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2014/01/22

Riesgo y ética nuclear: la justificación de las plantas nucleares y la responsabilidad de Japón tras Fukushima






Riesgo y ética nuclear: la justificación de las plantas nucleares
y la responsabilidad de Japón tras Fukushima


Es una previsión muy necesaria comprender que no es posible preverlo todo.
Jean-Jacques Rousseau

Eight years involved with the nuclear industry have taught me that when nothing can possible go wrong and every avenue has been covered, then is the time to buy a house on the next continent.
Terry Pratchett


Introducción

Este breve trabajo trata de buscar respuestas a una pregunta concreta: ¿cómo se justifica en la actualidad el uso de la energía nuclear? La motivación, en este caso, es el accidente nuclear en el reactor Fukushima I el 11 de marzo de 2011. Con todo, repensar y tratar de hallar soluciones al dilema del uso nuclear no incumbe únicamente a un país y sus habitantes, es decir, el accidente de Fukushima no es un problema de los japoneses; lejos de eso, se trata de un problema claramente transversal que nos afecta a todos y cada uno de los seres humanos que habitamos este planeta. Para abordar este tema, trataré los siguientes puntos. Primero, me aproximaré a la noción de “riesgo” y algunas de sus premisas básicas; segundo, expondré los argumentos que principalmente los gobiernos y las empresas de energía nuclear de todo el mundo esgrimen para justificar y fomentar el uso nuclear; tercero, abordo algunas ideas que pueden ayudar a mejorar el debate ético nuclear; cuarto, comento aspectos diplomáticos y de responsabilidad nuclear de Japón como actor responsable en la comunidad internacional; y finalmente, recojo algunas conclusiones y posibles líneas de trabajo a seguir.


La sociedad del riesgo y el peligro nuclear

Tratando de hallar los argumentos que esgrimen principalmente los gobiernos y empresas para justificar el mantenimiento de las plantas nucleares, he podido percatarme de la multiplicidad de similitudes de base existentes entre la causa nuclear y muchos de los aspectos que componen nuestra sociedad capitalista actual. Es por ello que considero pertinente señalar al menos tres premisas básicas de lo que Ulrich Beck y otros autores han venido a denominar como la “sociedad del riesgo”, idea, como se verá, íntimamente ligada al dilema nuclear.
            En primer lugar, según la sociología del riesgo en una sociedad moderna tardía no existe ninguna conducta libre de riesgo. De hecho, no decidir o posponer algo ya es una decisión, de ahí que implique riesgo. Aún más, a medida que se intenta pasar del riesgo a la seguridad mediante la racionalización de los hechos, tanto más se abre la brecha de lo desconocido, de lo imprevisible, de lo arriesgado.
Cabe recordar aquí la diferencia entre las nociones de “riesgo” y “peligro” en cuanto a los daños potenciales que una toma de decisiones puede provocar. Así, mientras que el riesgo está relacionado con aquellos que deciden y los daños que podrían provocar sus propias decisiones, el peligro tiene que ver con una atribución de los daños a otros agentes o causas fuera del propio control y afecta a aquellos que no han tomado la decisión.
            En segundo lugar, el mundo es necesariamente contingente. Esto quiere decir que no hay nada ni necesario ni imposible, que algo siempre puede ser “otra cosa”, lo cual implica la necesidad de un mecanismo que explique o justifique las contingencias para establecer y mantener un orden.
            Por último, el riesgo deviene tal como producción activa del ser humano. A saber, si por un lado la religión siempre tiene respuestas dadas para cualesquier contingencia e incluso se ve capacitada para establecer un destino (un orden), la secularización de la vida social exige que el porvenir se cree social y culturalmente, por nosotros mismos, inseparable del riesgo y sus consecuencias. Como dice Beriain, “la probabilidad de lo improbable se hace efectiva gracias a la construcción social de la ambivalencia, es decir, gracias al despliegue de la alternativa entre el orden y el caos” (1996: 24).
            Es preciso, pues, vincular este marco teórico con la cuestión nuclear y sus peligros para con el medio ambiente, de donde el ser humano forma parte. Se despliega, pues, la división entre riesgos sociales (decisión de construir reactores nucleares, de situarlos en tal o cuál territorio, de llevar a cabo controles de mantenimiento rigurosos, etc.) y peligros ecológicos (accidentes nucleares). Rápidamente se observa que estos peligros ecológicos no son atribuibles a la naturaleza per se, sino que son el resultado de los efectos colaterales de una agregación incontrolable de procesos de decisión.


La justificación de las plantas nucleares y su credibilidad

Antes de ver cualquier tipo de argumento a favor del mantenimiento de plantas nucleares o racionalización sus accidentes, es preciso constatar un hecho que va de lo suyo: la credibilidad nuclear ha sobrevivido a los desastres nucleares que han tenido lugar hasta la fecha a pesar de que estos son mucho más habituales de lo que las evaluaciones de riesgo prevén. Esto es así precisamente porque las autoridades nucleares, a saber, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), las agencias reguladoras y los gobiernos nacionales, se aseguran de argumentar por qué un desastre natural no debería debilitar la fiabilidad en la industria nuclear.
            Existe, en general, una falta de preparación ante posibles desastres nucleares, y esto se debe a la confianza en que estos pueden ser objetivamente calculables y completamente evitables. Este tipo de confianza en la evaluación de riesgos se produce con el giro hacia la llamada evaluación probabilística del riesgo (EPR)[1] introducida por el físico estadounidense Norman C. Rasmussen (Keller y Modarres, 2005), que tiene su origen en las contingencias generadas durante la guerra fría y que actualmente sirve de base para cualquier supervisión nuclear. Sin embargo, la mayoría de críticos en contra de este tipo de evaluaciones señalan la irreducible ambigüedad epistemológica del conocimiento tecnológico, acusando estos cálculos de riesgo nuclear de insuficientes. Con todo, su credibilidad no merma y, a pesar de que países como Japón y Alemania han llevado a cabo cambios considerables en sus políticas nucleares tras Fukushima, lo cierto es que el siguiente dato no invita al optimismo: si bien antes del accidente el número de reactores propuestos, planificados y en construcción en todo el mundo era de 547, esta cifra se ha elevado a 558 a enero de 2012 (Holloway, 2012).
El discurso racionalizador de la fusión nuclear no solo niega el posible descrédito de estas estimaciones numerológicas, sino que argumenta por qué no se debería de dejar de confiar en ellas en el futuro. Siguiendo a Downer (2013: 8-14), se pueden extraer cuatro tipos de defensas argumentales al respecto.
En primer lugar, la defensa interpretativa, es decir, la que dice que los cálculos en realidad no fallaron. Se trata de negar que ha habido errores. Todos los reactores están diseñados para tolerar un cierto grado de mal funcionamiento, para “fallar con seguridad”. En definitiva, que no ha habido ningún fallo en el “sistema diseñado”. Ciertamente, es evidente que los efectos del terremoto y el tsunami que azotaron la costa noreste japonesa se salen de la previsibilidad del diseño del reactor en Fukushima, pero este argumento ayuda poco a redimir a los asesores de seguridad. Al fin y al cabo, los desastres naturales extremos son especialmente el tipo de amenazas que estos deberían concebir.
En segundo lugar, la defensa de la relevancia dice que el error de una serie de cálculos en un caso concreto no tiene por qué extrapolarse al resto de casos. Se trata de aislar los cálculos erróneos y decir que no son representativos. Es más, si existe la posibilidad de demostrar que estos difieren significativamente de otro tipo de cálculos, con ello se crea una justificación perfecta. Un claro ejemplo de este argumento se vio tras el accidente de Chernobyl, cuando el bloque capitalista declaró que este fue “un accidente soviético, no un accidente nuclear”. En el caso de la planta de Fukushima el argumento del excepcionalismo japonés se diluye, ya que si bien se trata de una instalación japonesa, los reactores GE Mark-1 que utiliza están diseñados en los EEUU y de hecho todavía se usan en 23 plantas estadounidenses.
En tercer lugar, la defensa del cumplimiento arguye que los sistemas de seguridad eran sólidos, pero que los trabajadores no siguieron sus normas. Este argumento viene a exculpar directamente a los asesores y a establecer una suerte de “promesa de perfectibilidad”, puesto que el error es humano (del trabajador, no del asesor) e infinitamente enmendable, de ahí su justificación. Sin embargo, esta defensa falla puesto que da a creer que los asesores asumen el cumplimiento racional de las normas al cien por cien y de forma perpetua como un hecho factible, cuando en realidad es algo ingenuo y poco realista. Asimismo, tampoco existirían “reglas perfectas”, ya que no pueden abarcar todas las contingencias posibles, es decir, no solo el cumplimiento, sino los cálculos y las reglas mismas son imperfectas.
Por último y en cuarto lugar, la defensa de la redención, esto es, la que justifica que las estimaciones eran erróneas, pero que ahora ya están arregladas. Estos argumentos siempre vienen bajo el título de “lecciones aprendidas en” más el lugar del anterior accidente. Se basan en la confianza de que los expertos han localizado, modificado y solucionado el problema causante del desastre previo. No obstante, “perfeccionado” no significa “perfecto”. Además, no es posible saber cuánto se ha perfeccionado, de ahí que se subordine la experiencia a la esperanza o la fe.
 En definitiva, todas estas defensas son falibles ya que no acaban de situar dónde se encuentra el verdadero problema. Además, tampoco ofrecen respuestas ante futuras contingencias. Finalmente, y acabando con otra evidencia: “lo único que Fukushima demuestra sin ambigüedad es el hecho de que pueden existir descuidos devastadores dentro de las estimaciones que las autoridades expertas fervientemente califican de rigurosas, objetivas y conservadoras” (Downer, 2013: 17).


Cuestiones éticas en torno a la energía nuclear

El desastre en Fukushima se nos presenta como un pretexto para reabrir el debate sobre el significado ético que supone el empleo de reactores nucleares vistos (o todavía no del todo) sus devastadores peligros. Esto es importante porque las ideas de riesgo y seguridad son nociones normativas, es decir, contienen a la vez aspectos fácticos y aspectos éticos.
            En este breve apartado me gustaría recuperar tres conceptos que pueden ayudar a enriquecer este debate y que giran en torno al intento por incluir una “aceptabilidad moral” más allá de las EPR: tecnología nuclear como “experimento social”, “justicia intergeneracional” y “emoción moral” (Taebi et al., 2012).
            Como se ha visto existe una gran discrepancia entre los pronósticos de las EPR y los desastres sucedidos. Esto se debe, en parte, a que estas solo se basan en datos empíricos, donde no tienen cabida terremotos y tsunamis, el comportamiento humano ni otros factores desconocidos. De ahí que el uso de tecnología nuclear en un escenario social no puede calificarse de experimento estándar o de laboratorio, sino que se trata de un experimento social. Este se distingue de aquel en tres puntos básicos. Primero, se produce en un entorno donde afecta a personas y medioambiente; segundo, es mucho menos controlable; y tercero, puede conllevar consecuencias irreversibles. Los requisitos éticos que implican los experimentos de laboratorio que tienen relación con los seres humanos se basan en el respeto a las personas, la beneficencia y la justicia. Asimismo, las condiciones aceptables bajos las cuales deberían poder admitirse experimentos sociales como el uso de tecnología nuclear no solo deberían estar basadas en estos principios éticos, sino que también es necesario matizarlos con requerimientos tales como una ingeniería y gestión de la tecnología competente, una legitimación y decisión democráticas continuas y una justicia distributiva.
            Por otro lado, esta justicia intergeneracional nos exige unas obligaciones morales, puesto que nos sitúa inexorablemente en una asimetría para con las generaciones futuras, en una posición de imponerles costes a su pesar. Un ejemplo de los debates al respecto es el que gira en torno a si es preferible el uso nuclear para no agravar el cambio climático y mantener el nivel de vida o si por otro lado es preferente no dejar desechos radioactivos durante cientos de miles de años. Otro ejemplo es el relativo al vertido subterráneo de desechos nucleares, ya que por un lado exime a las generaciones futuras de sus cargas, pero por otro lado la incertidumbre respectiva a largo plazo es arriesgada. En cualquier caso, el debate se centra en cómo valoramos los intereses de las generaciones futuras, o en otras palabras, hasta qué punto la justicia intergeneracional requiere aceptar mayores cargas para las generaciones presentes.
            Finalmente, puede ser útil tener en cuenta la idea de emociones morales. Con el uso y abuso de las EPR desaparece toda posibilidad de entablar un debate sobre la energía nuclear. Este hecho no significa otra cosa que un tutelaje, esto es, decir que la ciudadanía es demasiado emocional y está incapacitada para participar en el debate. Sin embargo, las emociones son una forma de cognición y conocimiento, sobre todo la hora de hacer juicios de valor. No existe, pues, una dicotomía pura entre razón y emoción. En este sentido, aquí también se genera un debate entre las emociones de los oponentes a la energía nuclear, donde se incluyen el miedo a catástrofes y el hecho de estar expuestos a riesgos de forma involuntaria, y las emociones de los proponentes como su ambición y curiosidad por las posibilidades de la energía nuclear (incluidos sus beneficios económicos). En resumen, puede ser fructífero incluir a las emociones como punto de partida en un escenario donde debatan tanto expertos como no expertos en busca de una moral democrática.


Japón como actor responsable en la comunidad internacional

Como ya he comentado en la introducción, adoptar una actitud reflexiva tras Fukushima no atañe únicamente a Japón, ni tan siquiera a este y sus vecinos; se trata de un dilema global no excluyente donde todos los actores deberían participar en aras de obtener consensos democráticos y morales. Así pues, el hecho de tratar en este apartado los retos de un concreto solo se puede entender en diálogo con y para el resto del mundo.
            En primer lugar quiero tratar cómo habría que leer la diplomacia japonesa tras el accidente en Fukushima. A menudo Japón es tratado en la comunidad internacional como un actor reactivo, sin embargo el país ha venido liderando la lucha contra el cambio climático y medioambiental. Prueba de ello es su rol activo en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, establecida en 1992, así como en la Conferencia de las Partes de este mismo órgano, encargada de promover protocolos que limiten las emisiones de gases de efecto invernadero. La firma del Protocolo de Kioto en 1997 es su logro más relevante. Además, Japón también juega un papel clave como mediador entre la Unión Europea y unos Estados Unidos reacios a cualquier iniciativa multilateral. Esta actitud de los EEUU se evidencia con su retirada del protocolo proclamada por presidente George W. Bush en 2001, hecho que puso en evidencia el peso político internacional de Japón, así como el peso del protocolo mismo, ya que la retirada de los EEUU, el mayor emisor de gases mundial, puso en duda su efectividad.
            Más tarde, Japón anunciaría en el XVI Conferencia Internacional sobre Cambio Climático, en 2010, que no extendería el Protocolo de Kioto, cediendo terreno, así, ante los intereses de las grandes corporaciones. A pesar de este varapalo diplomático Japón continúa siendo un importante espejo para la comunidad internacional.
            Así pues, concretamente ¿qué reacciones ha habido en la comunidad internacional tras el accidente en Fukushima? En cuanto a China, el país no ha aparcado su programa nuclear debido a que la demanda de electricidad está prevista que aumente exponencialmente durante las próximas décadas. Además, la apertura de más reactores nucleares atraerá a más industria y generará empleo, con lo cual no parece que vaya a haber ningún cambio a corto y medio plazo en su política nuclear.
            Asimismo, otros países de Asia como Vietnam, Malasia e Indonesia tampoco tienen previsto desacelerar sus programas de desarrollo. India ha prometido examinar todos sus reactores, pero no detendrá su apuesta por ampliar su programa nuclear. Solo Tailandia ha anunciado que detendrá todas sus plantas y que no se reactivarán hasta que no se examinen rigurosamente sus sistemas de seguridad.
            En Europa, el Comisario europeo de Energía de la UE, Günther Oettinger, convocó una reevaluación de los 143 reactores en territorio de la UE, asegurando que aquellos que no pasen los exámenes de control de seguridad se cerrarán automáticamente. Paralelamente, Francia, Reino Unido, España y Rusia también tienen previstas más revisiones. Por otro lado, Alemania, Suiza e Italia han reaccionado de forma opuesta al resto, en especial el primero, donde se prevé un cierre completo de todos los reactores para 2022.
            Finalmente, y en cuanto al continente americano, los EEUU anunciaron una revisión de sus plantas bajo la Comisión Reguladora Nuclear, mientras que en Venezuela los planes por construir su primera planta nuclear fueron paralizados (Thomson, 2011: 474-475).
            La respuesta ante el accidente de Fukushima, como acabo de exponer, es desigual y, cuando menos, poco esperanzadora. Con todo, Japón todavía posee un estatus único para formar asociaciones con otros países que promuevan una red nuclear civil a nivel global: es el tercer país con mayor número de reactores, no tiene ambiciones armamentísticas y ha experimentado dos catástrofes nucleares como las de 1945 y 2011. En lo que sigue no trataré de exponer qué política energética abogan el gobierno y otros autores ―si bien el recorrido que tengan estas políticas es imprescindible si Japón quiere seguir siendo un ejemplo para la comunidad internacional―, sino que me limitaré a abordar someramente algunos aspectos en torno a su responsabilidad y los retos que ella exige, ya que considero que son los más visibles internacionalmente.
            En primer lugar, recojo, a través de Hopson (2013), la idea de “sistema de irresponsabilidad” del filósofo y politólogo japonés Masao Maruyama (1914-1996), definida principalmente en su ensayo “Teoría y psicología del ultranacionalismo” (Masao, 1969: 1-24). Esta idea, mediante la cual Masao trataba de explicar el sistema psicológico de los japoneses durante la guerra, se refiere a que la distancia entre cada persona y el emperador, que simbolizaba el valor supremo, era la vara de medir de la legitimidad y responsabilidad moral de cada uno. En este sentido, la moralidad era concéntrica en tanto que emanaba del emperador. Este argumento se ha aplicado a TEPCO, la empresa encargada de la planta de Fukushima I, por su fracaso a la hora de mantener a raya la fusión nuclear, y al gobierno japonés y los evaluadores por su inhabilidad a la hora de tratar debidamente esta catástrofe. Tanto la empresa como el gobierno han seguido tratando de encubrir la magnitud del desastre hasta la actualidad. Miles de desplazados, procesos de limpieza a paso de tortuga, polución radioactiva que empeora cada día. Este es el panorama actual. Además, hasta la fecha no ha habido ningún tipo de acusación formal hacia nadie ni tampoco ha presentado la dimisión ningún alto cargo. Lejos de eso, el gobierno continúa promocionando como “segura” una energía nuclear ecológica y rentable, por ejemplo con el mensaje que lanzó al mundo el presidente Abe Shinzō en su triunfante presentación en la final de la Candidatura de Tokio 2020 en Buenos Aires. En definitiva, no parece que se hayan tomado medidas responsables y contundentes a nivel oficial.
            No es el caso de la sociedad civil y algunos “disidentes”. Aquí quiero presentar brevemente el caso Anzai Ikuro. Su testimonio es importante porque se trata de un ex miembro del Consejo Científico de Japón —considerado como el parlamento de las ciencias japonesas— y ex empleado del gobierno que sin embargo criticaba duramente —y lo sigue haciendo— su política nuclear, lo cual le supuso una serie de acosos que acabaron por apartarle del sistema educativo en los 1970. Anzai ha visitado con frecuencia comunidades que estaban sopesando la aceptación de la construcción de plantas nucleares. Su trabajo era de asesoramiento ante el poco conocimiento en general que se tiene acerca de la energía nuclear. Su esfuerzo se centraba particularmente en temas de seguridad respecto a las centrales nucleares. Sin embargo, incluso hoy, Anzai se avergüenza de su poca capacidad de persuasión debido principalmente al arraigo de ideas equivocadas en la mayoría.
En su artículo (Anzai, 2011) explica con detalle el desarrollo de la energía nuclear en Japón, desde la aceptación de la oferta de los EEUU tras la guerra para desarrollarla hasta la consolidación de lo que él llama el “pueblo nuclear”, un hexágono formado por el gobierno central, la industria nuclear, los gobiernos locales, los especialistas, los periodistas y las organizaciones civiles que forma un ciclo discursivo a favor de la energía nuclear que se retroalimenta continuamente.
También explica su labor actual en el área de Fukushima, de cuyo programa nuclear ha sido opositor desde 1973. Según cuenta, la causa mayor de la exposición radioactiva externa, y por ende más perjudicial para la salud humana, es un metal radioactivo llamado cesio-137 que se encuentra esparcido en la tierra. Eliminando simplemente dos o tres centímetros de superficie, los niveles de radiación se reducen considerablemente, de ahí que esta sea una tarea poco costosa, altamente efectiva y, sobre todo, con efectos directos para la población, lo cual, a su vez, genera una nueva conciencia moral.


Conclusiones y posibles futuras líneas de trabajo

A nivel general, con este trabajo he podido aproximarme al núcleo y los límites del debate sobre el uso y los peligros de la energía nuclear. Dicho de otro modo, he pasado de sorprenderme al escuchar los argumentos y opiniones tanto de opositores como de defensores a no sorprenderme de sus visiones. La razón principal es que todavía no se ha producido un debate real al respecto. Primero, porque la credibilidad y las justificaciones ulteriores de los expertos se basan en datos probabilísticos que no aportan nada al debate, y segundo porque la sociedad civil en general se encuentra distanciada del él por falta de conocimiento nuclear básico debido sobre todo al hermetismo por parte de gobiernos y empresas.
            Más concretamente, he podido sacar las siguientes conclusiones:
            (1) El dilema del uso nuclear no difiere en esencia del resto de dilemas que componen nuestra sociedad actual. Las ideas de “riesgo” y “peligro” ayudan a explicar en parte las inquietudes que se forman y las decisiones que se toman al respecto.
            (2) La justificación final que utilizan gobiernos y empresas es indistinta a nivel mundial. Esta se basa principalmente en un juego de numerología y probabilidad que no se traduce sino en no acatar responsabilidades cuando se producen accidentes.
            (3) Un debate ético que incluya a la sociedad civil es urgente. Si este no se genera de forma democrática, el uso actual de energía nuclear solo puede ser visto como una suerte de paternalismo o tutelaje que tilda al pueblo de no ser suficientemente racional para poder decidir. Una salida al dilema nuclear debería empezar por asumir como propios los efectos retroactivos de nuestras acciones sobre el entorno, y por ende sobre nosotros mismos.
            (4) La respuesta ante el desastre de Fukushima a nivel internacional es irregular, pero se han tomado algunas medidas contundentes como las de Alemania. Japón, de acuerdo con su estatus y su experiencia nuclear, en su doble aspecto como generador y víctima, tiene la capacidad de liderar una transición hacia otras fuentes de energía más ecológicas, a pesar de su vulnerabilidad energética, o al menos de entablar un debate inclusivo en busca de una aceptabilidad moral. Si bien a nivel de sociedad civil existen movimientos y grupos que apoyan esta idea, a nivel oficial todavía no hay vislumbres al respecto, más bien todo lo contrario, hecho que sí puede tranquilizar a la comunidad internacional en tanto que no se altera el statu quo, pero que sin embargo significa, de momento, la pérdida de una oportunidad para obtener autoridad moral como actor responsable.
            Por último, creo que pueden ser interesantes las siguientes líneas de trabajo para el futuro:
            (1) Analizar procesos democráticos en la sociedad civil o esfuerzos de diplomacia pública que pretendan promover “desde abajo” una participación general al debate nuclear.
           (2) Investigar la evolución de la conciencia civil acerca del debate nuclear y sacar conclusiones al respecto. Por ejemplo, si los desastres nucleares tienen incidencia o no, en qué medida la tienen, qué impacto tienen población local y de otros países, etc.
            (3) Qué significado tiene para las relaciones internacionales el hecho de liderar un esfuerzo ecológico y de energías alternativas.



Fuentes consultadas

Anzai, Ikuro, 2011, “An Agenda for Peace Research after 3/11”, The Asia-Pacific Journal 9 (46-1).
Aukema, Justin, 2011, “A Problem for all Humanity: Nagasaki Writer Hayashi Kyoko Probes the Dangers of Nuclear Energy”, The Asia-Pacific Journal 9 (52-3).
Beriain, Josetxo, 1996, “El doble ‘sentido’ de las consecuencias perversas de la modernidad”, en Beriain, Josetxo (comp.), Las consecuencias perversas de la modernidad, Barcelona: Editorial Anthropos.
Downer, John, 2013, “Disowning Fukushima: Managing the credibility of nuclear reliability assessment in the wake of disaster”, Regulation & Governance, doi: 10.1111/rego.12029.
Holloway, James, 2012, “Despite Fukushima Disaster, Global Nuclear Power Expansion Continues”, Ars Technica, 14 de marzo, URL: http://arstechnica.com/science/2012/ 03/despite-fukushima-disaster-global-nuclear-power-expansion-continues/ [consulta: 15/1/2014].
Hopson, Nathan, 2013, “Systems of Irresponsibility and Japan’s Internal Colony”, The Asia-Pacific Journal 11 (52-2).
Jain, Purnendra, 2011, “Japan’s post Fukushima diplomacy”, SAGE International, URL: http://sageinternational.com.au/details.php?prodId=82&category=&secondary=&keywords= [consulta: 18/1/2014].
Keller, William y Modarres, Mohammad, 2005, “A historical overview of probabilistic risk assessment development and its use in the nuclear power industry: a tribute to the late Professor Norman Carl Rasmussen”, Reliability Engineering & System Safety 89 (3): 271-285.
Masao, Maruyama, 1969, Thought and Behavior in Modern Japanese Politics, London: Oxford University Press.
Perrow, Charles, 2011, “Fukushima, risk, and probability: Expect the unexpected”, Bulletin of Atomic Sciences, 1 de abril, URL: http://www.thebulletin.org/fukushim a-risk-and-probability-expect-unexpected-0 [consulta: 17/1/2014].
Scalise, Paul J., 2012, “Hard Choices: Japan's Post-Fukushima Energy Policy in the 21st Century”, en Jeff Kingston (ed.), Natural Disaster and Nuclear Crisis in Japan: Response and Recovery after Japan’s 3/11, Londres: Routledge.
Taebi, Behnam; Roeser, Sabine y van de Poel, Ibo, 2012, “The ethics of nuclear power: Social experiments, intergenerational justice, and emotions”, Energy Policy 51: 202-206.
Thomson, Elspeth, 2011, “China’s Nuclear Energy in Light of the Disaster in Japan”, Eurasian Geography and Economics 52 (4): 464-482.
Xiang, Hui y Zhu, Yi, 2011, “The Ethics Issues of Nuclear Energy: Hard Lessons Learned from Chernobyl and Fukushima”, Online Journal of Health Ethics 7 (2): 1-10.
Yamamoto, Nobuto, 2013, “After Fukushima: New Public, NHK and Japan’s Public Diplomacy”, Keio Communication Review (35): 5-24.


[1] Básicamente tiene que ver con identificar eventos que puedan provocar un accidente y asignarles probabilidades numéricas.

2014/01/14

Japoneses en Brasil, brasileños descendientes de japoneses en Brasil, trabajadores temporales brasileños de descendientes japoneses en Japón…: recorridos singulares, definiciones complejas





Japoneses en Brasil, brasileños descendientes de japoneses en Brasil, trabajadores temporales brasileños de descendientes japoneses en Japón…: recorridos singulares, definiciones complejas


            Introducción

La gran mayoría de académicos que han trabajado en torno a los movimientos migratorios de los japoneses y los nikkei (descendientes de japoneses) han basado sus resultados en trabajos de campo de medio o largo plazo. Asimismo, no es extraño que un gran número de estos autores sean o bien japoneses o bien nikkei, lo cual sugiere y exige en mayor o menor grado una proximidad práctica y/o emocional. Inevitablemente, esta exigencia se torna impedimento para los potenciales conocedores de estas historias. ¿Por qué es esto así? Precisamente porque todavía no se ha articulado un relato que los explique (y justifique) a la par de otros metarrelatos. En mi caso no se corresponden ni la metodología ni la proximidad étnica de estos académicos, de ahí que el punto de vista de este trabajo quiera partir únicamente desde la perspectiva y cierta abstracción. Se re-interpretarán, pues, recorridos y dinámicas a partir de resultados de estos autores y se extraerán, además, algunas conclusiones propias. Concretamente, en primer lugar se reflexionará (de nuevo) brevemente sobre varias nociones teoréticas tales como “raza” y “etnicidad”, así como sobre el transnacionalismo; en segundo lugar, y ya tratando específicamente a los japoneses y a los nikkei, se analizarán las variaciones de la noción de “hogar” en la percepción de estos actores; en tercer lugar, se discierne entre las ideas de pertenencia y pragmatismo y se discute su importancia según la exigencia de las circunstancias; en cuarto lugar, se presenta la hipótesis de una posible globalización de las causas que impulsan las migraciones; por último, se extraerán algunas conclusiones generales y se sugerirán algunas posibles líneas de trabajo.


            Conceptos movedizos

Tal y como explica Linger al inicio de su etnografía, “Uno no debería ´subordinar las vidas a la teoría’” (Linger, 2001: 10). Esta declaración no obliga al investigador social a abandonar el uso de categorizaciones, pero tampoco debería eximirlo. Linger simplemente nos recuerda la capacidad del ser humano para no ser taxonomizado; en otras palabras, nos avisa del carácter ineficaz y efímero —de ahí su violencia— de los conceptos empleados por las ciencias sociales.
            Dos de los ejemplos que mejor corroboran este carácter son las nociones de “raza” y “etnicidad”. En este trabajo no habrá espacio para discutir el alcance de su gran ambigüedad (si bien se verá ejemplificado en los siguientes apartados), sin embargo huelga decir que estas representaciones mentales no solo se basan en características físicas o un patrimonio nacional, sino también en aspectos económicos, políticos y culturales[1]. A modo de ejemplo, incluso si la mente humana estuviera naturalmente estructurada para ver el mundo en oposiciones binarias, el binarismo blanco-negro —vara de medir aparentemente “universal” para cualquier otra clasificación racial— no dejaría de ser sino un producto meramente cultural: para los japoneses que vivieron las sucesivas llegadas de europeos y estadounidenses, la diferencia entre el “nosotros” y el “ellos” la marcaban el color de los ojos, el tamaño de la nariz y la cantidad de bello corporal, diferencia que además les sugería un signo evidente de retraso evolutivo[2] (Adachi, 2010: 2-3). De este modo, la ciencia decimonónica trataba de justificar la relación de lo fenotípico/biológico con lo racial/cultural, pero también los científicos del siglo veinte lo harán a través de los tests de coeficiente intelectual, e incluso actualmente todavía se persiste en la búsqueda de este tipo de analogías bajo el paraguas del cientificismo. Lo importante de todo esto, en cualquier caso, es que, si bien biológicamente las diferencias entre razas no quedan demostradas, estas sí persisten como categorías sociales o ficciones. Por lo tanto, “a efectos prácticos [estas diferencias] son ontológicamente reales, como cualquier persona de cualquier ‘minoría’ podría atestiguar” (Adachi, 2010: 4). En lo referente a la idea de etnicidad en particular, creada solo desde los 1960, no emergería a través de una afinidad física percibida, sino a través de relaciones sociales donde se experimentan similitudes culturales e históricas, a menudo imaginadas o inventadas.
Parece claro, pues, que raza y etnicidad no son tipos, sino relaciones humanas que se utilizan para diferentes objetivos (discriminación, identidad, solidaridad, cohesión, etc.). Cabría ligar, pues, estas ideas a la de transnacionalismo.
Aunque el uso del término “transnacionalismo” per se sea reciente, lo cierto es que la creencia misma de que el territorio está basado en la idea de nación-estado proviene del contexto imperial y sus proyectos coloniales, es decir, de la identificación de estados independientes diferenciados de sus colonias. No obstante, hasta el final de la Guerra del Pacífico los académicos todavía usaban conceptos como cultura y sociedad no limitados por las fronteras de las naciones-estado, como es el caso de las corrientes difusionistas. Será con las perspectivas de los funcionalistas y los estructural-funcionalistas británicos, así como sobre todo en los 1940 con la obra de Clifford Geertz, que las “comunidades” pasaron a ser unidades discretas, estables y con significados históricamente locales, hecho que las aislaba en gran medida de procesos como el capitalismo o el colonialismo (Glick, 2004: 450). Esto es importante porque a partir de entonces los estudios de migración pasarán a tener una visión casi exclusivamente estado-céntrica. Con la masiva reestructuración del capitalismo por parte de grandes corporaciones y entidades financieras nacionales desde los 1970, se fortaleció aún más una barrera metodológica que no escaparía de la vinculación entre los intereses nacionales y la finalidad de las ciencias sociales. El paradigma en las agendas políticas estatales ha pasado de la asimilación al multiculturalismo; sin embargo, el fracaso de este en los últimos años está trayendo de vuelta políticas asimilacionistas en algunos estados.
Así pues, no habría que entender el pasado como estable y estático y el presente como inestable y fluido, ya que nos llevaría a un determinismo tecnológico (Glick, 2004: 456). En este sentido es pertinente llevar a cabo una reflexión del porqué, por ejemplo, del objeto de estudio de este trabajo. Tratar sobre los japoneses en Brasil y los nikkei brasileños ahora implicaría en cierto sentido continuar con el mito de que el pasado contenía culturas homogéneas y que ahora vivimos en un mundo de hibridad y complejidad. Es más, al hablar de identidades y pertenencias en un contexto transnacional (“comunidades transnacionales”) se corre el peligro de tipificar actitudes y formas de hacer de cada comunidad, cuando en realidad ni todos los miembros de una comunidad comparten los mismos intereses e ideologías, ni la idea de “identidad” juega un papel tan importante en el día a día como los académicos a menudo tratan —incluso ingenuamente— de enfatizar. La idea de “comunidad” trans-nacional, pues, no deja de estar explicada desde y para los estados-naciones.


Entre el “hogar” y el extranjero

Las imágenes de “hogar” a menudo son reconstruidas en las mentes de los migrantes transnacionales de formas peculiares. Se trata, al fin y al cabo, de una reconstrucción de la dicotomía “propio” y “ajeno”. De esta forma, con el subtítulo “Entre la emigración y la inmigración” no solo hago referencia a la ida de japoneses issei (primera generación) a Brasil y la vuelta de nikkei a Japón, sino que también cuestiono las ideas mismas de “emigración” e “inmigración” por tratarse de términos creados desde el punto de vista de quien permanece, de quien no participa directamente en esa movilidad, o de quien simplemente intenta explicar este proceso desde fuera.
            Aún más cuestionable sería la idea de “retorno” en el caso de los nisei, sansei (descendientes japoneses de segunda y tercera generación), etc[3]. En el caso de los dekasegi (trabajador temporal en el extranjero), o dekassegui en su forma adaptada al portugués, estrictamente hablando este solo se sustentaría formalmente a través del koseki kōhon (registro familiar japonés). De esta modo, se les instruye para que (re-)conozcan su condición de nikkei, requisito para su estancia laboral en Japón. Paradójicamente, el requisito de que únicamente “gozan” los nikkei para trabajar en Japón en realidad no es más que un puro trámite burocrático. En Brasil existe un sistema de agencias para reclutar y preparar toda la documentación para trabajar en Japón, pero algunos incluso no dudan en pagar las tasas necesarias a las agencias sin tener ni idea de los detalles de estas gestiones (Ishi, 2008: 121).
            La fragilidad de la idea de “hogar” y “retorno” también se evidencia con lo que Sasaki (2009) denomina “movilidad moral”, es decir, los vaivenes en la decisión o no de emigrar hacia Japón de los emigrantes japoneses en Brasil y sus descendientes. En un primer momento, los pioneros que emigraron a Brasil en 1908 lo hicieron con la idea de regresar tras acumular cierto capital. Sin embargo, durante la década de 1920, las presiones de la élite migrante, sobre todo editores de diarios y líderes de organizaciones de inmigrantes, alegaron que esa mentalidad inicial era perjudicial para el trabajo en el campo, con lo cual difundieron el lema de “amar la tierra, establecerse de por vida”[4]. Más tarde, tras el incidente de Manchuria en 1931 y bajo la ideología de hakkō ichiu (“el mundo entero bajo un solo techo”), esta diáspora reafirmó la idea de establecerse a la vez que se consagraban en mantener y reproducir la cultura japonesa. Poco después, la llegada a la presidencia del autócrata Getúlio Vargas en 1937 y sus políticas nacionalistas, las cuales supusieron la prohibición de la educación (1938) y la publicación en japonés (1939), hizo que la mayoría deseara nuevamente volver a Japón. La reacción de las élites en este caso fue la de propagar la idea de reemigrar hacia el sudeste asiático que estaba bajo la Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental. La falta de medios de comunicación y las políticas ultranacionalistas tanto en Brasil como de Japón hicieron que la noticia de la rendición final japonesa en la guerra no llegara de forma regular y creíble, lo cual supuso una división entre aquellos convencidos de la propia victoria (kachi-gumi) y aquellos que acabaron por aceptar la derrota (make-gumi)[5]. Esta división no fue baladí principalmente por dos motivos. Primero, porque aquellos trataron de traidores a estos resultando en numerosos conflictos que incluso se agravaron en forma de terrorismo por parte del kachi-gumi hacía la población brasileña no nikkei. Las protestas antijaponesas fueron un corolario de un conflicto que en principio aparentaba ser local (Adachi, 2006: 114-117; Sasaki, 2009). Y segundo, porque el make-gumi provocaría vergüenza a las siguientes generaciones, no sólo por sus orígenes rurales y escasa competencia con el portugués, sino también por su supuesta ignorancia (Adachi, 2006: 117). Esta confusión es causa y consecuencia de la disgregación de muchas familias, donde lo padres permanecían en el campo mientras que los hijos se trasladaban a la ciudad. El resultado final es evidente: el espacio que acabaron ocupando unos y otros predispondrá en gran medida sus visiones de la sociedad brasileña, las imágenes de Japón y lo que significa ser japonés en Brasil.
En definitiva, los migrantes japoneses y los nikkei en Brasil se vieron en medio de ideales cosmopolitas, una ideología imperial y las dificultades emocionales que supone estar en territorio extranjero, derivando, todo ello, en un desconcierto a la hora de situar su “hogar”. El posterior movimiento de dekasseguis hacia Japón hasta fecha de hoy no ha estado ausente de la misma confusión, hecho que se desprenderá en los siguientes apartados. No cabe olvidar, como recuerda Sasaki (2008), que los mayores afectados por encontrarse constantemente entre comunidades no son otros que los niños.


Entre la pertenencia y el pragmatismo

A menudo los inmigrantes de un origen étnico común son vistos por los residentes anteriores como si pertenecieran a una misma clase social[6]. De la misma forma, los miembros de este colectivo de inmigrantes también generan estereotipos sociales y étnicos para sí mismos, considerándose superiores o inferiores en relación con la sociedad del país de destino[7] (Adachi, 2010: 7).
A pesar de esta imbricación, el sentimiento de pertenencia y la clase social real difieren entre sí. Esta última tiene que ver principalmente con el nivel de ingresos, la educación y la influencia política. Así pues, cabría esperar que miembros de la misma clase social compartan tiempo y espacio tejiendo así unas redes y un capital social propensos a perdurar a través de las generaciones (Bourdieu, 1968). Con todo, es muy cuestionable que esta lógica se pueda aplicar de la misma forma a los migrantes transnacionales, ya que estos, compartan el mismo origen o no, tienden a juntarse para proveerse seguridad ante un entorno poco familiar y en ocasiones hostil. Sería oportuno, pues, concebir unas “maneras de ser” y  unas “maneras de pertenecer” (Glick, 2004: 458) cual ejes de coordenadas, uno de acción y otro representacional.
Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que el catalizador de la oleada de dekasseguis a Japón es la revisión de la Ley de Inmigración en 1990, cuya novedad era la tramitación de visados de “larga duración” con pocas restricciones en sus actividades económicas únicamente a los nikkei. Sin embargo, las razones de esta emigración no son simplemente económicas, sino que en la mayoría de casos tiene que ver con una ambición por ascender socialmente. Como apunta Ishi, los japoneses receptores no pueden ignorar el hecho de que los nikkei no eran ni podres ni trabajadores manuales en su país de origen; de la misma forma, los nikkei tendrán que entender que los japoneses nunca habían imaginado a un graduado universitario o a un profesor teniendo que hacer trabajos no cualificados por dinero (Ishi, 2008: 119-120).
Es interesante observar cómo los dekassegui ejecutan un rol u otro de acuerdo a las exigencias de la situación. El hecho de que unas veces traten de expresar “brasilinidad” y otras “japonesidad” tiene mucho menos que ver con un conflicto identitario que con una coherencia con los objetivos que les trajeron a Japón y sus perspectivas sociales y económicas futuras, así como una adecuación a lo que se espera de ellos desde la sociedad receptora.
A modo de ejemplo se podría destacar este tipo de estrategias cuando los dekasseguis sufren algún tipo de discriminación. Tal y como recuerda Ishi, aunque las quejas de estos nikkei en contra de la discriminación no sean reales o sean meras exageraciones, lo cierto es que es ineludible el hecho de que se sienten discriminados (Ishi, 2010: 123). El mismo autor apunta a una tendencia a evitar conflictos por parte de los nikkei, sea de forma consciente o no, a buscar alternativas más cordiales antes que, por ejemplo, alzar la voz en protesta de injusticias que les afectan. Este hecho se evidencia incluso más cuando los propios nikkei dirigen sus quejas no hacía los japoneses sino a sus compatriotas, particularmente los brasileños no descendientes de japoneses, una minoría entre una minoría. Por ejemplo, cuando los nikkei perciben ser objeto de explotación por parte de las empresas japonesas, estos no critican a la empresa japonesa en cuestión, sino a los gerentes e intérpretes que les representan. Ishi también apunta a una estrategia que podría denominarse de “escapismo”, esto es, de olvidar o simplemente no preocuparse por las condiciones propias. La temporalidad de su estancia junto con el carácter foráneo del espacio que ocupan serían las razones de esta pasividad. Pero no hay que olvidar que muchos dekassesgui están empezando a traer a sus familias a Japón, iniciando, así, un proceso de asentamiento de larga duración.
Por otro lado, Tsuda (2006), añade que los nikkei en Japón también pasan a percatarse de sus propias diferencias culturales, a experimentar discriminación étnica y a reconocer muchos de los aspectos negativos de la conducta cultural japonesa. Esto genera una reafirmación de lo “propio” por oposición a los japoneses que se traduce en una suerte de fidelidad nacional articulada fuera de las fronteras del propio estado-nación (Tsuda, 2006: 207). Incluso se llevan a cabo prácticas y conductas deliberadamente exageradas, y por lo tanto distintas a las propias en Brasil, para expresar este sentimiento de resistencia identitaria. La ropa, el lenguaje, los saludos, o simplemente el hecho de participar en festivales de samba cuando muchos de ellos jamás la han bailado son solo algunos ejemplos. Así pues, estas estrategias no son tanto una recreación de un esquema cultural preestablecido sino la generación activa de uno nuevo, si bien aparentan ser muy “brasileñas” debido a su singularidad en Japón (Tsuda, 2006: 208). Reyes-Ruiz (2010) observa incluso la gestación de una etnicidad pan-latinoamericana dentro de Japón que crea una única cultura latinoamericana.


Entre causas locales y causas globales

En este último apartado pretendo esclarecer sucintamente una lógica que, a mi parecer, parece subyacer en las causas de los movimientos migratorios a lo largo de la historia. En este caso, empero, partiré desde la salida de japoneses hacia Brasil a inicios del siglo xx. Observo, pues, una lógica de causas que van desde lo local hacia lo global, o dicho de otro modo, observo que las causas se globalizan o externalizan. Para explicar esta idea dividiré el proceso migratorio que atañe a este trabajo en tres periodos: la salida de japoneses a Brasil (desde 1908), la salida de dekasseguis a Japón (desde 1990) y el retorno de dekasseguis a Brasil (desde 2008).
            Durante el primer periodo, las causas que motivaron tanto al gobierno japonés a promover la emigración, como a los propios inmigrantes a salir hacia Brasil son indudablemente múltiples, si bien el aspecto económico tiene un peso muy importante. De cualquier modo, estas causas parten de una necesidad esencialmente interna. Sí es cierto que no es posible emigrar “a ciegas”: la oportunidad de emigrar, el país destino, debe situarse siempre fuera. Sin embargo, el impulso a salir (y regresar lo antes posible) nace de una necesidad, desajuste o problema local[8].
            El segundo periodo también puede explicarse exactamente igual que el primero: existen necesidades internas (económicas, de ascenso social, sentimentales, etc.) y se emigra a Japón con la idea de acumular capital y satisfacer estas necesidades en Brasil. Sin embargo, no hay que olvidar, por un lado, el especial interés (en ocasiones incluso mayor) del país receptor, y, por otro, la llegada física y de capital del país receptor al país de origen en aras de persuadir a potenciales inmigrantes. Es decir, si bien en los 1980 Brasil sufría una inflación desorbitada (100 por ciento en 1980, 224 por ciento en 1985, 1.199 por ciento en 1990) (Sasaki, 2008: 56) y Japón sufría consecuencias de un yen fuerte y una escasez de mano de obra, la reforma migratoria japonesa de 1990 juntamente con la creación de agencias para reclutar a mano de obra en Brasil evidencian que las causas para emigrar ya no son solo locales, sino que desde el exterior existe un fuerte interés para que estos movimientos de mano de obra se efectúen de forma controlada.
            Por último, la caída de Lehman Brothers y la resultante crisis económica y financiera hará que todavía se globalicen más las causas de la movilidad. Las consecuencias de esta crisis han provocado una ruptura en el sistema de reclutamiento de dekasseguis, puesto que trabajar en Japón parecerá cada vez menos provechoso. Esto quiere decir que, como consecuencia de una crisis en un país o países terceros —o simplemente la interdependencia e intervulnerabilidad producto de una economía capitalista globalizada— un grupo de migrantes como son los dekasseguis en Japón han estado y están regresando a su país natal. Sasaki (2013) da cuenta de la gran vulnerabilidad de estos trabajadores temporales y su masiva repatriación en la actualidad. Como él mismo apunta, “es una ironía que la disposición del gobierno japonés de abordar las necesidades de los brasileños vino después de la ruptura irreversible del sistema migratorio de los dekasseguis. […] En esta época de repatriación masiva, es difícil definir qué significa exactamente ‘integrarse’” [cursiva en el original] (Sasaki, 2013: 9). Esto aún da más relevancia lo inesperado de esta quiebra, esto es, a la externalización de sus causas.
            Esta aparente escalada global de las causas de los flujos migratorios no significa que las  causas locales queden sustituidas. Lejos de eso: todas coexisten a la vez. Eso lo demuestra, por ejemplo, la nueva oleada de empresas japonesas que se instalan en Brasil en los últimos años a causa del estancamiento económico japonés y las perspectivas de crecimiento de Brasil. De hecho, la crisis global sumada a las coyunturas particulares de Japón y Brasil han provocado que los ex dekasseguis hayan pasado de trabajar en Japón en trabajos 3K (kitanai, kitsui, kiken, es decir, sucios, duros y peligrosos) a ocupar puestos de dirección, administrativos o de oficina en Brasil ante la nueva llegada de empresas japonesas[9].
            Esta tendencia, en definitiva, hablaría de un incremento de la vulnerabilidad de los migrantes a medida que el capital, las tecnologías de la información y la comunicación, y los transportes traspasan las fronteras estatales.


Conclusiones y posibles futuras líneas de trabajo

En primer lugar, una de las conclusiones que se podría extraer de estos flujos migratorios desde 1908 hasta la actualidad, es el hecho de que no habría que concluir tan rápidamente que los japoneses en Brasil y los nikkei sufren algún tipo de crisis “étnica”; más bien, y en base a las narrativas de los informantes de los académicos que he podido tratar, están preocupados por otro tipo de dilemas como las crisis de identidad de clase o profesional.
            En segundo lugar, queda cuestionada la idea de “comunidad transnacional” como apéndice de un estado-nación concreto o como colectivo homogéneo fuera de su país de origen natal. Se proponen otras categorías como la de “ciudadanos transnacionales”, donde estos participan en su tierra natal, en el nuevo territorio y en la política internacional formando una suerte de simultaneidad caracterizada por una polifonía de voces muchas veces en contradicción.
            En tercer lugar, el hecho de tratar los flujos migratorios y las estrategias de sus actores únicamente bajo el contexto del país de origen y el de destino puede apartarnos la mirada del creciente desequilibrio a nivel global entre las concentraciones de riqueza y los focos de pobreza, causa mayor en muchas ocasiones de movimientos migratorios y la necesidad de formar familias transnacionales.
En relación a estos puntos, sería útil continuar con las siguientes posibles líneas de trabajo. Por un lado, es preciso prestar atención a cómo reaccionará Japón ante la llegada de mano de obra inmigrante en el futuro, así como también hasta qué punto las experiencias de inmigración pueden servir de referentes o dar pistas que ayuden a entender mejor la actitud o predisposición de cara a una más que probable —o al menos económicamente necesaria― internacionalización doméstica. Debido a que los nikkei son racialmente japoneses pero culturalmente brasileños, estos son vistos como anomalías étnicas. En esta línea, estos migrantes perturban y desarticulan la correlación entre raza y cultura, que es la fundación de la identidad japonesa. Estaría por ver, pues, las consecuencias de una inmigración masiva de otro tipo de inmigrantes no nikkei.
Por otro lado, sería necesario ahondar más en temas como las estrategias de supervivencia económica y cultural de los nikkei y vincularlos con otros grupos de nikkei alrededor del mundo.
 Por último, se debería tratar de “validar” estas experiencias de cara a un diálogo de igual a igual con otros metarrelatos. Que la figura del nikkei desaparezca habiendo o no enseñado algo a los japoneses y al resto del mundo es parte del interés por dar voz a todo aquello que no queda explicado por las mayorías. Se trataría, al fin y al cabo, de considerar estas historias personales no como cuestiones que conciernen a tal o cual país, sino como acontecimientos transversales que nos afectan y nos explican a todos independientemente de su impacto económico o influencia política.



Fuentes consultadas:

Adachi, Nobuko, 2006, “Constructing Japanese Brazilian identity: From agrarian migrants to urban white-collar workers”, en Adachi, Nobuko (ed.), Japanese diasporas: unsung pasts, conflicting presents, and uncertain futures, pp. 102-220, Londres y Nueva York: Routledge.
—, 2010, “Ethnic Identity, Culture, and Race Japanese and Nikkei at Home and Abroad”, The Asia-Pacific Journal 37 (4-10).
Beltrán Antolín, Joaquín, 2006, Interculturalidad. La diversidad cultural y el poder, 3ª ed., Barcelona: UOC.
Bourdieu, Pierre, 1986, “The Forms of Capital”, en Richardson, John G. (ed.), Handbook of Theory and Research for the Sociology of Education, pp. 241-258, Nueva York: Greenwood.
Faist, Thomas, 2010, “Diaspora and transnationalism: What kind of dance partners”, en Bauböck, Rainer y Faist, Thomas (eds.), Diaspora and Transnationalism: Concepts, Theories and Methods, pp. 9-34, Amsterdam: Amsterdam University Press.
Glick Schiller, Nina, 2004, “Transnationality”, en Nugent, David y Vincent, Joan (eds.), A Companion to the Anthropology of Politics, pp. 448-447, Oxford: Blackwell Publishing.
Goodman, Roger, 2008, “Afterword: marginals, minorities, majorities and migrants--studying the Japanese borderlands in contemporary Japan”, en Murphy-Shigematsu, Stephen y Willis, David Blake (eds.), Transcultural Japan: At the Borderlands of Race, Gender, and Identity, pp. 325-333, Londres y Nueva York: Routledge.
Ishi, Angelo Akimitsu, 2008, “Between privilege and prejudice: Japanese-Brazilian migrants in ‘the land of yen and the ancestors’”, en Murphy-Shigematsu, Stephen y Willis, David Blake (eds.), Transcultural Japan: At the Borderlands of Race, Gender, and Identity, pp. 113-134, Londres y Nueva York: Routledge.
Linger, Daniel Touro, 2001, No One Home: Brazilian Selves Remade in Japan, Stanford: Stanford University Press.
Reyes-Ruiz, Rafael, 2010, “Latino Transnational Culture and Identity in Greater Tokyo”, en Nobuko Adachi (ed.), Japanese and Nikkei at Home and Abroad: Negotiating Identities in a Global World, pp. 165-185, Nueva York: Cambria Press.
Sasaki, Koji, 2008, “Between Emigration and Immigration: Japanese Emigrants to Brazil and Their Descendants in Japan”, Senri Ethnological Reports 77: 53-66.
—, 2009, “Moral mobility: Return in the Japanese community in Brazil 1908-1955”, The Newsletter (International Institute for Asian Studies) (50).
—, 2013, “From Breakdown to Reorganization: The Impact of the Economic Crisis on the Japanese-Brazilian Dekassegui Migration System”, Comparing Regional Perspectives of Transnational Sociology: North America, Europe and East Asia, Hitotsubashi University [working paper].
Satoshi, Kamata, 2008, “Japan's Internship Training Program for Foreign Workers”, The Asia-Pacific Journal (29).
Stanlaw, James, 2006, “Japanese Emigration and Immigration: From Meiji to modern”, Adachi, Nobuko (ed.), Japanese diasporas: unsung pasts, conflicting presents, and uncertain futures, pp. 35-51, Londres y Nueva York: Routledge.
Tsuda, Takeyuki, 2006, “Crossing ethnic boundaries: The challenge of Brazilian Nikkeijin return migrants in Japan”, en Adachi, Nobuko (ed.), Japanese diasporas: unsung pasts, conflicting presents, and uncertain futures, pp. 202-216, Londres y Nueva York: Routledge.
Willis, David Blake, 2012, “Difference and Dissidence in Transcultural Japan: Frontline/Border Posts of Escape and Circulation”, Pan-Japan (1-2) 8: 1-47.



[1] Es relevante el gran esfuerzo ejercido por los japoneses desde la era Meiji por distinguirse de otros pueblos asiáticos y situarse a sí mismos en un nivel equivalente a los occidentales, resultado que sirvió como base del nacionalismo y la colonización. Como luego se verá, los propios nikkei también llevan a cabo prácticas que pretenden separarlos de los japoneses.
[2] Es evidente, pues, que en un momento histórico determinado un modelo interpretativo sustituye al otro, quedando, por tanto, los portadores del modelo ya en desuso atrapados o explicados artificialmente por el otro: los japoneses, sin ser de color amarillos tenían que acabar siéndolo.
[3] Sí podría llamarse así hasta 1990, cuando la mayoría de japoneses residentes en Brasil que iban a Japón eran issei (Ishi, 2008: 120).
[4] Es significativo recordar que en aquella época, la era Taisho (1912-1926), emigrar era considerado como un cosmopolitismo imperial incipiente, el cual afirmaba que no por el hecho de residir en otro país se dejaba de ser “japonés”, sino todo lo contrario: el emigrante en cuestión era considerado pionero del nuevo desarrollo japonés en el exterior (Sasaki, 2009).
[5] Esta división no es fortuita, sino que tiene su origen en el tipo de asentamientos de emigrantes japoneses en Brasil. En un primer momento existían dos formas de emigración: un grupo que fue a trabajar a las plantaciones de café para volver rápidamente tras acumular cierto capital, y otro grupo que estableció pueblos bajo el auspicio del gobierno japonés. Lógicamente, las motivaciones iniciales de estos colectivos influirán todo el desarrollo posterior hasta hoy en día. Adachi (2006) lleva a cabo un análisis etnográfico detallado acerca de los diversos distritos que se formaron tras la finalización de los contratos en las plantaciones, donde el trato no difería del de los esclavos, y cómo esas diferencias modificaban las percepciones y las prácticas de cada grupo.
[6] Un ejemplo sería la gran llegada de japoneses a Estados Unidos y Canadá a comienzos del siglo xx. Los locales vieron a estos nuevos inmigrantes como miembros de clase trabajadora y desesperados por encontrar trabajo, a pesar de que entre ellos había estudiantes y diplomáticos (Stanlaw, 2006).
[7] Es el caso de los japoneses que emigraron a Brasil, quienes acabaron considerándose y todavía se consideran clase media, a pesar de la disparidad de perfiles sociales y económicos.
[8] De hecho, las causas de esta emigración ya han sido externalizadas, puesto que existe un interés estatal, equivalente o no, más allá del personal o comunitario. Además, el hecho de elegir Brasil como destino es consecuencia de las políticas antijaponesas estadounidenses.
[9] Es notable la observación de Sasaki cuando dice que: “Es incluso paradójico que, en Brasil, los trabajadores nikkeijin son vistos como poseedores del carácter japonés. La encuesta [realizada por la Cámara Japonesa de Comercio en Brasil, en la cual 65 empresas japonesas en Brasil contestaban a preguntas relacionadas con el trabajo de los nikkeijin en general y los ex dekasseguis en particular,] atribuía a los nikkeijin virtudes tales como las de ‘trabajadores’ (kinben), ‘honestos’ (seijitsu/shōjiki) y ‘puntuales’ (jikan ni seikaku), tradicionalmente asociadas con los inmigrantes japoneses en Brasil” (Sasaki, 2013: 13).