligros ecológicos (accidentes nucleares). Rápidamente se observa que estos peligros ecológicos no son atribuibles a la naturaleza per se, sino que son el resultado de los efectos colaterales de una agregación incontrolable de procesos de decisión.


La justificación de las plantas nucleares y su credibilidad

Antes de ver cualquier tipo de argumento a favor del mantenimiento de plantas nucleares o racionalización sus accidentes, es preciso constatar un hecho que va de lo suyo: la credibilidad nuclear ha sobrevivido a los desastres nucleares que han tenido lugar hasta la fecha a pesar de que estos son mucho más habituales de lo que las evaluaciones de riesgo prevén. Esto es así precisamente porque las autoridades nucleares, a saber, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), las agencias reguladoras y los gobiernos nacionales, se aseguran de argumentar por qué un desastre natural no debería debilitar la fiabilidad en la industria nuclear.
            Existe, en general, una falta de preparación ante posibles desastres nucleares, y esto se debe a la confianza en que estos pueden ser objetivamente calculables y completamente evitables. Este tipo de confianza en la evaluación de riesgos se produce con el giro hacia la llamada evaluación probabilística del riesgo (EPR)[1] introducida por el físico estadounidense Norman C. Rasmussen (Keller y Modarres, 2005), que tiene su origen en las contingencias generadas durante la guerra fría y que actualmente sirve de base para cualquier supervisión nuclear. Sin embargo, la mayoría de críticos en contra de este tipo de evaluaciones señalan la irreducible ambigüedad epistemológica del conocimiento tecnológico, acusando estos cálculos de riesgo nuclear de insuficientes. Con todo, su credibilidad no merma y, a pesar de que países como Japón y Alemania han llevado a cabo cambios considerables en sus políticas nucleares tras Fukushima, lo cierto es que el siguiente dato no invita al optimismo: si bien antes del accidente el número de reactores propuestos, planificados y en construcción en todo el mundo era de 547, esta cifra se ha elevado a 558 a enero de 2012 (Holloway, 2012).
El discurso racionalizador de la fusión nuclear no solo niega el posible descrédito de estas estimaciones numerológicas, sino que argumenta por qué no se debería de dejar de confiar en ellas en el futuro. Siguiendo a Downer (2013: 8-14), se pueden extraer cuatro tipos de defensas argumentales al respecto.
En primer lugar, la defensa interpretativa, es decir, la que dice que los cálculos en realidad no fallaron. Se trata de negar que ha habido errores. Todos los reactores están diseñados para tolerar un cierto grado de mal funcionamiento, para “fallar con seguridad”. En definitiva, que no ha habido ningún fallo en el “sistema diseñado”. Ciertamente, es evidente que los efectos del terremoto y el tsunami que azotaron la costa noreste japonesa se salen de la previsibilidad del diseño del reactor en Fukushima, pero este argumento ayuda poco a redimir a los asesores de seguridad. Al fin y al cabo, los desastres naturales extremos son especialmente el tipo de amenazas que estos deberían concebir.
En segundo lugar, la defensa de la relevancia dice que el error de una serie de cálculos en un caso concreto no tiene por qué extrapolarse al resto de casos. Se trata de aislar los cálculos erróneos y decir que no son representativos. Es más, si existe la posibilidad de demostrar que estos difieren significativamente de otro tipo de cálculos, con ello se crea una justificación perfecta. Un claro ejemplo de este argumento se vio tras el accidente de Chernobyl, cuando el bloque capitalista declaró que este fue “un accidente soviético, no un accidente nuclear”. En el caso de la planta de Fukushima el argumento del excepcionalismo japonés se diluye, ya que si bien se trata de una instalación japonesa, los reactores GE Mark-1 que utiliza están diseñados en los EEUU y de hecho todavía se usan en 23 plantas estadounidenses.
En tercer lugar, la defensa del cumplimiento arguye que los sistemas de seguridad eran sólidos, pero que los trabajadores no siguieron sus normas. Este argumento viene a exculpar directamente a los asesores y a establecer una suerte de “promesa de perfectibilidad”, puesto que el error es humano (del trabajador, no del asesor) e infinitamente enmendable, de ahí su justificación. Sin embargo, esta defensa falla puesto que da a creer que los asesores asumen el cumplimiento racional de las normas al cien por cien y de forma perpetua como un hecho factible, cuando en realidad es algo ingenuo y poco realista. Asimismo, tampoco existirían “reglas perfectas”, ya que no pueden abarcar todas las contingencias posibles, es decir, no solo el cumplimiento, sino los cálculos y las reglas mismas son imperfectas.
Por último y en cuarto lugar, la defensa de la redención, esto es, la que justifica que las estimaciones eran erróneas, pero que ahora ya están arregladas. Estos argumentos siempre vienen bajo el título de “lecciones aprendidas en” más el lugar del anterior accidente. Se basan en la confianza de que los expertos han localizado, modificado y solucionado el problema causante del desastre previo. No obstante, “perfeccionado” no significa “perfecto”. Además, no es posible saber cuánto se ha perfeccionado, de ahí que se subordine la experiencia a la esperanza o la fe.
 En definitiva, todas estas defensas son falibles ya que no acaban de situar dónde se encuentra el verdadero problema. Además, tampoco ofrecen respuestas ante futuras contingencias. Finalmente, y acabando con otra evidencia: “lo único que Fukushima demuestra sin ambigüedad es el hecho de que pueden existir descuidos devastadores dentro de las estimaciones que las autoridades expertas fervientemente califican de rigurosas, objetivas y conservadoras” (Downer, 2013: 17).


Cuestiones éticas en torno a la energía nuclear

El desastre en Fukushima se nos presenta como un pretexto para reabrir el debate sobre el significado ético que supone el empleo de reactores nucleares vistos (o todavía no del todo) sus devastadores peligros. Esto es importante porque las ideas de riesgo y seguridad son nociones normativas, es decir, contienen a la vez aspectos fácticos y aspectos éticos.
            En este breve apartado me gustaría recuperar tres conceptos que pueden ayudar a enriquecer este debate y que giran en torno al intento por incluir una “aceptabilidad moral” más allá de las EPR: tecnología nuclear como “experimento social”, “justicia intergeneracional” y “emoción moral” (Taebi et al., 2012).
            Como se ha visto existe una gran discrepancia entre los pronósticos de las EPR y los desastres sucedidos. Esto se debe, en parte, a que estas solo se basan en datos empíricos, donde no tienen cabida terremotos y tsunamis, el comportamiento humano ni otros factores desconocidos. De ahí que el uso de tecnología nuclear en un escenario social no puede calificarse de experimento estándar o de laboratorio, sino que se trata de un experimento social. Este se distingue de aquel en tres puntos básicos. Primero, se produce en un entorno donde afecta a personas y medioambiente; segundo, es mucho menos controlable; y tercero, puede conllevar consecuencias irreversibles. Los requisitos éticos que implican los experimentos de laboratorio que tienen relación con los seres humanos se basan en el respeto a las personas, la beneficencia y la justicia. Asimismo, las condiciones aceptables bajos las cuales deberían poder admitirse experimentos sociales como el uso de tecnología nuclear no solo deberían estar basadas en estos principios éticos, sino que también es necesario matizarlos con requerimientos tales como una ingeniería y gestión de la tecnología competente, una legitimación y decisión democráticas continuas y una justicia distributiva.
            Por otro lado, esta justicia intergeneracional nos exige unas obligaciones morales, puesto que nos sitúa inexorablemente en una asimetría para con las generaciones futuras, en una posición de imponerles costes a su pesar. Un ejemplo de los debates al respecto es el que gira en torno a si es preferible el uso nuclear para no agravar el cambio climático y mantener el nivel de vida o si por otro lado es preferente no dejar desechos radioactivos durante cientos de miles de años. Otro ejemplo es el relativo al vertido subterráneo de desechos nucleares, ya que por un lado exime a las generaciones futuras de sus cargas, pero por otro lado la incertidumbre respectiva a largo plazo es arriesgada. En cualquier caso, el debate se centra en cómo valoramos los intereses de las generaciones futuras, o en otras palabras, hasta qué punto la justicia intergeneracional requiere aceptar mayores cargas para las generaciones presentes.
            Finalmente, puede ser útil tener en cuenta la idea de emociones morales. Con el uso y abuso de las EPR desaparece toda posibilidad de entablar un debate sobre la energía nuclear. Este hecho no significa otra cosa que un tutelaje, esto es, decir que la ciudadanía es demasiado emocional y está incapacitada para participar en el debate. Sin embargo, las emociones son una forma de cognición y conocimiento, sobre todo la hora de hacer juicios de valor. No existe, pues, una dicotomía pura entre razón y emoción. En este sentido, aquí también se genera un debate entre las emociones de los oponentes a la energía nuclear, donde se incluyen el miedo a catástrofes y el hecho de estar expuestos a riesgos de forma involuntaria, y las emociones de los proponentes como su ambición y curiosidad por las posibilidades de la energía nuclear (incluidos sus beneficios económicos). En resumen, puede ser fructífero incluir a las emociones como punto de partida en un escenario donde debatan tanto expertos como no expertos en busca de una moral democrática.


Japón como actor responsable en la comunidad internacional

Como ya he comentado en la introducción, adoptar una actitud reflexiva tras Fukushima no atañe únicamente a Japón, ni tan siquiera a este y sus vecinos; se trata de un dilema global no excluyente donde todos los actores deberían participar en aras de obtener consensos democráticos y morales. Así pues, el hecho de tratar en este apartado los retos de un concreto solo se puede entender en diálogo con y para el resto del mundo.
            En primer lugar quiero tratar cómo habría que leer la diplomacia japonesa tras el accidente en Fukushima. A menudo Japón es tratado en la comunidad internacional como un actor reactivo, sin embargo el país ha venido liderando la lucha contra el cambio climático y medioambiental. Prueba de ello es su rol activo en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, establecida en 1992, así como en la Conferencia de las Partes de este mismo órgano, encargada de promover protocolos que limiten las emisiones de gases de efecto invernadero. La firma del Protocolo de Kioto en 1997 es su logro más relevante. Además, Japón también juega un papel clave como mediador entre la Unión Europea y unos Estados Unidos reacios a cualquier iniciativa multilateral. Esta actitud de los EEUU se evidencia con su retirada del protocolo proclamada por presidente George W. Bush en 2001, hecho que puso en evidencia el peso político internacional de Japón, así como el peso del protocolo mismo, ya que la retirada de los EEUU, el mayor emisor de gases mundial, puso en duda su efectividad.
            Más tarde, Japón anunciaría en el XVI Conferencia Internacional sobre Cambio Climático, en 2010, que no extendería el Protocolo de Kioto, cediendo terreno, así, ante los intereses de las grandes corporaciones. A pesar de este varapalo diplomático Japón continúa siendo un importante espejo para la comunidad internacional.
            Así pues, concretamente ¿qué reacciones ha habido en la comunidad internacional tras el accidente en Fukushima? En cuanto a China, el país no ha aparcado su programa nuclear debido a que la demanda de electricidad está prevista que aumente exponencialmente durante las próximas décadas. Además, la apertura de más reactores nucleares atraerá a más industria y generará empleo, con lo cual no parece que vaya a haber ningún cambio a corto y medio plazo en su política nuclear.
            Asimismo, otros países de Asia como Vietnam, Malasia e Indonesia tampoco tienen previsto desacelerar sus programas de desarrollo. India ha prometido examinar todos sus reactores, pero no detendrá su apuesta por ampliar su programa nuclear. Solo Tailandia ha anunciado que detendrá todas sus plantas y que no se reactivarán hasta que no se examinen rigurosamente sus sistemas de seguridad.
            En Europa, el Comisario europeo de Energía de la UE, Günther Oettinger, convocó una reevaluación de los 143 reactores en territorio de la UE, asegurando que aquellos que no pasen los exámenes de control de seguridad se cerrarán automáticamente. Paralelamente, Francia, Reino Unido, España y Rusia también tienen previstas más revisiones. Por otro lado, Alemania, Suiza e Italia han reaccionado de forma opuesta al resto, en especial el primero, donde se prevé un cierre completo de todos los reactores para 2022.
            Finalmente, y en cuanto al continente americano, los EEUU anunciaron una revisión de sus plantas bajo la Comisión Reguladora Nuclear, mientras que en Venezuela los planes por construir su primera planta nuclear fueron paralizados (Thomson, 2011: 474-475).
            La respuesta ante el accidente de Fukushima, como acabo de exponer, es desigual y, cuando menos, poco esperanzadora. Con todo, Japón todavía posee un estatus único para formar asociaciones con otros países que promuevan una red nuclear civil a nivel global: es el tercer país con mayor número de reactores, no tiene ambiciones armamentísticas y ha experimentado dos catástrofes nucleares como las de 1945 y 2011. En lo que sigue no trataré de exponer qué política energética abogan el gobierno y otros autores ―si bien el recorrido que tengan estas políticas es imprescindible si Japón quiere seguir siendo un ejemplo para la comunidad internacional―, sino que me limitaré a abordar someramente algunos aspectos en torno a su responsabilidad y los retos que ella exige, ya que considero que son los más visibles internacionalmente.
            En primer lugar, recojo, a través de Hopson (2013), la idea de “sistema de irresponsabilidad” del filósofo y politólogo japonés Masao Maruyama (1914-1996), definida principalmente en su ensayo “Teoría y psicología del ultranacionalismo” (Masao, 1969: 1-24). Esta idea, mediante la cual Masao trataba de explicar el sistema psicológico de los japoneses durante la guerra, se refiere a que la distancia entre cada persona y el emperador, que simbolizaba el valor supremo, era la vara de medir de la legitimidad y responsabilidad moral de cada uno. En este sentido, la moralidad era concéntrica en tanto que emanaba del emperador. Este argumento se ha aplicado a TEPCO, la empresa encargada de la planta de Fukushima I, por su fracaso a la hora de mantener a raya la fusión nuclear, y al gobierno japonés y los evaluadores por su inhabilidad a la hora de tratar debidamente esta catástrofe. Tanto la empresa como el gobierno han seguido tratando de encubrir la magnitud del desastre hasta la actualidad. Miles de desplazados, procesos de limpieza a paso de tortuga, polución radioactiva que empeora cada día. Este es el panorama actual. Además, hasta la fecha no ha habido ningún tipo de acusación formal hacia nadie ni tampoco ha presentado la dimisión ningún alto cargo. Lejos de eso, el gobierno continúa promocionando como “segura” una energía nuclear ecológica y rentable, por ejemplo con el mensaje que lanzó al mundo el presidente Abe Shinzō en su triunfante presentación en la final de la Candidatura de Tokio 2020 en Buenos Aires. En definitiva, no parece que se hayan tomado medidas responsables y contundentes a nivel oficial.
            No es el caso de la sociedad civil y algunos “disidentes”. Aquí quiero presentar brevemente el caso Anzai Ikuro. Su testimonio es importante porque se trata de un ex miembro del Consejo Científico de Japón —considerado como el parlamento de las ciencias japonesas— y ex empleado del gobierno que sin embargo criticaba duramente —y lo sigue haciendo— su política nuclear, lo cual le supuso una serie de acosos que acabaron por apartarle del sistema educativo en los 1970. Anzai ha visitado con frecuencia comunidades que estaban sopesando la aceptación de la construcción de plantas nucleares. Su trabajo era de asesoramiento ante el poco conocimiento en general que se tiene acerca de la energía nuclear. Su esfuerzo se centraba particularmente en temas de seguridad respecto a las centrales nucleares. Sin embargo, incluso hoy, Anzai se avergüenza de su poca capacidad de persuasión debido principalmente al arraigo de ideas equivocadas en la mayoría.
En su artículo (Anzai, 2011) explica con detalle el desarrollo de la energía nuclear en Japón, desde la aceptación de la oferta de los EEUU tras la guerra para desarrollarla hasta la consolidación de lo que él llama el “pueblo nuclear”, un hexágono formado por el gobierno central, la industria nuclear, los gobiernos locales, los especialistas, los periodistas y las organizaciones civiles que forma un ciclo discursivo a favor de la energía nuclear que se retroalimenta continuamente.
También explica su labor actual en el área de Fukushima, de cuyo programa nuclear ha sido opositor desde 1973. Según cuenta, la causa mayor de la exposición radioactiva externa, y por ende más perjudicial para la salud humana, es un metal radioactivo llamado cesio-137 que se encuentra esparcido en la tierra. Eliminando simplemente dos o tres centímetros de superficie, los niveles de radiación se reducen considerablemente, de ahí que esta sea una tarea poco costosa, altamente efectiva y, sobre todo, con efectos directos para la población, lo cual, a su vez, genera una nueva conciencia moral.


Conclusiones y posibles futuras líneas de trabajo

A nivel general, con este trabajo he podido aproximarme al núcleo y los límites del debate sobre el uso y los peligros de la energía nuclear. Dicho de otro modo, he pasado de sorprenderme al escuchar los argumentos y opiniones tanto de opositores como de defensores a no sorprenderme de sus visiones. La razón principal es que todavía no se ha producido un debate real al respecto. Primero, porque la credibilidad y las justificaciones ulteriores de los expertos se basan en datos probabilísticos que no aportan nada al debate, y segundo porque la sociedad civil en general se encuentra distanciada del él por falta de conocimiento nuclear básico debido sobre todo al hermetismo por parte de gobiernos y empresas.
            Más concretamente, he podido sacar las siguientes conclusiones:
            (1) El dilema del uso nuclear no difiere en esencia del resto de dilemas que componen nuestra sociedad actual. Las ideas de “riesgo” y “peligro” ayudan a explicar en parte las inquietudes que se forman y las decisiones que se toman al respecto.
            (2) La justificación final que utilizan gobiernos y empresas es indistinta a nivel mundial. Esta se basa principalmente en un juego de numerología y probabilidad que no se traduce sino en no acatar responsabilidades cuando se producen accidentes.
            (3) Un debate ético que incluya a la sociedad civil es urgente. Si este no se genera de forma democrática, el uso actual de energía nuclear solo puede ser visto como una suerte de paternalismo o tutelaje que tilda al pueblo de no ser suficientemente racional para poder decidir. Una salida al dilema nuclear debería empezar por asumir como propios los efectos retroactivos de nuestras acciones sobre el entorno, y por ende sobre nosotros mismos.
            (4) La respuesta ante el desastre de Fukushima a nivel internacional es irregular, pero se han tomado algunas medidas contundentes como las de Alemania. Japón, de acuerdo con su estatus y su experiencia nuclear, en su doble aspecto como generador y víctima, tiene la capacidad de liderar una transición hacia otras fuentes de energía más ecológicas, a pesar de su vulnerabilidad energética, o al menos de entablar un debate inclusivo en busca de una aceptabilidad moral. Si bien a nivel de sociedad civil existen movimientos y grupos que apoyan esta idea, a nivel oficial todavía no hay vislumbres al respecto, más bien todo lo contrario, hecho que sí puede tranquilizar a la comunidad internacional en tanto que no se altera el statu quo, pero que sin embargo significa, de momento, la pérdida de una oportunidad para obtener autoridad moral como actor responsable.
            Por último, creo que pueden ser interesantes las siguientes líneas de trabajo para el futuro:
            (1) Analizar procesos democráticos en la sociedad civil o esfuerzos de diplomacia pública que pretendan promover “desde abajo” una participación general al debate nuclear.
           (2) Investigar la evolución de la conciencia civil acerca del debate nuclear y sacar conclusiones al respecto. Por ejemplo, si los desastres nucleares tienen incidencia o no, en qué medida la tienen, qué impacto tienen población local y de otros países, etc.
            (3) Qué significado tiene para las relaciones internacionales el hecho de liderar un esfuerzo ecológico y de energías alternativas.



Fuentes consultadas

Anzai, Ikuro, 2011, “An Agenda for Peace Research after 3/11”, The Asia-Pacific Journal 9 (46-1).
Aukema, Justin, 2011, “A Problem for all Humanity: Nagasaki Writer Hayashi Kyoko Probes the Dangers of Nuclear Energy”, The Asia-Pacific Journal 9 (52-3).
Beriain, Josetxo, 1996, “El doble ‘sentido’ de las consecuencias perversas de la modernidad”, en Beriain, Josetxo (comp.), Las consecuencias perversas de la modernidad, Barcelona: Editorial Anthropos.
Downer, John, 2013, “Disowning Fukushima: Managing the credibility of nuclear reliability assessment in the wake of disaster”, Regulation & Governance, doi: 10.1111/rego.12029.
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Hopson, Nathan, 2013, “Systems of Irresponsibility and Japan’s Internal Colony”, The Asia-Pacific Journal 11 (52-2).
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Masao, Maruyama, 1969, Thought and Behavior in Modern Japanese Politics, London: Oxford University Press.
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Scalise, Paul J., 2012, “Hard Choices: Japan's Post-Fukushima Energy Policy in the 21st Century”, en Jeff Kingston (ed.), Natural Disaster and Nuclear Crisis in Japan: Response and Recovery after Japan’s 3/11, Londres: Routledge.
Taebi, Behnam; Roeser, Sabine y van de Poel, Ibo, 2012, “The ethics of nuclear power: Social experiments, intergenerational justice, and emotions”, Energy Policy 51: 202-206.
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[1] Básicamente tiene que ver con identificar eventos que puedan provocar un accidente y asignarles probabilidades numéricas.

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