Re-configurando
la estética, el género y la “japonesidad”: el
visual kei como alternativa a las
dicotomías sancionadoras masculino/femenino y japonés/no japonés
Throughout Japanese history,
foreign music, such as the precursors of koto
and shakuhachi, have been taken in
and rendered ‘Japanese’, so that after many centuries their foreign origin is
forgotten.
Gordon Mathews (2004: 336)
Introducción
Este artículo habla sobre el visual kei (vijuaru keiヴィジュアル系[1]), etiqueta que representa una corriente musical y
estética que se empezó a cultivar en Japón sobre todo a partir de la década de
1980 y que destapa nuevas alternativas ya no sólo musicales y estéticas, sino también
de género e identidad a los valores que imperan en nuestros días. Aquí
dejaré a un lado los aspectos musicales y me centraré en el resto de
alternativas que he mencionado.
En
primera instancia, me gustaría advertir que realizar un estudio sobre cualquier
manifestación social y cultural concreta presupone afirmar, o al menos intuir,
que se trata de una expresión con rasgos auténticos, puros y aislados. Al fin y
al cabo, lo que hacemos con este input
cultural no es sino esencializarlo, sin importar cuán directa o indirectamente
sea. Si esto es así, lo siguiente sería preguntarse qué tiene de particular,
por qué es interesante su conocimiento y qué se puede aprender de él.
Con
todo, un análisis “sincero” de estas cuestiones nos podría hacer ver lo macabro
de todo en conjunto: la observación de determinadas sociedades y culturas ―y no
de otras― oculta a menudo una estrategia con fines específicos, los cuales, por
lo general, son aprovechados de forma unidireccional, trazando un recorrido
amurallado de ida y vuelta en lugar de crear puentes de entendimiento por el
que no sólo nosotros sino cualquiera debería poder cruzar. Así pues, no estaría
de más permitirnos ser desconfiados con nosotros mismos por un instante y
preguntarnos por las verdaderas intenciones del “yo” a la hora de analizar al “otro”.
Si en el fondo únicamente pretendemos obtener un interés propio en el
acercamiento a otras realidades, los resultados serán pésimos: lo único que
conseguiríamos sería aislar nuestro objeto de estudio, contornearlo con
estereotipos casi definitivos y, definitivamente, engañarse a sí mismo. Esto es
así porque la única forma de dar valor a una investigación no es otra que
mediante la disposición de sus resultados para
todos y la posibilidad de ser re-debatido por
todos en igualdad de condiciones. Precisamente ésta debería ser también su
finalidad.
Con
esto en mente ―y espero que también en los resultados―, quisiera presentar algunos
debates presentes en torno al visual kei,
concretamente aquellos que tienen que ver con la estética, el género y la
identidad. No pretendo, pues, analizarlos de forma exhaustiva y ni mucho menos
teorizar sobre ellos: simplemente trato de invitar al lector a asomarse a una
ventana alternativa a través de la cual pueda vislumbrar posibles respuestas a
debates ya existentes, se vea suscitado a formular nuevas preguntas y —espero— se
anime a emprender nuevas investigaciones.
De
hecho, existe una sorprendente negligencia en el estudio de la música popular y
el género en Japón, donde no se empezó a mostrar cierto interés hasta finales
de la década de 1990, relativamente tarde en comparación con los Estados
Unidos, que ya se preocupó por ello a principios de la misma. Más aún, el
análisis académico del visual kei
hasta la fecha es minoritario y sólo lo han tratado algunos autores como Inoue
Takako, Murota Naoko, Morikawa Takuo o Koizumi Kyōko (2003a).
Precisamente
por este motivo, he preferido darle a este artículo cierto tono explicativo
que, no obstante, se entremezcla con los siguientes debates: primero, la visión
(anti)modernista con la llegada del rock a
Japón; segundo, la “japonesidad” del visual
kei como factor cultural identitario; tercero, las características que lo
diferencian o no de otras corrientes musicales y estéticas; cuarto, la relación
entre los niveles representacional y personal de los artistas; quinto, la supuesta
prerrogativa del género masculino en la escena musical; sexto, la articulación
estética que propone el visual kei
frente a la dicotomía masculino/femenino; y séptimo y último, el carácter
(ir)racional de su consumo.
¿Proyectaba
la llegada del rock a Japón una
visión modernista o antimodernista?
Hablar de visual kei tiene mucho que ver con
hablar de rock, puesto que éste es el denominador común, musicalmente hablando,
en la gran mayoría de sus representantes, de ahí que su aparición en Japón sea
pertinente. Como cualquier manifestación cultural, ésta no viene dada per se, sino que tiene su origen a
través del contacto cultural, hecho que no deja de hablarnos sobre su modo de
reproducción y difusión. Es bien conocido que el rock nació en el sur de los Estados
Unidos en el período de posguerra; así pues, todo aquello que nace debe tener una
procedencia, en este caso las músicas de origen africano (blues, jazz, gospel, soul, rythm and blues,
etc.) y las músicas de origen anglosajón (especialmente el country). Basta con decir que todos estos estilos derivan, a su
vez, de otros tantos. Si aceptamos esta idea, ¿tiene algún sentido seguir
hablando en términos de pureza al referirnos al visual kei?
El catching-up japonés de posguerra para con los Estados Unidos no fue
sólo económico, sino también social y cultural. Es precisamente durante este
periodo de bonanza económica cuando el rock se filtraría en la sociedad. Ahora
bien, ¿qué representaba esta nueva incursión cultural? Como sugiere Inoue (2003b:
191), el rock anda en paralelo con la idea de modernidad principalmente por dos
razones: primero, por su sonido electrónico, ligado al progreso tecnológico; y
segundo, por su vinculación a las industrias discográficas, ejemplo del
consumismo capitalista contemporáneo, y por lo tanto íntimamente relacionado
con la idea de cultura de masas. Esta observación revela una paradoja: a pesar
de que el rock depende de una tecnología moderna, a menudo los propios artistas
proyectan discursos antimodernistas, como por ejemplo la “cultura gótica”, la
ciencia ficción, el sexo, la violencia, etc. Estos discursos sólo se entienden
como crítica al sofoco que provoca la razón, entendida como única fuente
legítima de lo moderno, y una reposesión del cuerpo y las emociones.
Sea
como fuere, el rock nació bajo el paraguas de una serie de diferencias dicotómicas
entre el mundo euroamericano y el mundo africano (razón/emoción, harmonía/ritmo,
mente/cuerpo, etc.) que, a su vez, encerraban otras de carácter evolucionista. Si
tenemos esto en cuenta, es pertinente la siguiente observación: mientras que
durante la segunda mitad del siglo xx el
rock euroamericano ya experimentaba con símbolos representacionales
antimodernistas, en Japón el rock era símbolo de modernidad, sin que apenas
importara aquello que trataba de evocar mediante su música, ya que ésta estaba inexorablemente
ligada a las nociones de apertura y progreso.
El
rock era demasiado novedoso para la cultura japonesa como para que ésta pudiera
proyectar un sentimiento antimodernista mediante su producción. Y es aquí donde
aparece una nueva paradoja, aunque esta vez de carácter perverso. Con la
llegada del rock a Japón el mundo euroamericano exhibiría una mirada
orientalista al respecto: el afán de reproducir rock en Japón se observaría por
parte de sus “fundadores” como un esfuerzo obstinado en imitar lo “original”,
haciendo que su persistencia en mejorar fuera diametral al ridículo al que se
exponían. Hoy en día todavía no podemos decir que esta mirada haya cambiado
substancialmente.
¿Se puede considerar el visual kei música “japonesa”?
Para plantear
este interrogante me gustaría recuperar aquí la idea de “desasosiego” (fuan 不安) que a menudo utiliza
Funabiki (2006) para hablar del sentimiento del pueblo japonés tras la
imposición de la modernización occidental, a partir de la cual se ha hecho
necesario re-ajustar una y otra vez las dimensiones uchi 内 y soto
外, lo propio y lo foráneo,
aquello que constituye lo “japonés” y lo “no japonés”, mediante pactos de
conveniencia en aras de apaciguar conflictos interpretativos.
Uno
de estos conflictos es el que desarrolla Kitagawa (2009). En un nivel bastante
definido, las expresiones hōgaku 邦楽,
o “música japonesa (tradicional)”, y yōgaku
洋楽,
“música occidental”, no acaban por aclarar, en otro nivel mucho más subjetivo,
qué se entiende de forma general por música “japonesa” y música “no japonesa”,
especialmente en lo que se refiere a la música popular[2].
Así pues, lo que delimita la “japonesidad” musical según la perspectiva “japonesa”
—un límite, al fin y al cabo, casi anónimo, idealizado y simplificador— es la
lengua de la letra de las canciones y el origen de los intérpretes, con lo cual
las versiones de música rock adaptadas
musical y lingüísticamente por artistas japoneses han sido y siguen siendo a priori consideradas música “japonesa”.
Esta
desazón interpretativa está relacionada con el dilema lingüístico del rock
japonés durante la década de 1970, esto es: ¿el rock debe cantarse en inglés
como esfuerzo por mantener su esencia, o es preferible el uso del japonés para
transmitir su mensaje sin trabas lingüísticas? Sin embargo, aquellos que
abogaban por conservar el inglés en las letras de sus canciones pronto quedaron
al margen a favor de los que respaldaban su adaptación al japonés, ya que estos
últimos se vieron motivados —o más bien tentados o absorbidos— por otros
géneros de música popular que ya se habían adelantado en el mercado y en todos
los estratos de la sociedad introduciendo, asimismo, composiciones típicas del rock.
De este modo, y a pesar de que este género terminó por quedarse atrás si atendemos a
los escasos beneficios que generaba, con la libertad que otorgaba
el hecho de no estar expuesto al obstáculo lingüístico y de tener la sensación
de estar creando algo “propio” y “moderno”, la década de los ochenta experimentó
un gran aumento de grupos amateur y
fue a partir de entonces cuando empezaron a surgir numerosos referentes del rock
dentro de Japón.
Hasta
este momento, debido a que la noción de modernismo todavía se percibía
relativamente como sinónimo de occidentalismo, las mismas cuestiones que se
había planteado el rock occidental en torno a la dicotomía modernismo/antimodernismo
se habían trasladado ahora a Japón, en este caso, en una tensión constante de
carácter ontológico entre occidentalismo versus
japonismo. Tal y como argumenta Funabiki, el desasosiego identitario también
surge en épocas de tranquilidad y bonanza económica (2006: 21), como la que
precisamente sufrió/gozó el país sobre todo durante la década de 1980 debido a
su “propia” modernidad. Durante este periodo la modernidad ya no sólo se importaba,
sino que se producía, consumía y reproducía en origen, se ataviaba con “la
circularidad de un discurso autorreferencial y sostenido, legitimado por su
propia práctica” (Guarné, 2010: 200). Especial importancia tuvieron los cambios
socioestructurales si consideramos las profundas transformaciones en el seno
del ie 家, entendido como el sistema de organización
familiar “propiamente” japonés[3], de ahí que a
menudo se hable de un “cambio generacional” excepcional[4],
en el que los jóvenes ya no sólo no re-producen el habitus trazado por sus padres, sino que lo transforman hacía unos
límites genuinamente diferentes respecto al de sus antepasados[5].
De cualquier modo,
particularmente la juventud japonesa vio cómo a través de un individualismo
importado podía construir nuevas vías de autoformación que diferían de aquellos
patrones que la sociedad les instaba a ejecutar y que poco o nada tenían que
ver con la “verdadera” realidad. Según Inoue, si este nuevo individualismo se utilizó
como una herramienta representacional es porque “the high-consumption society
constructs the ‘self’ in accordance with what the ‘self’ consumes, and
‘individuality’ is regarded as a crucial concern” (2003b: 193). No obstante, no
comparto la idea de que el nuevo escenario identitario que se iba conformando
se pueda explicar únicamente por la
existencia de unos medios manipuladores y una audiencia dócil, así como
mediante la idea de una descalificación moral e intelectual frente al
consumismo. En definitiva, muchos jóvenes llevaron a cabo una heteropraxia como
respuesta a una crisis identitaria causada por las incongruencias que experimentaban
en el día a día; sin embargo, que estos jóvenes no hayan recogido —en parte— el
testigo que sus padres le han pasado y que hayan utilizado —también en parte—
herramientas culturales e ideológicas del extranjero para reivindicarse no
quiere decir que esta nueva generación carezca de “japonesidad”, habitualmente
definida y delimitada por aquellos que pretenden evitar cualquier tipo de
alteración, y por lo tanto, perpetuarla. Es precisamente a partir de este
período de incongruencia identitaria cuando poco a poco empieza a surgir lo que
tiempo después se catalogaría, entre otras etiquetas, como visual kei.
¿Qué rasgos diferencian al visual kei, si es que existe alguno?
Deyama Toshimitsu y Hayashi Yoshiki, más
conocidos como TOSHI (vocal) y YOSHIKI (batería y piano)[6],
formarían en 1982 un nuevo grupo llamado X[7]
después de varios años tocando juntos en un colegio de la ciudad de Tateyama
(Chiba). Debido a su gran éxito, en 1989, tras su debut major[8]
con el sello discográfico Sony Records, lanzaron su segundo álbum, BLUE BLOOD, con el que consiguieron el
verdadero salto a la fama[9].
YOSHIKI, su líder, pronto crearía un eslogan para el grupo: “PSYCHEDELIC
VIOLENCE/CRIME OF VISUAL SHOCK”. Este galimatías, probablemente casi
impronunciable para cualquier japonés que lo leyera por primera vez, encerraba
un significado poderoso que encarnaba la esencia del grupo y, por extensión, la
de todos sus seguidores y el propio género musical y estético que
producían/consumían. Sería a partir de este eslogan que se empezó a utilizar el
término “visual kei” (Inoue, 2003a: 27).
Pero ¿qué
diferenció a este grupo de rock del resto? La respuesta es que si bien no
parecía existir ninguna diferencia notable respecto a las corrientes musicales
y estéticas occidentales de las cuales había bebido, parece evidente que el
simple hecho de agregar su(s) propia(s) cultura(s) ya lo estaba(n) definiendo y
de algún modo particularizando. Es precisamente por esta razón por lo que
prefiero denominar al grupo X como “catalizadores” en lugar de “creadores”, “fundadores”
o, rozando la cacofonía, “inventores” del visual
kei. Utilizo la metáfora de la catálisis porque se trata de una reacción
química (cuyo resultado propicia la percepción colectiva del visual kei como género singular, como
algo distinto de aquellos elementos gracias a los cuales se ha formado, es
decir, los reactantes) propiciada, o mejor dicho, acelerada por un catalizador
(el éxito del grupo X). El resultado no ha sido más que la combinación de un
número limitado de variables que potencialmente podían crear un número
ilimitado de posibilidades, al igual que, por ejemplo, los sabores básicos, los
colores primarios o las notas musicales.
Además, cabe
advertir de que, aunque en la actualidad el visual
kei se esté difundiendo alrededor del mundo bajo la percepción de cultura
original/originariamente “japonesa” —algo doblemente contradictorio si se
observan las fuentes de las que ha bebido y que son ellos mismos, los no
japoneses, los que la están reproduciendo— es preciso descartar el llamado
“efecto bumerán” o de “retorno cultural”. Lo que esta noción lleva implícito es
la idea de esencialismo, la idea de que existe “algo” inmutable que está
continuamente viajando, incluso de que ese “algo” no puede estar en dos o más
sitios a la vez.
De hecho, a pesar
de que muchos artistas no japoneses pretendan reproducir una música y una
estética visual kei “japonesa”, y de
que muchos fans pretendan estar consumiendo un producto que únicamente viaja desde Japón hacia el exterior, se trata de una mera ilusión ya que ambos polos
se retroalimentan continuamente y se conforman motivados el uno al otro.
Considero asimismo que a este proceso, en particular al de los flujos
interculturales que propicia el visual
kei (significados, objetos e identidades), se le puede asignar cierto
carácter de “omnipresencia cultural”, puesto que el acceso a estos flujos es
inmediato, independientemente de la posición que ocupen emisor y receptor[10].
Ciertamente,
la única pauta que siguen los representantes del visual kei no es otra que la de expresar su arte no sólo mediante la
música, sino de igual forma —o mejor dicho, con la misma importancia— haciendo
uso de la imagen, potenciando así un imaginario visual que anda en paralelo con
la partitura. Los estilos de música que abarca esta corriente no quedan de todo
delimitados y de hecho los propios artistas se encargan de difuminar y derribar
cualquier etiqueta que ponga en peligro su libertad a la hora de componer; si
bien lo cierto, como ya he dicho, es que la mayoría de artistas utilizan los
instrumentos típicos del rock en sus composiciones. Por su parte, lo mismo
sucede con la estética: ésta generalmente goza de total libertad y no es nada
extraño que cambie de forma radical entre la promoción de un lanzamiento y otro.
Con todo, a pesar de que ésta sea la teoría, la realidad evidencia que existen
diferentes subgrupos tanto musicales, estéticos, como regionales, aunque lo
cierto es que no están ni mucho menos tan reconocidos oficialmente como lo
están por los fans.
Los
primeros grupos que cumplían esta simple premisa que caracteriza al visual kei comenzaron a aparecer durante
la década de 1980 y a menudo se considera la posterior década de 1990 como el
apogeo de esta corriente. Efectivamente, ya existían grupos similares a X antes
de su formación, pero una de las razones por las que no acabaron de tener éxito
fue la discriminación que sufrieron por parte de los medios de comunicación que
a menudo los nominalizaban en diversas categorías tales como okeshō bando お化粧バンド (“grupos con maquillaje”), kamitatekei 髪立て系
(“grupos con los pelos de punta”), kurofukukei 黒服系 (“grupos con
trajes negros”) e iromono 色物 (“trajes coloridos”) (Inoue, 2003b: 196).
Además, a pesar de que antes haya utilizado la
clasificación que hace Kitagawa sobre el criterio japonés ―se entiende que
elitista― de separar la música “japonesa” de la que no lo es, debo señalizar
ahora que si bien en la mayoría de canciones de los grupos visual kei el requisito
lingüístico se cumple sin problemas, el hecho asimismo “evidente” de que éstas
están interpretadas por artistas japoneses parece tropezar con algunas trabas.
La ecuación que utilizan algunos autores como Sugimoto (2006) para referirse al
discurso exclusivista y asimilador del nihonjinron, el cual pretende argumentar
cómo y quiénes son los japoneses, es la siguiente: N=E=C, en donde “N” se
refiere a nacionalidad, “E” a etnicidad y “C” a cultura, si bien esta fórmula
no es exhaustiva. Así pues, estos artistas con apariencias estrambóticas
—siempre en relación a lo que se considera como “normal”—, sí, son nacionalmente
japoneses, pero por un lado, étnicamente, esto es, estéticamente o visualmente,
son algo extraño o en cualquier caso algo muy alejado a cómo debería ser un
japonés; y por otro lado, lo que estos artistas proponen se aleja sobremanera a
todo lo que una minoría intelectual clasifica como cultura japonesa.
¿Dónde se encuentra el límite entre lo
representacional y lo personal?
El comentario que más repiten aquellos que por primera
vez ven una foto o un vídeo de cualquier grupo visual kei no es otro que: “¿Cómo?
¿Qué son todos hombres? Y ahora me dirás que no son gays...”. Ante esta
reacción de incredulidad, cabe mencionar que por lo general la estética de
estos artistas no guarda relación con su sexualidad, a diferencia de otras
categorías transgénero en Japón, como por ejemplo los okama おかま,
los gei bōi ゲイボーイ, los burū bōi ブルーボーイ
o los nyū hāfu ニューハーフ (McLelland, 2000, 2004), o algunos artistas del glam
o el glitter rock europeo como el archiconocido David Bowie.
La imagen que estos artistas exhiben en público no es
sino una simple representación, es la dimensión del omote 表
(la superficie, la apariencia, lo explícito) de que se sirven para reflejar su
expresión artística y sus fines promocionales, así como para acicalar de alguna
forma el trabajo “duro” que hay detrás de la purpurina. Por lo tanto, si tanto
dependen profesionalmente de una representación que cuidan hasta el más mínimo
detalle[11], no es de extrañar que por lo general poco o nada se
sepa de su dimensión ura 裏 (lo que hay detrás, lo que no se ve, lo implícito), como
lo es su vida privada y sus consideraciones personales más allá de las que expresan
bajo su nombre artístico. Y esto en Japón, a diferencia de muchos otros países,
se respeta escrupulosamente tanto por los fans como por los medios de
comunicación.
En relación con esta organización del “yo” —aunque
bien podríamos hablar de los “yoes”— a través de una dinámica bipolar que
separa trabajo y vida personal, no sorprende que los propios artistas decidan
crear su alter ego mediante la creación de un grupo paralelo —normalmente
temporal y de menor importancia, aunque no siempre— con el que pueden expresar
todo aquello que no podían o no tenía sentido expresar con su grupo principal.
Un buen ejemplo de ello son los miembros del grupo ナイトメア
(Naitomea)[12]. Si bien éstos suelen experimentar con un rock duro y
una imagen seria, su alter ego, 仙台貨物 (Sendai kamotsu)[13], representa todo lo contrario: un estilo punk y ska alegre
que se mezcla con lo alocado, lo ridículo, lo gracioso y, por si fuera poco, numerosas
referencias a temas homosexuales que hacen de todo en conjunto un gran absurdo
absolutamente contradictorio respecto al grupo original en el que los fans
participan sin preguntarse si esa otra cara del grupo representa o no su verdadera
personalidad. Este “otro yo” dentro del “otro yo” que representa el grupo base
no deja de ser una nueva alternativa identitaria deliberada del “yo” dentro de
la dimensión omote, y, esta distinción, lejos de ponerse en duda, se recibe con
total naturalidad.
De cualquier modo, como apuntan algunas teorías ya
desde principios del siglo xx pero
sobre todo en las últimas décadas, quizá ni siquiera exista un único género en
cada persona, sino que se posee un género biológico y otro(s) teatral(es), uno
dado y otro(s) que se conforma(n). Es precisamente el segundo tipo el que se
re-negocia constantemente, el que los artistas de esta corriente y los jóvenes
en Japón y en todo el mundo están utilizando para expresar su voluntad de
cambio. Es probable, pues, como indica Ashikari, que “[t]he gender ideology is
learned and understood through the body and through its representation in
public, rather than simply being imposed” (2003: 31).
¿Se trata el visual kei de una comunidad homo-social?[14]
La escena
musical del visual kei está
protagonizada casi en exclusiva por el género masculino, y este protagonismo se
ha conformado tal y como es no por una decisión propia del sexo masculino, sino
por la composición de valores masculinos previa en el rock antes de su llegada
a Japón.
Para desarrollar esta idea, debemos
partir de la premisa de que el rock, y más aún sus versiones más duras como el hard rock y el heavy
metal, se usan, se apropian, y por lo tanto se identifican
con lo masculino. Un dato objetivo es que todavía el número total de mujeres
que forman parte de grupos rock es relativamente inferior al de los hombres,
independientemente del nivel de misoginia y sexismo en la industria musical.
Sin embargo, el debate en el ámbito académico sobre este asunto ha girado más
en torno a la pregunta de por qué los hombres forjan su identidad masculina a
través del rock, por lo que a menudo se ha dejado de lado el debate referente a
las restricciones socioculturales de género. Indistintamente de cuál sea el
motivo de esta desigualdad, lo que parece claro es que durante la breve
historia del rock, éste a menudo se
ha asociado a las ideas de lo agresivo, lo violento, lo potente, lo sexual,
etc., todas ellas atribuidas y proclamadas reiteradamente por el ámbito
masculino, anclando así esta percepción en el imaginario colectivo.
Como he mencionado anteriormente, el
rock depende de la tecnología, de ahí que con esta premisa las mujeres también
deberían poder expresar tal “agresividad” en igualdad de condiciones. Pero esta
evidencia no refleja el rol de éstas como artistas, ya que la realidad nos dice
que las mujeres suelen ocupar casi en exclusiva puestos como los de cantante o
teclista. El caso de Japón no es una excepción, e Inoue argumenta que mientras
que a las mujeres tradicionalmente se les ha apartado de la tecnología durante
su periodo académico, a los hombres se les ha estimulado su conocimiento y control
(2003b: 269). Precisamente a ella se le enseñó a realizar tareas domésticas
mientras que a los chicos de su misma clase se les instruía con el objetivo de
dominar la tecnología.
Pero, si esto es así, ¿por qué los
artistas del visual kei, quienes
supuestamente están acentuando su masculinidad, deciden utilizar grandes dosis
de maquillaje, elemento generalmente atribuido al sexo femenino? Una respuesta
a esta pregunta parece más asequible si se invierte el orden de esta consideración:
¿por qué el hecho de maquillarse se considera una prerrogativa de la mujer?
(Walser, 1993). Tradicionalmente han existido y existen numerosos ejemplos de
representaciones en las que el hombre hace uso del maquillaje, como lo son la
ópera europea o, en el ámbito de Asia oriental, el kabuki 歌舞伎 o
la ópera de Pekín (jingju 京剧)[15]. Además,
durante los siglos xvii y xviii muchos de los europeos de clase
alta utilizaban maquillaje de forma habitual. Es precisamente a través de un
proceso de patriarcalización por el que la esfera estética del hombre —y por
ende de la mujer― ha quedado limitada a lo que conocemos hoy.
No
obstante, hoy en día el uso habitual de maquillaje y en general la existencia
de una visión narcisista por parte de los hombres en Japón no sólo se ha
popularizado entre los artistas del visual
kei, sino también entre aquellos que nada tienen que ver con esta
corriente, especialmente a través del éxito de aquéllos desde los ochenta. Algunos
autores, sin embargo, lo atribuyen a la herencia del kabuki y a la influencia del manga
para chicas (shōjo manga 少女漫画), así como otros
explican el visual kei como el principio
del fin de la hegemonía patriarcal en el rock. Si bien estas explicaciones
pueden tener parte de razón, también se debe decir que pecan por ser demasiado
reduccionistas: la primera ignora que fuera de Japón los hombres también puedan
llevar maquillaje, y la segunda no tiene en cuenta el todavía reducidísimo
número de artistas femeninas en el visual
kei.
Hombres y mujeres, al fin y al cabo, parecen
ser más aliados que competidores a la hora de alcanzar nuevas identidades de
género en un entorno de deslegitimación de las sociedades imaginadas que
proponen las naciones-estado. Los jóvenes de ambos sexos parecen estar de
acuerdo en rivalizar el ideal de salaryman[16]
(sararīman サラリーマン), figura que
personifica la des-erotización, proyectado también en la figura anti-estética
del oyaji 親父 u hombre de
mediana edad poco atractivo (Iida, 2004: 4). “Hombres” y “mujeres” cada vez más
dejan de considerarse mutuamente como tales de acuerdo a los valores establecidos
y consideran más importantes otros criterios alejados de la cultura
corporativista.
Paradójicamente,
esta convergencia en la búsqueda de valores por parte de ambos sexos también ha
propiciado de alguna forma el carácter homo-social de la escena del visual kei. Si se tiene en cuenta la
importación en Japón del rock más el afán de desarrollo económico y tecnológico
del país —ambos con un fuerte discurso masculino incluido—, parece razonable
que si alguna vez se producía una ruptura de valores estéticos de la forma en que
el visual kei la ha llevado y está
llevando a cabo, ésta probablemente tenía todas las de estar protagonizada —al
menos inicialmente— por el género masculino, ya que sencillamente era éste el
único que lo podía hacer. Esta es sin duda una de las explicaciones más
razonables que explicarían la formación
de esta homo-sociedad.
¿Feminización de la masculinidad o
masculinización de la feminidad?
El debate sobre
qué paradigma define mejor la tendencia reciente de ruptura en la dicotomía elitista masculino/femenino parece centrarse
en la continua re-formulación de las preguntas que dan título a este apartado y
que he sintetizado en las siguientes relaciones de orden: “M<F”, donde la
esfera de dominio[17] masculina
tiende a la femenina de forma pasiva, de ahí que se trate de un proceso de subordinación
o aceptación, y “M>F”, donde la esfera masculina se agranda, incluso entra,
de forma activa en la femenina, de ahí que se trate de un proceso expansivo o
incluso de intrusión.
De
cualquier forma, y dejando a un lado los diferentes cambios en las esferas de
dominio de cada sexo, parece claro que, bien por sujeto paciente (M<F), bien
por sujeto agente (M>F), los que están experimentando un mayor cambio son
los hombres, si bien las mujeres no quedan al margen de esta reestructuración.
En
primera instancia, se podría pensar que al menos uno de estos paradigmas integra
esta realidad de cambio, sea más o menos preciso a la hora de explicar quién
domina los flujos estéticos y hacia qué sentido se dirigen. No obstante,
mantengo que ambos son inapropiados puesto que re-afirman y proclaman una
dicotomía estética masculino/femenino, sea la establecida por una hipotética
hegemonía, sea la del observador en particular. En otras palabras, si se dice
que la masculinidad se “feminiza”, esto no sólo implica que este cambio
refuerza el discurso hegemónico sobre cómo debería ser la feminidad, sino que
además da por hecho que existe tal feminidad con unas fronteras estéticas
particulares e inamovibles que, de ser traspasadas, ya no se estaría hablando
de algo femenino. Por el contrario, si se considera que la feminidad se
“masculiniza”, se establece un pacto con esta supuesta hegemonía sobre cómo
debería ser la masculinidad y de paso se manifiesta la existencia de un
contorno definido e inalterable. Así pues, en lugar de hablar de una dicotomía que define un género masculino y un género femenino como mutuamente
exclusivos, parece más apropiado hablar de una gran esfera en la que cada
individuo se sitúa y se mueve a través de ella pactando y re-negociando su
estética y sus interrelaciones con los demás sujetos de acuerdo con la
situación de unos y otros.
Retomando
la idea de esferas de dominio, algunos autores como Inoue proponen que, en el
caso del visual kei, el modelo M>F
que he propuesto es el que expresa mejor la realidad subyacente, donde el
hombre expande su esfera estética en detrimento de la mujer (2003a, 2003b). Siguiendo
esta teoría, las nuevas categorías estéticas con las que experimentan estos
grupos musicales son apropiadas y representadas únicamente por el género
masculino. De esta forma, el género femenino se ve imposibilitado de participar
en esta representación porque los contornos de su esfera estética parecen estar
siendo circundados por la de los hombres, con lo cual lo único que éstas pueden
hacer no es otra cosa que permanecer como simples fans, y así, fortalecer si
cabe aún más la dicotomía masculino/femenino. Esto explicaría por qué la gran
mayoría de artistas son hombres y la gran mayoría de fans son mujeres. Con esta
idea, pues, parecería que los únicos beneficiarios del visual kei son los hombres, pero esto carece de coherencia de
acuerdo a lo que verdaderamente sucede.
Sí
parece ser cierto que a priori las
mujeres tienen más dificultades que los hombres a la hora de formar (parte en)
este tipo de grupos, pero la razón no se debe estrictamente a una prohibición
de éstos, sino, como se ha propuesto antes, tiene que ver con la tradicional idea
ilusoria de masculinidad anclada en el rock, es decir, a los vestigios de un
modernismo masculinizado. A menudo se malinterpreta la idea de que los hombres
adoptan “activamente” un discurso masculino —producir rock—, mientras que las
mujeres toleran “pasivamente” un discurso femenino —únicamente ser fans mediante el consumo de lo que aquéllos producen
y únicamente imitar su estética
mediante prácticas como el cosplay (kosupurē コスプレ).
De
nuevo, aunque el enfoque M>F parece ser la norma, la realidad es más compleja
y se encuentra en pleno proceso de cambio hacia una relación hombre-mujer más
justa. Cada vez más el género femenino en Japón encuentra nuevas formas
estéticas alejadas de las que producen los artistas dentro del visual kei y que tampoco tienen nada que
ver con los modelos que se exportan desde el exterior (Miller, 2004). Más aún,
los grupos del visual kei formados
íntegramente por mujeres, si bien todavía son una minoría, cada vez más están
haciendo acto de presencia. Un buen ejemplo de esta tendencia es el gran éxito
que están cosechado grupos como, por ejemplo, exist†trace[18],
formado en 2003 y que acaba de hacer su debut major en junio de 2011.
Contrariamente,
parece posible hablar, no obstante, de una feminización de la masculinidad como
parte de la feminización de la cultura, entendida, en este caso, bajo una
mirada marxista en base al aumento de la comercialización en un mundo
capitalista que se encuadra en el contexto actual del posmodernismo[19].
La
expresión “feminización de la cultura” se usó inicialmente para designar la
rápida y mayor participación de la mujer en el mercado de trabajo a medida que
aumentaban las jornadas a tiempo parcial, los empleos alejados de los
sindicatos y el sector servicios, todo ello haciendo mucho más visible a la
mujer (Iida, 2004: 9). De esta visión comercial se puede deducir que, por un
lado, existe una erosión continua de la elite, el modernismo y el
patriarcalismo, y por otro, que la estética masculina está siendo
mercantilizada y supeditada a una representación estilística de la misma forma
que lo ha estado el género femenino. No se trata aquí de un fenómeno que “no
debería estar sucediendo”, en el que el género “superior” se está degradando al
nivel del género “inferior”: ambos son víctimas en el momento en que se les
considera una mercancía.
Ciertamente,
la tensión constante entre lo masculino y lo femenino se transforma a causa de
un ritmo capitalista frenético, pero sólo en parte. El cambio sociocultural no
es ni mucho menos unidireccional, sino que se trata de un interjuego de
intenciones, estrategias y mensajes que van y vienen entre unos actores y
otros, en donde todos participan a la vez como sujetos agentes y pacientes. Autores
como García Canclini hacen hincapié en la racionalidad que existe entre
consumidores y productos, lejos de las visiones marxistas que distinguen a los
productores como únicos maquinadores de la oferta. Seguramente, dos de las
líneas de entendimiento que propone este autor, y que más nos pueden ayudar a
explicar el consumismo propiciado por la industria del visual kei, son los aspectos simbólicos y estéticos de la “racionalidad
consumidora”, la que condicionan nuestro estatus social, y la “racionalidad
integrativa y comunicativa”, incluida en aquélla y que le otorga lógica y
sentido (2007: 256). Autores como Pierre Bourdieu y su obra La Distinction (1979) dieron pie a la
comprensión de que las relaciones sociales contemporáneas no se construyen
tanto por la lucha de los medios de “producción” como por la de los medios de “distinción”.
Esta “distinción” sólo se puede conseguir si los bienes adquiridos son
reconocidos por los miembros de una misma sociedad[20].
Así
pues, si el visual kei se ha
distinguido y ha sabido articular una comunidad que, particularmente por su
estética, está en contra de los valores establecidos por la elite, es precisamente
porque ésta entiende su significado. Además, la periodicidad, la cantidad y el
coste del consumo por parte de sus seguidores no vienen dados de forma
arbitraria, sino que obedecen a un consumo ritualizado que da “sentido a [un]
rudimentario flujo de acontecimientos” (Douglas y Isherwood, 1990: 80), es
decir, los “objetos rituales” o bienes no sólo sirven para suplir una necesidad
o insatisfacción, sino que se emplean sobre todo para suplir una constante
crisis de significación, siendo por ello “recursos para pensar el propio
cuerpo, el inestable orden social y las interacciones inciertas con los demás” (García
Canclini, 2007: 257).
Por
último, y terminando con esta visión del consumo, creo necesario dentro del
proceso de globalización del visual kei
considerar la idea de que el consumo en la actualidad estructura a sus
implicados con mucha más eficacia que algunas unidades estructurales como la
etnicidad, el territorio, la clase y la nación. Al fin y al cabo, “consumir es
hacer inteligible un mundo donde lo sólido se evapora” (García Canclini, 2007: 257).
En
conclusión, el boom del visual kei durante la década de los 1990
no se debe tanto a una estrategia comercial que pretendió mercantilizar la
estética masculina, como sí a una actitud mucho más racional que pretendió
proseguir la ruptura y la libertad de valores encarnados inicialmente por el
grupo X. El debate de este apartado es un debate por lo general externo a la
propia escena del visual kei y sus
seguidores, y esto es pertinente al observar que ninguno de estos dos grupos
comparte los límites que comúnmente acotan las categorías de “feminidad” y “masculinidad”,
ya sean impuestas por una elite política o una estructura económica.
Comentario final
En este artículo
he tratado de poner sobre la mesa algunas cuestiones que giran en torno al visual kei, una corriente musical y
estética presente en Japón desde la década de 1980 pero que poco a poco, y
sobre todo a partir de los años noventa, ha venido experimentado un proceso de
globalización hasta tal punto que se hace inevitable ya no sólo conocerlo, sino
tratar de interpretarlo de la manera más justa posible bajo una mirada que
trate de sobreponerse a los numerosos prejuicios que lo revisten desde el
momento en que se le dio nombre.
Ciertamente, quizá sea algo
precipitado presentar debates sobre un tema que poco o nada se conoce. He
tenido esta idea en mente antes, durante y tras la redacción de estas líneas;
sin embargo, he creído oportuno darle este enfoque por diversos motivos.
Primero, porque consideraba que nunca podría hacer audibles y visibles una
retahíla de características dispuestas a modo de tableau en un artículo descriptivo mediante el único uso de las
palabras. Para conseguir tal efecto, lo más sencillo —a mi juicio— sería que el
lector curiosee unos minutos por la red y descubra, experimente y se cuestione
sobre este objeto de estudio. Y segundo, porque de alguna forma quería incitar
al lector a proseguir esta línea de investigación, cualesquiera que sea la
dirección que escoja. En otras palabras, no quería simplemente presentar sino también —si se me permite
la expresión— incomodar.
Por último, y a modo de conclusión,
me gustaría retomar brevemente el debate sobre la “japonesidad” de la música
japonesa (¡gran paradoja!) recuperando las últimas líneas del artículo de Mathews
(2004) en torno a este mismo asunto. Ante el escepticismo de la mayoría de sus
informantes, todos ellos músicos japoneses, sobre si su música puede/debe
considerarse japonesa o no, el autor acaba con estas palabras: “These potential
bearers of a new Japaneseness have not yet caught the imaginations of Japanese
at large, enabling them to say, ‘Oh, so this is what Japaneseness is…’ When a particular musical group or genre emerges that
can convince a broad range of people in Japan and throughout the world that it
is ‘Japanese’, this will be the new Japaneseness” (Mathews, 2004: 347). Este
comentario en condicional —de hecho el autor no tiene esperanzas de que ello
ocurra a corto plazo— parece ya una realidad en el caso del visual kei. Deseo, pues —y supongo que
él también—, que este movimiento pueda proporcionar una percepción de la música,
la estética y el arte en general desligado de cualquier tipo de fronteras
políticas o económicas.
Sin
duda, cualquier manifestación artística queda inexorablemente particularizada
por aquellos miembros que la producen, transmiten y modifican, pero ello no
quiere decir que tal o cual arte le pertenezca exclusivamente a tal o cual territorio.
En este sentido, el arte no debería entenderse como una dialéctica cultural entre lo universal y lo particular, sino
en ellos, en la Cultura en mayúscula
y la cultura en minúscula, beneficiándose con
ellas y no de ellas. Los problemas relacionados
con la localización del arte se deben a la apropiación e inclusión de elementos
externos al arte per se que no hacen
sino delimitarlo y excluirlo, lo hacen entender no con las demás formas de arte, sino en oposición a ellas.
Fuentes
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[1]
Muchos autores utilizan indistintamente el término visual rock (vijuaru rokku ヴィジュアルロック) debido a que la
gran mayoría de los grupos “adscritos” a esta corriente utilizan los
instrumentos propios del rock. De cualquier modo, aquí utilizo el término visual kei porque denota un sentido más
amplio (nótese que “kei” 系 es un sufijo con
el sentido de “relacionado con” o “de origen”). También es común encontrar este
término en japonés en su forma abreviada buikei
V系. Además, a pesar de la composición
silábica “vi ヴィ”, es igualmente común el uso oral de la sílaba “bi ビ” para referirse a
este término, ya que se trata de un sonido más natural en la lengua japonesa.
Por último, el hecho de que en su categorización aparezca la palabra visual puede implicar rasgos
peyorativos, puesto que denota una subcategoría orientada a lo meramente estético
más allá de lo que se considera “normal”, y aunque no quede reflejado
directamente, también acaba por implicar cierta relajación en el aspecto
musical, simbolizando así a unos artistas “poco serios” musicalmente hablando.
El valor negativo de esta interpretación ha evolucionado de forma diametral al
éxito que ha venido cosechando este movimiento.
[2] Kitagawa distingue entre art music, folk music y popular music, la última de las cuales “assumes
a large-scale audience; its composers can be specified; it circulates through a
medium which records its sounds; its period of acceptance is relatively short;
and it aspires to financial gain” (2009: 161).
[3]
Así se ha considerado en Japón desde el periodo Meiji (1868-1912) (Ochiai,
2005: 355) y más aún a través de la literatura nihonjinron 日本人論 desde el período de posguerra. Seguramente,
una de las obras que más cuenta dan de la importancia y sobre todo del carácter
particular del ie respecto a otras
estructuras familiares fuera de Japón ha sido Kinship and Economic Organization in Rural Japan, escrita en inglés
por Nakane Chie. Algunos
ejemplos diferenciadores del ie,
según la autora, son que la familia japonesa “includes all co-residents and is
not necessarily restricted only to the members of a family”, y que además “[includes]
not only the actual residential members but also dead members, with some
projection also towards those yet unborn” (Nakane, 1967: 1-2).
La literatura nihonjinron se trata de “una construcció ideològica, un discurs representacional
hegemònic en l’ocultació de la contradicció i el dissens, de l’heterogeneïtat
que integra tota la cultura, en la reproducció social d’un statu quo coherent amb les idees de puresa, homogeneïtat i singularitat culturals [...] [E]sdevé
així un gènere de l’”esencialisme cultural”” (Guarné,
2006: 6-7). Algunos de los autores cuyas obras han tenido más impacto por su
crítica en torno a este paradigma argumentan que el nihonjinron más que explorar la cultura japonesa se trata de una
herramienta para su construcción (Mouer y Sugimoto, 1986).
[4]
De hecho, a partir de la Segunda Guerra Mundial cada nueva generación ha sido
etiquetada de acuerdo con su “excentricidad”. Algunos ejemplos van desde los taiyōzoku 太陽族 de la década de
los 1950 por su hedonismo y su carácter crítico en contra del Tratado de
Seguridad con los Estados Unidos; pasando por los radicales y sus revueltas en
la década de 1960, los shirake sedai しらけ世代
(“generación indiferente”) de la década de los 1970, y los shinjinrui 新人類(nueva especie), ni siquiera
considerados japoneses; hasta los otaku
おたく de la década de
los 1980 y las kogyaru コギャルde
finales de la década de 1990 por su estética grotesca (Mathews y White,
2004: 5).
[5]
Ésta sería la versión pesimista en contra de la que opina que simplemente
se trata de un asunto cual de ley de vida que se repite generación tras
generación (Mathews y White, 2004).
[6]
Los artistas japoneses, y no sólo en el ámbito musical, acostumbran a definir
cuidadosamente su nombre como artista y el título de las obras que producen.
Así pues, el nombre artístico referido en el texto debería escribirse
únicamente con ortografía en mayúscula. En este artículo, a pesar de que el
castellano no convenga esta escritura, conservaré la forma original en cuestión
para evitar confusiones con otros artistas y sus trabajos.
[7]
En 1992, el gran éxito que había alcanzado el grupo hizo que su nombre cambiara
a X JAPAN para evitar conflictos de derechos de autor con un grupo californiano
del mismo nombre que ya se había formado en 1977. Así pues, utilizaré “X JAPAN”
para referirme a él, a pesar de que el periodo de su actividad al que haré
referencia en el texto tenga que ver mucho más con el periodo en que se
promocionaban como X. Página web oficial: <www.xjapanmusic.com>.
[8]
En Japón, realizar un debut major (mejā メジャー),
es decir, firmar con un sello discográfico importante si se tiene en cuenta su
capital, representa un gran salto en cuanto a popularidad, ya que, entre otros
beneficios, permite al grupo en cuestión participar de forma regular en los
medios de comunicación. El término major
se utiliza en oposición al de indies
(indīzu インディーズ),
que representa el hecho de ser independiente en la industria musical, sea de
forma deliberada o no.
[9]
Es común asociar al grupo musical X con el ex primer ministro japonés Koizumi
Jun’ichiro (abril 2001-septiembre 2006), quien ha declarado en diversas
ocasiones que X es su grupo predilecto y que su canción favorita en los
karaokes es su balada Forever Love.
Esta canción, además, sirvió como tema para el Partido Democrático Liberal
durante la campaña electoral de 2005, a la que también se sumó el propio
YOSHIKI.
[10] El visual kei se ha introducido y ha ido
creciendo en popularidad fuera de Japón mucho tiempo antes de que se vendiera
un solo disco o de que un grupo decidiera salir a tocar al extranjero. Esto
indica claramente que en la actualidad los flujos culturales no sólo viajan y
se transmiten a través de los flujos migratorios, ni tan siquiera de los flujos
comerciales, sino sobre todo, y especialmente en este caso, a través de los
flujos digitales, los cuales han tenido y tienen un efecto mucho mayor que
difícilmente pueden controlar/imaginar los propios artistas. Un buen ejemplo de
ello sería cuando un grupo con apenas centenares o incluso decenas de fans en
Japón sale a tocar al extranjero y descubre la popularidad en paralelo de que
estaban gozando en el resto del mundo.
Si el visual kei ha encontrado lugares en el extranjero en donde
establecerse ha sido en gran parte gracias a una “cultura de la piratería
musical”, entendida no cómo un intento de evitar pagar los costes de su
adquisición, sino que tiene que ver con una “democracia musical” que no
considera la música como un bien sino como una expresión artística. Condry, con
la idea de que “[t]he ethics of file sharing depend not simply on whether or
not we download music, but what happens afterwards” (2004: 26), realiza una
interesante comparación etnográfica sobre este tema entre Estados Unidos y
Japón.
[11]
De ahí que en la gran mayoría de conciertos o actos de encuentro con los
artistas esté estrictamente prohibido el hecho de hacer fotos o grabar vídeos.
[12]
Página web oficial: <www.nightmare-web.com>.
[13]
Página web oficial: <www.sendaikamotsu.net>.
[14]
Se trata de la tesis principal de Inoue. Por “homo-social”, la autora hace referencia a una “new
category of male aesthetics based on the appropriation of trans-gendered images
even whilst producing the music of the existing masculine aesthetics” (2003b: 199-201).
[15]
Para conocer la relación que tienen estos dos géneros con el maquillaje pueden
consultarse los ensayos, por ejemplo, de Astorga Hermida (2008) y Cid Lucas
(2010), respectivamente, Este último, además, realiza una comparación semiótica
del maquillaje entre ambos teatros que permite descubrir, además de sus
diferencias, sus puntos en común a pesar de que no habrían mantenido contacto
en el momento de su formación.
[16]
Aunque en la actualidad representa menos de una cuarta parte de la fuerza de
trabajo total, cuya inmensa mayoría está formada por hombres, sigue
constituyendo el principal modelo de referencia
para los jóvenes japoneses (Sugimoto, 2010: 14).
[17]
Se refiere a los símbolos y discursos que se articulan para definir qué es
“masculino” y qué es “femenino”.
[18]
Página web oficial: <www.exist-trace.com>.
[19]
Parafraseando a Friedric Jameson, el postmodernismo se trata de la lógica
comercial del capitalismo donde la esfera cultural cae bajo la mirada del
capital y el materialismo, mientras que la historicidad y las relaciones
dialécticas y temporales se evaporan (1991).
[20]
“[S]i los miembros de una sociedad no compartieran los sentidos de los bienes,
si sólo fueran comprensibles para una elite o una minoría que los usa, no
servirían como instrumentos de diferenciación” (García Canclini, 2007: 256).
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