Las dimensiones política y de género en
La mitad del hombre es la mujer
de Zhang Xianliang
Si el sexo está reprimido,
es decir, destinado a la prohibición, a la inexistencia y al mutismo, el solo
hecho de hablar de él, y de hablar de su represión, posee como un aire de
trasgresión deliberada. (Foucault, 1977: 3)
Introducción
En
este breve trabajo llevo a cabo un análisis de la novela La mitad del hombre es la mujer (Nanren de yiban shi nüren男人的一半是女人)
(1985) del autor chino Zhang Xianliang 张贤亮 (1936-) desde el punto
de vista de las relaciones de género. Primero, presento el contexto literario y
la estructuración de las relaciones de poder en el periodo en que se inscribe
la obra. Segundo, resumo el argumento de la obra y presento las temáticas que
se pueden extraer. Tercero, realizo un análisis de la obra centrándome, por un
lado, en las causas políticas que provocan la emasculinización del
protagonista, y segundo, en las causas políticas que provocan una actitud misógina
en este personaje y que revierten en su esposa. Por último, recojo algunas
conclusiones.
Contexto
literario y relaciones de poder en la década de 1980
Se
podría decir que todas las obras artísticas nacen como consecuencia de unas
circunstancias espacio-temporales concretas, y la novela La mitad del hombre es la mujer de Zhang Xianliang, lejos de ser
una excepción, solo se entiende como respuesta a una coyuntura política,
social, económica y cultural marcada por el fin del maoísmo y la apertura
económica y relajación cultural en China liderada por Deng Xiaoping desde
finales de los 1970. En relación al análisis literario centrado en las
relaciones de género de este trabajo, considero pertinente recordar
sucintamente el contexto literario y las relaciones de poder que se observan en
este periodo histórico.
En cuanto al plano literario, La mitad del hombre es la mujer forma parte de una serie de obras que
empezaron a publicarse desde 1977 y a lo largo de los 1980 incluidas bajo la
etiqueta de “literatura de cicatrices” (shanhen
wenxue 伤痕文学).
La temática principal de esta tendencia literaria gira en torno a los traumas e
injusticias sufridos —principalmente en relación a intelectuales, artistas y
funcionarios— como consecuencia del estado permanente de revolución maoísta.
Sin embargo, si bien estas obras se hacen eco de la deshumanización del
individuo que supuso este periodo, lo cierto es que no acaban de realizar una
crítica directa a la causa revolucionaria ni al Partido Comunista Chino. Este
hecho se observa sobre todo en los finales de las obras, teñidos con un claro
optimismo a pesar de las penurias sufridas generalmente por los propios autores.
De este modo, se puede decir que esta literatura no deja de justificar y
encajar dentro del discurso dominante (Prado-Fonts et al., 2008: 17-18). En un plano más general, la década de los
1980 significó un periodo de fiebre cultural y emancipación intelectual iniciado
simbólicamente en 1979 con el Cuarto Congreso de Escritores y Artistas
impulsado por Deng Xiaoping. No sólo las formas, el lenguaje y las temáticas
literarias se diversificaron, sino que también se produjo un nuevo boom de traducciones de literatura
occidental, especialmente de filosofía y teoría cultural.
En cuanto a las relaciones de poder,
y siguiendo a Fang (2004), en este periodo existía una analogía de lucha de
poder, por un lado, entre el estado-partido y los intelectuales, y por otro
lado, entre los hombres intelectuales y las mujeres, siendo la primera figura
de cada relación quien controlaba y la segunda figura quien estaba controlado
(estas relaciones se ejemplificarán con el análisis de la obra de Zhang
Xianliang). Es precisamente el desempoderamiento de los intelectuales por parte
del estado-partido durante la revolución lo que situará a los hombres de este
grupo en el centro de estas relaciones de poder. Sin embargo, mientras que los
hombres intelectuales resistían y se rebelaban en contra del estado-partido, no
serán conscientes, a su vez, de que su actitud para con las mujeres será
esencialmente la misma suerte de control que ellos mismos padecían. Se observa,
pues, una rearticulación de la tradicional jerarquía de clase y género en China.
Argumento
y niveles temáticos de la obra
En
este apartado resumo sucintamente el argumento de la obra en relación al
análisis posterior y saco a colación los principales temas que se plantean.
El protagonista, Zhang Yonglin (representación
del propio autor), es un intelectual de treinta años jefe de brigada de un
campo-reformatorio al norte de la provincia de Ningxia. En 1966, al comienzo de
la Revolución Cultural, Zhang tiene su primer encuentro con Huang Xianjiu, mujer
divorciada dos veces y también prisionera, pero en su caso por haber mantenido
relaciones sexuales extramatrimoniales. Debido a que Zhang ha pasado la mayor
parte de su juventud entrando y saliendo de prisiones y campos-reformatorios,
todavía no ha tenido ninguna experiencia sexual con mujeres. En este primer
encuentro, Huang se está bañando desnuda en un canal de agua, de ahí que Zhang
se quede estupefacto, siendo para él casi una experiencia iniciática. Ocho años
más tarde, ambos personajes vuelven a encontrarse en una granja estatal y
acabarán casándose tras el cortejo y petición de matrimonio por parte de Zhang.
Sin embargo, éste no tardará en descubrir su impotencia sexual, siendo acusado de
“medio-hombre” por su esposa. En consecuencia, Huang sentirá una gran frustración
que derivará en una relación extramatrimonial con Cao Xueyi, el secretario del
partido de la granja estatal. Un día, Zhang realizará un acto heroico que
salvará a todo el pueblo de una inundación provocada por el desbordamiento de
un río, ya que él es el único que sabe nadar y puede reforzar la orilla del
canal. Con esta situación, donde las relaciones jerárquicas se diluyen y es él
quien acaba tomando todas las decisiones, Zhang saldrá reforzado emocionalmente
y, tras volver a casa y recibir los cuidados de Huang, ambos comprueban que su
impotencia ha desaparecido, convirtiéndose así en un “hombre real” y pudiendo
cumplir con sus obligaciones como marido. Finalmente, y ante la sorpresa de
Huang, Zhang acaba divorciándose y huye de casa alegando la infidelidad de
Huang y sus obligaciones políticas para con el país.
A mi parecer, si bien el tema de la
sexualidad y el sexo se encuentra en la superficie argumental de la novela,
existen, al menos, dos niveles más. Por un lado, e íntimamente ligado con lo
anterior, se observa un nivel de crítica política en contra de la brutal
opresión física y psíquica del régimen comunista. Con el totalitarismo que
experimentó el país los intelectuales sufren una castración tanto en un sentido
físico como creativo. Por otro lado, y en un nivel mucho más implícito, es
posible realizar una lectura centrada en la opresión de la mujer a través de la
figura de Huang.
Así pues, y teniendo la sexualidad y el sexo como elementos
vehiculares, paso a analizar en los siguientes apartados los efectos de la
persecución política en las relaciones de género de la novela a través de los
personajes de Zhang y Huang.
Política
y emasculinización
Durante
el maoísmo, la idea de felicidad estaba totalmente vinculada al proyecto mismo
de la revolución, de ahí que se pueda pensar que resultara imprescindible una
suerte de autodestrucción para alcanzar una autorrealización personal. La
sublimación del deseo se canalizaba del individuo al discurso del partido, del
id al superego. La felicidad, pues, solo podía provenir de la elevación del
colectivo sobre el individuo, del proletariado sobre la burguesía, del
ascetismo sobre el hedonismo, y del fervor revolucionario sobre la satisfacción
material (McGrath, 2009). Con el fin del maoísmo esta sublimación se revertirá,
y es precisamente en este contexto donde se sitúa la reflexión de Zhang
Xianliang. (Más allá del modo en que el sexo es sublimado por la política, es
importante aquí, como luego analizo, la reacción precisamente del reprimido.)
Zhang Yonglin no experimenta stricto sensu este tipo de patología
debido a su oposición ideológica del partido, sin embargo, precisamente por
este desencaje ideológico, y sobre todo por su condición de intelectual, el
protagonista sufre las consecuencias de la represión si cabe aún más resultando
en su emasculinización o castración. En la primera parte de la novela se
desprenden las causas políticas de este hecho.
En primer lugar, la privatización de
las necesidades sexuales básicas. Los prisioneros en la novela no tienen ningún
tipo de acceso a mujeres reales y el campo-reformatorio no es sino una celda
compuesta por hombres: “Presas y presos estábamos completamente separados.
Hasta tal punto que los presis casi habíamos olvidado la existencia de estas
presas a nuestro lado” [p. 62]. La única forma que tienen éstos de aliviar sus
necesidades pasa por flirtear de forma brusca y animal con algunas mujeres que
se encuentran al paso cuando pasan cerca de sus pueblos, si bien, como confiesa
Zhang: “Aquí el amor no existía; sólo el puro deseo fisiológico…” [p. 83]. Además,
en la novela tampoco se menciona la homosexualidad ni la masturbación precisamente
porque en China son comportamientos inmorales que van en contra de la piedad
filial y por lo tanto tabú. Existe una clara relación, pues, con la
equiparación foucaultiana entre discurso y poder: “Policía del sexo: es decir,
no el rigor de una prohibición sino la necesidad de reglamentar el sexo
mediante discursos útiles y públicos” (Foucault, 1977: 17). O también cuando
Marcuse dice que la civilización, como forma establecida y aceptada de conducta
social, hace sentir culpables a los reprimidos por sus impulsos (1983: 85).
En segundo lugar, la asexuación de
las mujeres también contribuye a la emasculinización del protagonista. Este
cambio en la apariencia de las mujeres se racionalizaba por parte del partido
al considerar la belleza como una reminiscencia burguesa que debía ser
denunciada y erradicada. Zhang dice
sobre las mujeres que “Se habían convertido en animales cuyo sexo sólo no
sabrías distinguir, y por ello más feas que los propios presos. Ellas ¿qué
eran? ¿Eran mujeres? Lo de «mujer» sólo era un concepto que la costumbre había
añadido a su cuerpo. No tenían cintura, no tenían pecho, no tenían nalgas […]
no dejaban de mostrar una tosquedad de hembra salvaje” [p. 64]. Si bien la
asexuación de las mujeres afectaba a los hombres del campo-reformatorio, que la
situación de ellas era incluso peor que la de ellos va de lo suyo, ya que, además
de la privatización sexual, sufrieron una transformación de su apariencia y un
proceso de insensibilización en su actitud.
En tercer lugar, y estrictamente
relacionado con la forma de vida de los intelectuales como Zhang, la novela da
cuenta del desasosiego cultural e identitario continuo que experimenta el
protagonista. Como dice el propio Zhang: “La civilización no es más que una
cuerda que mantiene al hombre atado; hace que todas las necesidades que tienen
su origen en la propia naturaleza humana se vuelvan tan complicadas, tan deseables
y al mismo tiempo inalcanzables. Más me valdría ser como esos vulgares presos
campesinos. Pero también me felicitaba a mí mismo por haber recibido esa
educación, pues la civilización es lo que me distingue de los animales…” (p.
79). Zhang parece anhelar esa unión entre mente y deseo propia de los demás
presos (y de los animales), sin embargo experimenta una mezcla de sufrimiento y
orgullo por pertenecer a la clase intelectual: “Cuando se es un preso, lo mejor
es no abrigar ninguna ilusión sobre la vida; yo sí las abrigaba y de ahí mis
cuitas” (p. 83). La vida en el campo-reformatorio se limita a las necesidades
básicas de hambre y sexo, no obstante, en este último aspecto Zhang trata de
distinguirse del resto —para quienes el sexo pasa a ser el objetivo de su
supervivencia en lugar de un medio para ella— substituyendo los comentarios
vulgares de sus compañeros por fantasías sobre las mujeres basadas, por
ejemplo, en los cuadros de Picasso. Con todo, estas fantasías también le privan
del pensamiento intelectual. La politización de la impotencia y la consecuente
pérdida de creatividad intelectual se la acabará recordando sarcásticamente a
Zhang un caballo castrado —uno de los varios alter ego con los que Zhang mantiene conversaciones en su
imaginario— de la granja estatal: “Tú lo sabes perfectamente: ¿por qué los
hombres nos castran? Porque quieren despojarnos de toda creatividad, para poder
manejarnos. De no castrarnos, tendríamos nuestra propia voluntad libre, a
menudo se vería que somos más inteligentes que vosotros, y entonces ¿cómo
podríais dominarnos?” (p. 189).
En cuarto lugar, el aislamiento al
que están sometidos los presos es diametralmente opuesto a la ambición de Zhang
como intelectual por conocer los asuntos políticos que acucian al país.
Paradójicamente, permanecer encerrado en el campo-reformatorio le aparta de la
brutal persecución y represión que se vive fuera y le otorga un relativo alto grado
de libertad: “en el campo-reformatorio se podía poner en práctica el principio
«que cada cual despliegue todas sus capacidades […] era un verdadero reino
independiente»” (p. 26). Esto no significa que parte de esta sensación de
libertad en realidad no esté recubierta por un esfuerzo obligado de autodefensa
o incapacidad de rebelarse en contra del sistema, lo cual de alguna forma recuerda
al personaje literario de AQ de Lu Xun (1921).
Por último, la ubicuidad y fusión de
la política con el gran deseo sexual de los presos hace que todo en sus vidas
quede sexualizado y politizado. Por ejemplo, algunas de las citas de Mao Zedong
adquiere nuevos significados sexuales: “Somos —— comunistas,/ ¡Como ——
semillas!” (p. 39). Además, y de forma inversa, la política entra hasta en lo
más privado de los individuos: “¿No influiría acaso el ambiente [en mi impotencia]?
¿No habría tal vez un obstáculo psicológico? Aprovechando un momento en que
ella no estaba en casa, tapé aquellos cadáveres amontonados en desorden [que
aparecían en las hojas de diario que colgaban en la pared] pegando
silenciosamente encima de ellos otra hoja de periódico” (p. 175).
Política
y misoginia
Como
he comentado más arriba, la novela presenta problemas y tensiones a través de
la sexualidad, pero bajo esta capa se observa una persecución política,
consecuencia de la emasculinización de Zhang, y sus derivaciones —en un nivel
mucho más profundo— en forma de lucha de poderes que pueden observarse en su
matrimonio. A continuación destaco los elementos de misoginia que, a mi parecer,
se observan entre estos dos personajes.
Para explicar por qué y cómo reproduce Zhang la represión a
la que él mismo está sometido, considero valiosa la relación que hace Fang
(2004) entre el hombre intelectual chino durante los años de revolución y su nostalgia
de la masculinidad tradicional representada por el modelo del junzi君子.
Este término, que literalmente quiere decir “hijo del rey” o “hijo del
gobernador”, inicialmente hacía referencia a un “miembro de la clase alta”, es
decir, simplemente indicaba un estatus. Más tarde, será Confucio quien le añada
otras connotaciones y junzi pasará a
referirse a una persona con grandes conocimientos y un alto nivel moral, siendo
sinónimo de “verdadero hombre”, “hombre superior”, “noble”, etc. Estas
cualidades, a su vez, debían asistir a los gobernadores para dirigir el país.
A veces Confucio también utilizaba indistintamente el
término shi 士 en su lugar, término que inicialmente
hacía referencia a “oficial”, “caballero” u “hombre”, en contraposición a la
mujer. Con la llegada de la dinastía Han (206 a.n.e.-220), la idea de shi pasó a relacionarse con la política
por dos motivos: la institucionalización del confucianismo y la entrada en
vigor del sistema de exámenes imperiales, siendo importante sobre todo desde la
dinastía Tang (618-907). Los shi,
pues, estudiaban para convertirse en junzi,
que a la vez tenían la responsabilidad de servir al país. Este sistema de
exámenes finalmente fue abolido en 1905, pero la conciencia política y la
pertenencia de grupo, inseparables del sentimiento de responsabilidad y
superioridad respecto al resto de la población, estaban tan arraigadas que los
intelectuales posteriores todavía conservarán ese deseo de supremacía social.
Esta
idea de junzi, por otro lado, nunca se
expresa con un con género particular en el discurso de Confucio. Sin embargo, y
como apunta Kam Louie, “Confucio nunca se presenta en compañía de mujeres [...]
Si una mujer alabara un seguidor de Confucio bajo sus pies, solo sería para conseguir
el éxito de sus hijos en los exámenes” (Louie, 2002: 46). Para Confucio,
incluso si una mujer tiene las cualidades de un junzi, ésta no podía llegar a serlo nominalmente: “El rey Wu, a su
decir, tenía diez hombres de buen gobierno. El Maestro Kong dijo: «Los grandes
talentos escasean, ¿no es así? Comparada con [las soberanías de] Yao y Shun
juntas, aquélla de [de Wu] era de gran abundancia. [Aun así, Wu no tuvo a su
servicio más que diez hombres capaces, mejor dicho] sólo nueve, pues había una
mujer»” (Confucio, viii: 20).
Así
pues, parece obvio que el protagonista de La
mitad del hombre es la mujer comparte, o al menos ambiciona, las
características propias del junzi en
su ambición política por salvar al país (sacrificando su matrimonio), en sus
formas y su abstinencia sexual, y en su heroicidad.
Con
este breve esbozo del significado de la figura del junzi y su relación con el intelectual contemporáneo, paso a
analizar la relación entre Zhang y Huang a lo largo de la novela.
A modo
general se puede decir que la obra no narra el camino de Zhang por recuperar su
potencia sexual, ya que nunca antes la había descubierto, sino por recuperar su
estatus social como intelectual, de reconocerse y ser reconocido como tal. La
diferencia en el camino para recuperar este estatus arrebatado, bien sea real o
ideal, en relación con el de llegar a ser un junzi estriba precisamente en la necesaria presencia o no de la
mujer: el junzi, según Confucio,
prescinde de ella, pero para Zhang ésta deviene un requisito indispensable,
como se infiere del propio título de la novela. La paradoja es evidente: para
Confucio la castración a la que ha sido sometido Zhang nunca sería un
impedimento para convertirse en junzi,
sin embargo su idea de intelectual es ulteriormente confuciana.
Esta
odisea particular de Zhang para recuperar su estatus tiene a Huang a la vez
como pasaporte y víctima. A continuación presento algunos de los factores que
ejemplifican esta idea. En primer lugar, la mujer sólo representa un
complemento (desechable) para que Zhang recupere la masculinidad. El
protagonista, pues, no se diferencia de los demás presos en cuanto a la
necesidad sexual a pesar de considerarse un intelectual. Aún más, cuando Zhang
se queja de la asexuación que sufren las presas en el campo-reformatorio, no lo
hace por la desgracia de éstas, sino porque su ideal femenino no se corresponde
con la realidad. El evento más claro que ejemplifica este hecho es el primer
encuentro con Huang bañándose desnuda en el arroyo. Zhang se horroriza ya no
sólo de lo que ve, sino de su propio deseo sexual y, por ende, de su verdadera
masculinidad. Es decir, Zhuang conoce/recupera su potencia sexual, pero la
mujer real “tal y como es” queda sacrificada. Esta sensación también la
experimenta de alguna forma al ver a las otras presas: “El estómago, de pronto,
se me revolvió, y un líquido ácido mme subió por la garganta. Volví la cara. No
podía seguir mirando. Iban a destruir la atracción que yo sentía hacia el sexo
femenino, mi interés por las mujeres, y aun las esperanzas que en la vida tenía
depositadas” (p. 65).
Para
completar su remasculinización Zhang acabará contrayendo matrimonio con Huang,
pero cuando esta descubre su disfuncionalidad no duda en recriminárselo e
incluso comete adulterio. Esta condición de “macho eunuco” es equivalente a la
de “mujer” en tanto que ambas se incluyen en de la categoría de xiaoren 小人 (ser humano inferior) dentro del discurso confuciano. Esto lleva a
Zhang a identificarse con héroes trágicos y mártires como Jesús, Hamlet y Sima
Qian. Es decir, pasa de ser un simple hombre castrado a identificarse con
grandes héroes: “Cuando me volví a enderezar para arrojar una nueva gavilla al
caballón, de pronto tuve la sensación de haber crecido, como si fuera el héroe
de una tragedia. Miré a mi alrededor a todos aquellos presos que, doblado el
espinazo, escardaban los campos, y como cuando Jesús, crucificado en el
Gólgota, miró a los dos bandidos a derecha e izquierda y declaró: «Yo soy el
Hijo de Dios», también a mí me inundó una gran compasión nacida del sentimiento
de mi superioridad espiritual” (p. 30). Este pensamiento se llevará a la
práctica con el acto audaz que salva al pueblo de la inundación. No obstante,
lo que realmente propicia la recuperación de su sexualidad no es este hecho per se, sino la compañía sexual de Huang
esa misma noche. Una vez recuperada su “identidad”, Zhang debe encontrar su
“lugar” como intelectual, de ahí que acabe por marcharse. Sorprende, pues, que
cuando Zhang es impotente, Huang le rehúsa; mientras que cuando recupera la virilidad,
es éste quien quiere deshacerse de ella. En conclusión, se observa cómo el
interjuego de deseos sexuales es una lucha de poderes que finalmente no está
determinada por el talento de Huang, sino por la potencia sexual, o ausencia de
ella, de Zhang.
En
segundo lugar, Huang se convierte en un obstáculo para Zhang una vez éste recupera
su masculinidad. Huang ha sido vital para esta recuperación, pero sólo en
parte, ya que psicológicamente y políticamente todavía sigue estando castrado. Desde
este momento, la repulsión de Zhang hacia ella crece en contraposición a la
atracción que existía inicialmente. Sin embargo, y de acuerdo a la moral del
buen intelectual, éste no puede abandonarla de cualquier forma. Para ello le
hace falta una justificación que, paralelamente, marcará simbólicamente su
recuperación total. Para Zhang, el adulterio de Huang; su ambición política,
que puede incomodar a Huang; el control de Huang a través de su capacidad para
delatar su pensamiento político; y su sospecha de que Huang lo está
arrinconando cada vez más a un rol familiar, se convierten en motivos
suficientes para acabar con el matrimonio.
Con el
primero de estos pretextos se implica de forma indirecta que Huang hubiera
cometido adulterio sea Zhang o no impotente, ya que de hecho no es la primera
vez que lo hace. Sin embargo, esta acusación recuerda que precisamente es ella
quien no depende de él para mantener intacta su subjetividad. Esta fortaleza, a
pesar de que Huang posee las características esperadas por un hombre, es considerada
de forma negativa por ser demasiado asertiva y calculadora. No es, a fin y al
cabo, la mujer dócil que espera un marido patriarcal.
En
definitiva, Zhang debe divorciarse de Huang para acabar de construir su
masculinidad, ya que ésta no se puede articular mediante la interrelación con
la mujer de acuerdo a las doctrinas confucianas. Es decir, por un lado, Zhang
trata de recuperar lo que la política de la revolución le ha quitado, pero por
otro lado, su obstinación por identificarse con el modelo (confuciano) del
intelectual hace que Huang sufra doblemente las consecuencias de la política.
En
tercer lugar, la opresión de la mujer es añadida de forma equivocada a la
opresión política. La igualdad de derechos durante la revolución sin duda puso
en peligro la supremacía del hombre tal y como éste se pensaba a sí mismo bajo
una perspectiva confuciana. Aquí se encontraría precisamente el error de Zhang
al culpar a Huang de su insatisfacción. No importa ya cuán buena esposa sea
Huang, sino la distancia que hay entre ambos. Este pensamiento tan dogmático
olvida por completo que la mujer, a pesar de la igualdad de derechos, también
estaba —si cabe aún más que el hombre— fuertemente oprimida. Por su puesto,
nada de esto se dice en la novela, ya que Zhang es un reflejo autobiográfico
del propio autor. Más bien lo contrario: mientras que las relaciones de Zhang
con los miembros del partido son harmoniosas y fácilmente restaurables —como la
buena sintonía con el secretario del partido Cao incluso después de mantener
relaciones sexuales con Huang—, no lo son así las relaciones con su esposa: “En
este punto, conocí por experiencia que existe una presión más terrible que la
presión social, a saber, la presión familiar” (p. 196). Huang no sólo pasa a
ser el terreno donde se libra la batalla política y la venganza de Zhang, sino
que una vez recuperada/conocida su masculinidad también se convierte en su
enemigo.
En
cuarto lugar, y desde el punto de vista literario, Huang pasa de ser una mujer
dulce a un objeto de condena sin que su voz pueda influir lo más mínimo en el
desenlace de la novela. Lo único que importa es que Zhang pueda lograr con
éxito su objetivo de volver a su estatus “natural” de intelectual cueste lo que
cueste. Huang debe sacrificarse para ello, por él, y finalmente para el país
entero, ya que, en definitiva, este último objetivo es universalmente mucho más
importante que su propia satisfacción personal. La novela, o mejor dicho, el
propio autor, nunca se cuestiona que la mujer pueda de hecho participar efectivamente
en estos objetivos, ni tampoco que tácitamente siempre sea ella la que se tenga
que acoplar, con todo lo que ello pueda suponer, a la causa. El autor, pues, es
portavoz sólo de una mitad de la humanidad, dejando sin subjetividad a la otra.
Conclusiones
La
audacia y el mérito de Zhang Xianliang por ser el primer autor chino en emplear
los recursos del sexo y la sexualidad directamente como armas políticas y
tópicos serios dentro de la literatura china es más que remarcable. Sin embargo,
el autor no acaba de dirigir o concretar su crítica al partido comunista y
acaba utilizando inconscientemente a la mujer (Huang) como cabeza de turco.
Además, es evidente que todo el
proceso por el que tiene que pasar el protagonista de la novela, Zhang, no
resulta en un éxito completo únicamente por haber recuperado su sexualidad
robada: como he tratado de demostrar, la opresión política que sufre Zhang
canaliza en forma de opresión familiar, siendo finalmente esta última la que
más le acabará preocupando al protagonista. De todos modos, y más allá de la
forma, el intento de Zhang por cambiar la política del país no es baladí. Es
cierto que sería lícito culpar directamente a este intelectual de su actitud
misógina, sin embargo no cabe olvidar que precisamente él es heredero de un
modelo (junzi) confuciano configurado
a lo largo de muchos siglos. Por lo tanto, la crítica hacia Zhang no debería
centrarse en su ambición, sino en su modo de operar.
Finalmente, es curioso observar cómo
el protagonista a pesar de recuperar su masculinidad —siendo para ello
imprescindible la ayuda de su esposa— todavía no acaba de “completarse”, ya que
todavía le falta por satisfacer sus necesidades psicológicos y políticos. En
cambio, su esposa siempre se ha mantenido invariable con o sin hombres, de ahí
que si bien se pueda estar de acuerdo con el título de la novela, es decir, la
dependencia del hombre para con la mujer, el mismo autor pone en duda que “la
mitad de la mujer sea el hombre”.
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