Riesgo y ética nuclear: la justificación de las plantas nucleares
y la responsabilidad de Japón tras
Fukushima
Es una previsión muy
necesaria comprender que no es posible preverlo todo.
Jean-Jacques Rousseau
Eight years involved with the nuclear industry have taught me that when
nothing can possible go wrong and every avenue has been covered, then is the
time to buy a house on the next continent.
Terry Pratchett
Introducción
Este breve trabajo trata de buscar
respuestas a una pregunta concreta: ¿cómo se justifica en la actualidad el uso
de la energía nuclear? La motivación, en este caso, es el accidente nuclear en el
reactor Fukushima I el 11 de marzo de 2011. Con todo, repensar y tratar de
hallar soluciones al dilema del uso nuclear no incumbe únicamente a un país y
sus habitantes, es decir, el accidente de Fukushima no es un problema de los japoneses; lejos de eso, se trata
de un problema claramente transversal que nos afecta a todos y cada uno de los
seres humanos que habitamos este planeta. Para abordar este tema, trataré los
siguientes puntos. Primero, me aproximaré a la noción de “riesgo” y algunas de
sus premisas básicas; segundo, expondré los argumentos que principalmente los
gobiernos y las empresas de energía nuclear de todo el mundo esgrimen para
justificar y fomentar el uso nuclear; tercero, abordo algunas ideas que pueden
ayudar a mejorar el debate ético nuclear; cuarto, comento aspectos diplomáticos
y de responsabilidad nuclear de Japón como actor responsable en la comunidad
internacional; y finalmente, recojo algunas conclusiones y posibles líneas de
trabajo a seguir.
La sociedad del riesgo y el peligro
nuclear
Tratando de hallar los argumentos que
esgrimen principalmente los gobiernos y empresas para justificar el mantenimiento de
las plantas nucleares, he podido percatarme de la multiplicidad de similitudes de
base existentes entre la causa nuclear y muchos de los aspectos que componen
nuestra sociedad capitalista actual. Es por ello que considero pertinente señalar
al menos tres premisas básicas de lo que Ulrich Beck y otros autores han venido
a denominar como la “sociedad del riesgo”, idea, como se verá, íntimamente
ligada al dilema nuclear.
En
primer lugar, según la sociología del riesgo en una sociedad moderna tardía no
existe ninguna conducta libre de riesgo. De hecho, no decidir o posponer algo
ya es una decisión, de ahí que implique riesgo. Aún más, a medida que se
intenta pasar del riesgo a la seguridad mediante la racionalización de los
hechos, tanto más se abre la brecha de lo desconocido, de lo imprevisible, de
lo arriesgado.
Cabe
recordar aquí la diferencia entre las nociones de “riesgo” y “peligro” en
cuanto a los daños potenciales que una toma de decisiones puede provocar. Así,
mientras que el riesgo está relacionado con aquellos que deciden y los daños
que podrían provocar sus propias decisiones, el peligro tiene que ver con una
atribución de los daños a otros agentes o causas fuera del propio control y
afecta a aquellos que no han tomado la decisión.
En
segundo lugar, el mundo es necesariamente contingente. Esto quiere decir que no
hay nada ni necesario ni imposible, que algo siempre puede ser “otra cosa”, lo
cual implica la necesidad de un mecanismo que explique o justifique las
contingencias para establecer y mantener un orden.
Por
último, el riesgo deviene tal como producción activa del ser humano. A saber,
si por un lado la religión siempre tiene respuestas dadas para cualesquier contingencia e incluso se ve capacitada para
establecer un destino (un orden), la
secularización de la vida social exige que el porvenir se cree social y culturalmente, por nosotros mismos, inseparable del
riesgo y sus consecuencias. Como dice Beriain, “la probabilidad de lo
improbable se hace efectiva gracias a la construcción social de la
ambivalencia, es decir, gracias al despliegue de la alternativa entre el orden
y el caos” (1996: 24).
Es
preciso, pues, vincular este marco teórico con la cuestión nuclear y sus
peligros para con el medio ambiente, de donde el ser humano forma parte. Se
despliega, pues, la división entre riesgos sociales (decisión de construir
reactores nucleares, de situarlos en tal o cuál territorio, de llevar a cabo
controles de mantenimiento rigurosos, etc.) y peligros ecológicos (accidentes
nucleares). Rápidamente se observa que estos peligros ecológicos no son
atribuibles a la naturaleza per se,
sino que son el resultado de los efectos colaterales de una agregación
incontrolable de procesos de decisión.
La justificación de las plantas
nucleares y su credibilidad
Antes de ver cualquier tipo de
argumento a favor del mantenimiento de plantas nucleares o racionalización sus accidentes,
es preciso constatar un hecho que va de lo suyo: la credibilidad nuclear ha
sobrevivido a los desastres nucleares que han tenido lugar hasta la fecha a
pesar de que estos son mucho más habituales de lo que las evaluaciones de
riesgo prevén. Esto es así precisamente porque las autoridades nucleares, a
saber, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), las agencias
reguladoras y los gobiernos nacionales, se aseguran de argumentar por qué un
desastre natural no debería debilitar la fiabilidad en la industria nuclear.
Existe,
en general, una falta de preparación ante posibles desastres nucleares, y esto
se debe a la confianza en que estos pueden ser objetivamente calculables y
completamente evitables. Este tipo de confianza en la evaluación de riesgos se
produce con el giro hacia la llamada evaluación probabilística del riesgo (EPR)[1]
introducida por el físico estadounidense Norman C. Rasmussen (Keller y
Modarres, 2005), que tiene su origen en las contingencias generadas durante la
guerra fría y que actualmente sirve de base para cualquier supervisión nuclear.
Sin embargo, la mayoría de críticos en contra de este tipo de evaluaciones
señalan la irreducible ambigüedad epistemológica del conocimiento tecnológico, acusando
estos cálculos de riesgo nuclear de insuficientes. Con todo, su credibilidad no
merma y, a pesar de que países como Japón y Alemania han llevado a cabo cambios
considerables en sus políticas nucleares tras Fukushima, lo cierto es que el
siguiente dato no invita al optimismo: si bien antes del accidente el número de
reactores propuestos, planificados y en construcción en todo el mundo era de
547, esta cifra se ha elevado a 558 a enero de 2012 (Holloway, 2012).
El discurso
racionalizador de la fusión nuclear no solo niega el posible descrédito de
estas estimaciones numerológicas, sino que argumenta por qué no se debería de
dejar de confiar en ellas en el futuro. Siguiendo a Downer (2013: 8-14), se
pueden extraer cuatro tipos de defensas argumentales al respecto.
En primer
lugar, la defensa interpretativa, es
decir, la que dice que los cálculos en realidad no fallaron. Se trata de negar
que ha habido errores. Todos los reactores están diseñados para tolerar un
cierto grado de mal funcionamiento, para “fallar con seguridad”. En definitiva,
que no ha habido ningún fallo en el “sistema diseñado”. Ciertamente, es
evidente que los efectos del terremoto y el tsunami que azotaron la costa
noreste japonesa se salen de la previsibilidad del diseño del reactor en
Fukushima, pero este argumento ayuda poco a redimir a los asesores de
seguridad. Al fin y al cabo, los desastres naturales extremos son especialmente
el tipo de amenazas que estos deberían concebir.
En segundo
lugar, la defensa de la relevancia
dice que el error de una serie de cálculos en un caso concreto no tiene por qué
extrapolarse al resto de casos. Se trata de aislar los cálculos erróneos y decir
que no son representativos. Es más, si existe la posibilidad de demostrar que
estos difieren significativamente de otro tipo de cálculos, con ello se crea
una justificación perfecta. Un claro ejemplo de este argumento se vio tras el
accidente de Chernobyl, cuando el bloque capitalista declaró que este fue “un
accidente soviético, no un accidente
nuclear”. En el caso de la planta de Fukushima el argumento del excepcionalismo
japonés se diluye, ya que si bien se trata de una instalación japonesa, los
reactores GE Mark-1 que utiliza están diseñados en los EEUU y de hecho todavía
se usan en 23 plantas estadounidenses.
En tercer
lugar, la defensa del cumplimiento
arguye que los sistemas de seguridad eran sólidos, pero que los trabajadores no
siguieron sus normas. Este argumento viene a exculpar directamente a los
asesores y a establecer una suerte de “promesa de perfectibilidad”, puesto que
el error es humano (del trabajador, no del asesor) e infinitamente enmendable,
de ahí su justificación. Sin embargo, esta defensa falla puesto que da a creer
que los asesores asumen el cumplimiento racional de las normas al cien por cien
y de forma perpetua como un hecho factible, cuando en realidad es algo ingenuo
y poco realista. Asimismo, tampoco existirían “reglas perfectas”, ya que no
pueden abarcar todas las contingencias posibles, es decir, no solo el
cumplimiento, sino los cálculos y las reglas mismas son imperfectas.
Por último y
en cuarto lugar, la defensa de la
redención, esto es, la que justifica que las estimaciones eran erróneas,
pero que ahora ya están arregladas. Estos argumentos siempre vienen bajo el
título de “lecciones aprendidas en” más el lugar del anterior accidente. Se
basan en la confianza de que los expertos han localizado, modificado y
solucionado el problema causante del desastre previo. No obstante,
“perfeccionado” no significa “perfecto”. Además, no es posible saber cuánto se ha perfeccionado, de ahí que
se subordine la experiencia a la esperanza o la fe.
En definitiva, todas estas defensas son
falibles ya que no acaban de situar dónde se encuentra el verdadero problema.
Además, tampoco ofrecen respuestas ante futuras contingencias. Finalmente, y
acabando con otra evidencia: “lo único que Fukushima demuestra sin ambigüedad
es el hecho de que pueden existir descuidos devastadores dentro de las
estimaciones que las autoridades expertas fervientemente califican de
rigurosas, objetivas y conservadoras” (Downer, 2013: 17).
Cuestiones éticas en torno a la
energía nuclear
El desastre en Fukushima se nos
presenta como un pretexto para reabrir el debate sobre el significado ético que
supone el empleo de reactores nucleares vistos (o todavía no del todo) sus
devastadores peligros. Esto es importante porque las ideas de riesgo y
seguridad son nociones normativas, es decir, contienen a la vez aspectos
fácticos y aspectos éticos.
En
este breve apartado me gustaría recuperar tres conceptos que pueden ayudar a
enriquecer este debate y que giran en torno al intento por incluir una
“aceptabilidad moral” más allá de las EPR: tecnología nuclear como “experimento
social”, “justicia intergeneracional” y “emoción moral” (Taebi et al., 2012).
Como
se ha visto existe una gran discrepancia entre los pronósticos de las EPR y los
desastres sucedidos. Esto se debe, en parte, a que estas solo se basan en datos
empíricos, donde no tienen cabida terremotos y tsunamis, el comportamiento
humano ni otros factores desconocidos. De ahí que el uso de tecnología nuclear
en un escenario social no puede calificarse de experimento estándar o de
laboratorio, sino que se trata de un experimento social. Este se distingue de
aquel en tres puntos básicos. Primero, se produce en un entorno donde afecta a
personas y medioambiente; segundo, es mucho menos controlable; y tercero, puede
conllevar consecuencias irreversibles. Los requisitos éticos que implican los
experimentos de laboratorio que tienen relación con los seres humanos se basan
en el respeto a las personas, la beneficencia y la justicia. Asimismo, las
condiciones aceptables bajos las cuales deberían poder admitirse experimentos
sociales como el uso de tecnología nuclear no solo deberían estar basadas en
estos principios éticos, sino que también es necesario matizarlos con
requerimientos tales como una ingeniería y gestión de la tecnología competente,
una legitimación y decisión democráticas continuas y una justicia distributiva.
Por
otro lado, esta justicia intergeneracional nos exige unas obligaciones morales,
puesto que nos sitúa inexorablemente en una asimetría para con las generaciones
futuras, en una posición de imponerles costes a su pesar. Un ejemplo de los
debates al respecto es el que gira en torno a si es preferible el uso nuclear
para no agravar el cambio climático y mantener el nivel de vida o si por otro
lado es preferente no dejar desechos radioactivos durante cientos de miles de
años. Otro ejemplo es el relativo al vertido subterráneo de desechos nucleares,
ya que por un lado exime a las generaciones futuras de sus cargas, pero por
otro lado la incertidumbre respectiva a largo plazo es arriesgada. En cualquier
caso, el debate se centra en cómo valoramos los intereses de las generaciones
futuras, o en otras palabras, hasta qué punto la justicia intergeneracional
requiere aceptar mayores cargas para las generaciones presentes.
Finalmente,
puede ser útil tener en cuenta la idea de emociones morales. Con el uso y abuso
de las EPR desaparece toda posibilidad de entablar un debate sobre la energía
nuclear. Este hecho no significa otra cosa que un tutelaje, esto es, decir que
la ciudadanía es demasiado emocional y está incapacitada para participar en el
debate. Sin embargo, las emociones son una forma de cognición y conocimiento,
sobre todo la hora de hacer juicios de valor. No existe, pues, una dicotomía
pura entre razón y emoción. En este sentido, aquí también se genera un debate
entre las emociones de los oponentes a la energía nuclear, donde se incluyen el
miedo a catástrofes y el hecho de estar expuestos a riesgos de forma
involuntaria, y las emociones de los proponentes como su ambición y curiosidad
por las posibilidades de la energía nuclear (incluidos sus beneficios
económicos). En resumen, puede ser fructífero incluir a las emociones como
punto de partida en un escenario donde debatan tanto expertos como no expertos
en busca de una moral democrática.
Japón como actor responsable en la
comunidad internacional
Como ya he comentado en la
introducción, adoptar una actitud reflexiva tras Fukushima no atañe únicamente
a Japón, ni tan siquiera a este y sus vecinos; se trata de un dilema global no
excluyente donde todos los actores deberían participar en aras de obtener
consensos democráticos y morales. Así pues, el hecho de tratar en este apartado
los retos de un concreto solo se puede entender en diálogo con y para el resto del
mundo.
En
primer lugar quiero tratar cómo habría que leer la diplomacia japonesa tras el
accidente en Fukushima. A menudo Japón es tratado en la comunidad internacional
como un actor reactivo, sin embargo el país ha venido liderando la lucha contra
el cambio climático y medioambiental. Prueba de ello es su rol activo en la
Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, establecida
en 1992, así como en la Conferencia de las Partes de este mismo órgano,
encargada de promover protocolos que limiten las emisiones de gases de efecto
invernadero. La firma del Protocolo de Kioto en 1997 es su logro más relevante.
Además, Japón también juega un papel clave como mediador entre la Unión Europea
y unos Estados Unidos reacios a cualquier iniciativa multilateral. Esta actitud
de los EEUU se evidencia con su retirada del protocolo proclamada por
presidente George W. Bush en 2001, hecho que puso en evidencia el peso político
internacional de Japón, así como el peso del protocolo mismo, ya que la
retirada de los EEUU, el mayor emisor de gases mundial, puso en duda su
efectividad.
Más
tarde, Japón anunciaría en el XVI Conferencia Internacional sobre Cambio
Climático, en 2010, que no extendería el Protocolo de Kioto, cediendo terreno,
así, ante los intereses de las grandes corporaciones. A pesar de este varapalo
diplomático Japón continúa siendo un importante espejo para la comunidad
internacional.
Así
pues, concretamente ¿qué reacciones ha habido en la comunidad internacional
tras el accidente en Fukushima? En cuanto a China, el país no ha aparcado su
programa nuclear debido a que la demanda de electricidad está prevista que
aumente exponencialmente durante las próximas décadas. Además, la apertura de
más reactores nucleares atraerá a más industria y generará empleo, con lo cual
no parece que vaya a haber ningún cambio a corto y medio plazo en su política
nuclear.
Asimismo,
otros países de Asia como Vietnam, Malasia e Indonesia tampoco tienen previsto
desacelerar sus programas de desarrollo. India ha prometido examinar todos sus
reactores, pero no detendrá su apuesta por ampliar su programa nuclear. Solo Tailandia
ha anunciado que detendrá todas sus plantas y que no se reactivarán hasta que
no se examinen rigurosamente sus sistemas de seguridad.
En
Europa, el Comisario europeo de Energía de la UE, Günther Oettinger, convocó una
reevaluación de los 143 reactores en territorio de la UE, asegurando que
aquellos que no pasen los exámenes de control de seguridad se cerrarán
automáticamente. Paralelamente, Francia, Reino Unido, España y Rusia también
tienen previstas más revisiones. Por otro lado, Alemania, Suiza e Italia han
reaccionado de forma opuesta al resto, en especial el primero, donde se prevé
un cierre completo de todos los reactores para 2022.
Finalmente,
y en cuanto al continente americano, los EEUU anunciaron una revisión de sus
plantas bajo la Comisión Reguladora Nuclear, mientras que en Venezuela los
planes por construir su primera planta nuclear fueron paralizados (Thomson,
2011: 474-475).
La
respuesta ante el accidente de Fukushima, como acabo de exponer, es desigual y,
cuando menos, poco esperanzadora. Con todo, Japón todavía posee un estatus
único para formar asociaciones con otros países que promuevan una red nuclear
civil a nivel global: es el tercer país con mayor número de reactores, no tiene
ambiciones armamentísticas y ha experimentado dos catástrofes nucleares como
las de 1945 y 2011. En lo que sigue no trataré de exponer qué política energética
abogan el gobierno y otros autores ―si bien el recorrido que tengan estas
políticas es imprescindible si Japón quiere seguir siendo un ejemplo para la
comunidad internacional―, sino que me limitaré a abordar someramente algunos
aspectos en torno a su responsabilidad y los retos que ella exige, ya que
considero que son los más visibles internacionalmente.
En
primer lugar, recojo, a través de Hopson (2013), la idea de “sistema de
irresponsabilidad” del filósofo y politólogo japonés Masao Maruyama (1914-1996),
definida principalmente en su ensayo “Teoría y psicología del ultranacionalismo”
(Masao, 1969: 1-24). Esta idea, mediante la cual Masao trataba de explicar el
sistema psicológico de los japoneses durante la guerra, se refiere a que la
distancia entre cada persona y el emperador, que simbolizaba el valor supremo,
era la vara de medir de la legitimidad y responsabilidad moral de cada uno. En
este sentido, la moralidad era concéntrica en tanto que emanaba del emperador.
Este argumento se ha aplicado a TEPCO, la empresa encargada de la planta de
Fukushima I, por su fracaso a la hora de mantener a raya la fusión nuclear, y
al gobierno japonés y los evaluadores por su inhabilidad a la hora de tratar
debidamente esta catástrofe. Tanto la empresa como el gobierno han seguido
tratando de encubrir la magnitud del desastre hasta la actualidad. Miles de
desplazados, procesos de limpieza a paso de tortuga, polución radioactiva que
empeora cada día. Este es el panorama actual. Además, hasta la fecha no ha
habido ningún tipo de acusación formal hacia nadie ni tampoco ha presentado la
dimisión ningún alto cargo. Lejos de eso, el gobierno continúa promocionando
como “segura” una energía nuclear ecológica y rentable, por ejemplo con el
mensaje que lanzó al mundo el presidente Abe Shinzō en su triunfante
presentación en la final de la Candidatura de Tokio 2020 en Buenos Aires. En
definitiva, no parece que se hayan tomado medidas responsables y contundentes a
nivel oficial.
No
es el caso de la sociedad civil y algunos “disidentes”. Aquí quiero presentar
brevemente el caso Anzai Ikuro. Su testimonio es importante porque se trata de
un ex miembro del Consejo Científico de Japón —considerado como el parlamento
de las ciencias japonesas— y ex empleado del gobierno que sin embargo criticaba
duramente —y lo sigue haciendo— su política nuclear, lo cual le supuso una
serie de acosos que acabaron por apartarle del sistema educativo en los 1970.
Anzai ha visitado con frecuencia comunidades que estaban sopesando la
aceptación de la construcción de plantas nucleares. Su trabajo era de
asesoramiento ante el poco conocimiento en general que se tiene acerca de la
energía nuclear. Su esfuerzo se centraba particularmente en temas de seguridad
respecto a las centrales nucleares. Sin embargo, incluso hoy, Anzai se
avergüenza de su poca capacidad de persuasión debido principalmente al arraigo
de ideas equivocadas en la mayoría.
En su
artículo (Anzai, 2011) explica con detalle el desarrollo de la energía nuclear
en Japón, desde la aceptación de la oferta de los EEUU tras la guerra para
desarrollarla hasta la consolidación de lo que él llama el “pueblo nuclear”, un
hexágono formado por el gobierno central, la industria nuclear, los gobiernos
locales, los especialistas, los periodistas y las organizaciones civiles que
forma un ciclo discursivo a favor de la energía nuclear que se retroalimenta
continuamente.
También
explica su labor actual en el área de Fukushima, de cuyo programa nuclear ha
sido opositor desde 1973. Según cuenta, la causa mayor de la exposición
radioactiva externa, y por ende más perjudicial para la salud humana, es un
metal radioactivo llamado cesio-137 que se encuentra esparcido en la tierra.
Eliminando simplemente dos o tres centímetros de superficie, los niveles de
radiación se reducen considerablemente, de ahí que esta sea una tarea poco
costosa, altamente efectiva y, sobre todo, con efectos directos para la población,
lo cual, a su vez, genera una nueva conciencia moral.
Conclusiones y posibles futuras
líneas de trabajo
A nivel general, con este trabajo he
podido aproximarme al núcleo y los límites del debate sobre el uso y los
peligros de la energía nuclear. Dicho de otro modo, he pasado de sorprenderme
al escuchar los argumentos y opiniones tanto de opositores como de defensores a
no sorprenderme de sus visiones. La razón principal es que todavía no se ha
producido un debate real al respecto. Primero, porque la credibilidad y las
justificaciones ulteriores de los expertos se basan en datos probabilísticos
que no aportan nada al debate, y segundo porque la sociedad civil en general se
encuentra distanciada del él por falta de conocimiento nuclear básico debido
sobre todo al hermetismo por parte de gobiernos y empresas.
Más
concretamente, he podido sacar las siguientes conclusiones:
(1)
El dilema del uso nuclear no difiere en esencia del resto de dilemas que
componen nuestra sociedad actual. Las ideas de “riesgo” y “peligro” ayudan a
explicar en parte las inquietudes que se forman y las decisiones que se toman
al respecto.
(2)
La justificación final que utilizan gobiernos y empresas es indistinta a nivel
mundial. Esta se basa principalmente en un juego de numerología y probabilidad
que no se traduce sino en no acatar responsabilidades cuando se producen
accidentes.
(3)
Un debate ético que incluya a la sociedad civil es urgente. Si este no se
genera de forma democrática, el uso actual de energía nuclear solo puede ser
visto como una suerte de paternalismo o tutelaje que tilda al pueblo de no ser
suficientemente racional para poder decidir. Una salida al dilema nuclear
debería empezar por asumir como propios los efectos retroactivos de nuestras
acciones sobre el entorno, y por ende sobre nosotros mismos.
(4)
La respuesta ante el desastre de Fukushima a nivel internacional es irregular, pero
se han tomado algunas medidas contundentes como las de Alemania. Japón, de
acuerdo con su estatus y su experiencia nuclear, en su doble aspecto como
generador y víctima, tiene la capacidad de liderar una transición hacia otras
fuentes de energía más ecológicas, a pesar de su vulnerabilidad energética, o
al menos de entablar un debate inclusivo en busca de una aceptabilidad moral.
Si bien a nivel de sociedad civil existen movimientos y grupos que apoyan esta
idea, a nivel oficial todavía no hay vislumbres al respecto, más bien todo lo
contrario, hecho que sí puede tranquilizar a la comunidad internacional en
tanto que no se altera el statu quo,
pero que sin embargo significa, de momento, la pérdida de una oportunidad para
obtener autoridad moral como actor responsable.
Por
último, creo que pueden ser interesantes las siguientes líneas de trabajo para
el futuro:
(1)
Analizar procesos democráticos en la sociedad civil o esfuerzos de diplomacia
pública que pretendan promover “desde abajo” una participación general al
debate nuclear.
(2)
Investigar la evolución de la conciencia civil acerca del debate nuclear y
sacar conclusiones al respecto. Por ejemplo, si los desastres nucleares tienen
incidencia o no, en qué medida la tienen, qué impacto tienen población local y
de otros países, etc.
(3)
Qué significado tiene para las relaciones internacionales el hecho de liderar
un esfuerzo ecológico y de energías alternativas.
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Peace Research after 3/11”, The
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Beriain, Josetxo, 1996, “El doble ‘sentido’ de las consecuencias
perversas de la modernidad”, en Beriain, Josetxo (comp.), Las consecuencias perversas de la modernidad, Barcelona: Editorial
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wake of disaster”, Regulation &
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http://arstechnica.com/science/2012/ 03/despite-fukushima-disaster-global-nuclear-power-expansion-continues/
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Irresponsibility and Japan’s Internal Colony”, The Asia-Pacific Journal 11 (52-2).
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Yamamoto, Nobuto, 2013, “After
Fukushima: New Public, NHK and Japan’s Public Diplomacy”, Keio Communication Review (35): 5-24.
[1] Básicamente tiene que ver con
identificar eventos que puedan provocar un accidente y asignarles
probabilidades numéricas.
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