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2013/11/21

La primera gran llegada de chinos a Europa occidental: los Cuerpos de Apoyo Chinos durante la Primera Guerra Mundial







La primera gran llegada de chinos a Europa occidental:
los Cuerpos de Apoyo Chinos durante la Primera Guerra Mundial


            Introducción
Los orígenes de la diáspora china, en un sentido amplio del término, se remontarían hasta la misma formación del propio imperio. Entre los destinos de esta diáspora, Europa occidental ha sido, a fecha de hoy, el más tardío y su volumen diaspórico no tiene más que una dimensión marginal respecto a otras regiones del mundo. El inicio de este nuevo flujo migratorio con un nivel relativamente considerable y constante cabe situarlo grosso modo en la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, existe una incipiente y comúnmente desatendida fase migratoria. Este trabajo se ocupa de uno de los grupos protagonistas de esta etapa inicial: los trabajadores chinos contratados por los países aliados (Francia y Reino Unido[1]) durante la Primera Guerra Mundial en el periodo 1916-1921, oficialmente denominados «Cuerpos de Apoyo Chinos» (de ahora en adelante CAC). Esta experiencia migratoria está doblemente marcada por su dureza y su escaso reconocimiento, de ahí que merezca ser evocada de nuevo.
           

Una mirada en perspectiva: fase histórica, políticas migratorias, orígenes y destinos

Si bien la periodización de las fases de la diáspora china varía según el punto de vista con que se analice, siguiendo a Beltrán (2004), la presencia de trabajadores chinos en Europa durante la Primera Guerra Mundial se podría enmarcar en una tercera fase (1840-1930)[2] caracterizada, en términos generales, por ser el mayor éxodo de mano de obra de la historia ―también conocido como «tráfico de culíes», si bien no se limita exclusivamente a esta categoría―. El factor clave que impulsó la salida de trabajadores chinos (huagong 华工) fue la derrota de China ante las potencias coloniales y su corolario inmediato: la firma de tratados desiguales. En consecuencia, la apertura forzada de puertos al comercio exterior trastocó sobremanera la economía tradicional, lo cual comportó un empobrecimiento general y dio pie a guerras internas como la de los Taiping (1850-1865). A nivel exterior, esta gran salida se explica, primero, por la necesidad de mano de obra barata por parte de las potencias coloniales para el desarrollo de la economía de plantación, la minería y las grandes obras públicas de infraestructura, y segundo, por las fiebres del oro que surgieron en California, Australia, Rusia y Sudáfrica. Este tipo de trabajadores, la mayoría varones y sin especializar, salían de China tras la firma de un contrato de trabajo con empleadores chinos o a crédito con las compañías marítimas extranjeras. No obstante, los engaños y las pésimas condiciones durante el viaje y la jornada laboral poco diferían de las que se sufría bajo la esclavitud que justamente se acababa de abolir en la mayor parte del mundo. Así pues, los chinos se convirtieron en la alternativa perfecta a los esclavos africanos.
            En cuanto al gobierno chino, la posición tradicional, bien sea a través de leyes, mediante una ideología determinada o simplemente por pura negligencia, para con aquellos que emigran no ha determinado de forma decisiva su movimiento, si bien es cierto que lo ha condicionado y  explicado en mayor o menor grado. Es preciso, por lo tanto, analizar aquellas políticas migratorias tanto en origen como en destino (estas últimas ya explicitadas sucintamente).
            En China, a modo general, tras siglos de ambivalencia con respecto a la figura del emigrante[3], no será hasta la dinastía Ming (1368-1644) cuando se decrete una política antimigratoria que durará, con periodos de más o menos relajación, hasta su abolición formal en 1893, ya al final de la dinastía Qing (1644-1911) (de ahí que los contratos de culíes eran a priori ilegales).
Será en el siglo XIX cuando se produzca una incongruencia, ocasionada por la intrusión de las potencias coloniales, que, en cualquier caso, marcará el inicio de la preocupación del imperio por la protección de sus compatriotas en el extranjero: si por un lado éstos eran criticados de hanjian 汉奸 [漢奸] («traidores a los han») o zhuzai 猪仔 («cerdos»), por otro lado el gobierno tomó conciencia del maltrato a que estaban expuestos[4] a través de informes y misiones diplomáticas, así como de aperturas de representaciones consulares[5]. La Ley de Nacionalidad de 1909, basada en el principio de ius sanguinis, reforzará ―más tarde retomada por el Partido Nacionalista en 1929― la visión del emigrante como «patriótico» hasta la llegada al poder del Partido Comunista Chino.
            Finalmente, es preciso destacar que los trabajadores chinos que colaboraron con los aliados en la guerra no procedían de los orígenes migratorios tradicionales, concentrados en focos muy específicos de las provincias litorales de Fujian y Guangdong, cuyos emigrantes y la descendencia de estos ocuparían un 90 por ciento del volumen diaspórico actual (Beltrán, 2003, 2004b), sino mayoritariamente de la provincia de Shandong (flujo migratorio relacionado, como luego se verá, con la ocupación colonial de la zona). Asimismo, el destino de estos trabajadores en Europa occidental (principalmente Francia y Reino Unido) tampoco fue el «habitual» si se observa que al comienzo del siglo XX la diáspora china estaba concentrada casi en exclusiva (un 90 por ciento; a mediados del siglo XIX casi en su totalidad) en el sudeste asiático (Beltrán, 2004b: 27).


            Tipología de los CAC: perfiles, contratos y motivaciones

Los aproximadamente 140.000 CAC reclutados en Europa occidental (100.000 por el Reino Unido y 40.000 por Francia[6]) durante la Primera Guerra Mundial, provenían, como se acaba de indicar, principalmente de la provincia de Shandong[7], la mayoría de los cuales correspondían al perfil de varón, de origen campesino, empobrecido y analfabeto[8], aunque de acuerdo a otras fuentes, entre sus filas también se incluían estudiantes, pequeños oficiales desempleados y aquellos que se habían graduado con títulos de bajo nivel a través del sistema de exámenes imperial, abolido en 1905 (Bailey, 1998: 64).
Esta llegada, aunque no se tradujo en una estancia prolongada, sí supuso un impacto de inmigración china nunca antes visto en Europa occidental. Si se toma el caso del Reino Unido (Inglaterra y Gales), se observa cómo la llegada de alrededor de 100.000 chinos en tan solo tres años (1917-1920) fue extraordinaria si se compara con los 78 que había en 1851, los 202 en 1871, los 582 en 1891 y los 1.319 en 1911 (censo estatal, citado en Benton y Gomez, 2008: 51), la mayoría de los cuales eran marineros (Beton y Gomez, 2008: 24-25). En Francia, por su parte, en el año 1911 había censados apenas 283 chinos (censo estatal, citado en Guerassimoff, 2003: 136). En este país estos residentes temporales se caracterizaban por su heterogeneidad socioeconómica y profesional: estudiantes, intelectuales, vendedores ambulantes, profesionales, periodistas, diplomáticos, comerciantes, dueños de restaurantes, podólogos y trabajadores de la seda en Dieppe y la soja en París (Live, 1991, 1998: 97).
            Los contratos de los CAC estaban, en principio, limitados a cinco años con la garantía del viaje de retorno tras su expiración (si bien podían permanecer en el país, aunque en ese caso no recibían el dinero del viaje de vuelta), regulaciones que esbozó con mucha anterioridad el gobierno Qing en respuesta a las peticiones de reconocimiento de mano de obra migrante por parte Francia y el Reino Unido ya en 1860 (Yen, 1985). Asimismo, existían dos razones principales que impulsaron este reclutamiento por parte de China. La primera, el entusiasmo del presidente Yuan Shikai a la demanda francesa de trabajadores en 1915 en aras de mejorar la posición de China en la comunidad internacional en cuanto se redactase una conferencia de paz, sobre todo para contrarrestar las ambiciones de su principal enemigo, el Imperio japonés, quien se había apoderado de las concesiones de Alemania en Shandong al declararle la guerra a este en condición de aliado británico. Y la segunda, el programa cultural y social que gestionaban intelectuales chinos en Francia, instalados ya desde principios de siglo, junto con los dirigentes del Guomindang. El más destacado de estos intelectuales fue Li Shizeng (1881-1973), quien pretendía formar una vanguardia de mano de obra «civilizada» que contribuyera a difundir técnicas industriales y, en general, a reformar la sociedad china tras su retorno  (Bailey, 2008: 6-12). El proceso de negociación entre Francia y Reino Unido y el gobierno del Guomindang no estuvo ausente de contratiempos[9] (e incumplimientos, como más tarde se observará), si bien no impidieron el reclutamiento por lo mucho que se jugaban todas las partes.
            Finalmente —y visto el desarrollo de los hechos no es baladí el orden de exposición—, es preciso mencionar las motivaciones de los propios trabajadores chinos. Como se ha dicho más arriba, las condiciones en China eran muy duras, sobre todo por la pobreza y el hambre que se pasaba. Así pues, alistarse a los cuerpos de apoyo era una buena oportunidad no solo para obtener comida, vestimenta, alojamiento, luz, combustible, tratamiento médico y transporte gratuito tanto en el viaje de ida como de vuelta, sino que también suponía recibir un estipendio mensual de 5,40 dólares para la familia de los trabajadores que se quedaba en China (Gull, 1918). A pesar de estos beneficios, en un principio los trabajadores chinos se mostraron reacios a acercarse a los centros de reclutamiento, pero finalmente la aprobación tácita del gobierno chino les inspiró confianza (Griffin, 1973: 63).
            Una vez dentro de estos centros, a los trabajadores chinos se les despojaba, se les lavaba y se les cortaba su coleta. Pasaban, acto seguido, a hacerse una revisión médica. Si la superaban, firmaban el contrato de trabajo ―por lo general con una huella dactilar, debido al gran número de analfabetos entre los candidatos―, se les daba un número de identificación que, aparte de constar en la documentación, siempre estaba visible en una placa adherida a una cadena soldada que hacia las de pulsera. Si, por lo contrario, la revisión no se superaba, se les tatuaba una pequeña cruz en la muñeca izquierda y se les pagaba el viaje de vuelta a casa (Gull, 1918).


            El viaje de China a Europa y las experiencias laborales

Las travesías fueron largas y peligrosas[10], además de muy variadas (rodeando África, a través del Canal de Suez y cruzando el Atlántico vía Canadá[11]), principalmente por el patrullaje marítimo alemán[12] y la escasez de barcos a disposición.
Una vez en Europa, las experiencias también fueron diversas. Algunos hicieron un «alto» en Folkestone, ciudad de vacaciones costera del sureste de Inglaterra que pasó a convertirse en el mayor punto de tráfico marítimo del país, para construir refugios militares durante el verano de 1917 (Carlile, 1920: 195, citado en Frey, 2009: 45).
De cualquier modo, la gran mayoría sirvieron en la costa norte de Francia y Bélgica. Al llegar, fueron divididos en grupos y cada uno elegía un «capataz» como líder, cargo que, si bien era recompensado con algo más de dinero, muchos trataban evitarlo por su poca gratificación. Los CAC convivían segregados tanto de los campamentos aliados como de los de otros trabajadores del resto de nacionalidades. Trabajaban diez horas diarias cobrando un franco (19,30 dólares), seis o siete días a la semana, con raciones de comida diarias que constaban de media libra de arroz, otra carne o pescado deshidratado, y otra de verduras, así como media onza de té y otra de aceite (Griffin, 1973). No existía la baja por enfermedad y, si esta se prolongaba más se seis semanas, los familiares en china dejaban de percibir la paga mensual automáticamente (Bailey, 1998: 64).
            Los CAC no tardaron en ser calificados de «intelectualmente inferiores» (Griffin, 1973: 92). Como se ha dicho, la mayoría provenía del campo, pero los problemas estaban causados principalmente por las barreras lingüísticas. Sin embargo, los británicos pronto se dieron cuenta de las habilidades de algunos de ellos. En 1918, los CAC ya estaban gestionando sus propias tiendas de reparación de camiones y motos, herrerías, talleres de pintura, etc. Las tareas más comunes de los CAC ―que según sus contratos de trabajo no podían involucrarse en «operaciones militares», aunque no por ello evitaban la instrucción en artes marciales― eran las de cargar y descargar barcos, cavar trincheras, instalar vías de ferrocarril, cocinar, construir barracones, fabricar munición e inhumar a los soldados muertos[13] (Live, 1998: 98).

           
Entre el etnocentrismo y la empatía

El gobierno chino consideró el acuerdo con los Aliados como una forma de promocionar la entrada de China a la comunidad internacional con un trato de igual a igual, pero los CAC raramente fueron tratados como iguales por sus empleadores (Xu, 2011: 38). Más bien su estancia en Europa estuvo marcada por una fuerte discriminación, particularmente, por parte de los militares británicos. Por otro lado, la Young Men’s Christian Association (YMCA), una de las mayores y más antiguas ONG del mundo, fundada en Londres en 1844, ayudó en gran medida a que su día a día fuera más llevadero.
            Más allá de las barreras lingüísticas y los malentendidos que estas ocasionaban[14], el trato de los oficiales británicos y americanos (que habían «alquilado» 10.000 CAC a los franceses) fue exagerado en muchas ocasiones[15]. Aunque hubo algunas excepciones. Se dice que hubo un oficial británico que sabía un poco de chino y los trataba con amabilidad, y que cuando fue transferido a otro campamento los CAC que habían trabajado con él le acompañaron a la estación de tren como muestra de agradecimiento (Frey, 2009: 48). Otros problemas evitables tenían que ver con una incomprensión cultural. Por ejemplo, la insuficiencia de arroz y agua caliente para el té, tener que comer carne de caballo, no poder celebrar los días festivos chinos, etc. Entre otros problemas cabe destacar las múltiples huelgas y protestas por sus condiciones laborales ―lo cual desmiente el presumible carácter dócil de los chinos que muchos artículos de diario del momento estereotipaban― y que, debido a que no podían salir de los campamentos por las noches, los chinos pasaban muchas horas apostando y, por lo tanto, peleándose[16].
            Los franceses, en cambio, trataron a los CAC de forma más humana. Estos no los confinaban a sus campamentos, sino que a menudo condecían permisos para visitar poblaciones francesas, habitantes de las cuales acabaron por apreciar el esfuerzo y la dedicación de los chinos.
            Sin embargo fue la YMCA quien mejor trato proporcionó a los trabajadores chinos. Esta organización se había establecido en China en 1895 ganándose el respeto de los nativos allí a donde iban, de ahí que los CAC los aceptaran de buen grado. Además, incluso había estudiantes chinos que en ese momento se encontraban por Europa y se unieron a la YMCA para apoyar a sus compatriotas (Wang, 2009). Esta ONG, entre otras actividades, estableció una red de 140 cantinas destinadas a los CAC, operó en muchos de sus campamentos y trabajaron como abogados, traductores, mentores y confidentes, enseñaban a escribir cartas, daban clases de inglés, geografía e historia europea, proyectaban cine y organizaban eventos deportivos, musicales y teatrales. Al principio, británicos y franceses sospechaban de las acciones de los miembros de la YMCA por el miedo a que estos extendieran el anarquismo entre los CAC o que les impulsaran a hacer aún más huelgas, pero finalmente acabaron por aceptar su importante labor (Wang, 2009: 331).
No cabe olvidar, de todas formas, el carácter proselitista de la YMCA. Sus miembros estaban convencidos de que tras el retorno de los CAC a China estos expandirían la palabra de Dios y el espíritu cristiano allende fueran. Aún más, los británicos también vieron la oportunidad de mejorar su prestigio internacional manteniendo su apoyo a la YMCA (Griffin, 1973: 225-226).


            Los CAC tras la Gran Guerra: retorno/permanencia y no reconocimiento

Una vez concluida la guerra[17], los CAC fueron muy poco reconocidos en comparación con otras nacionalidades con procedencias coloniales. Además, fueron los últimos en ser repatriados. Las tropas norteamericanas tuvieron prioridad ante la escasez de barcos, y los aproximadamente 140.000 CAC (sin olvidar otros 50.000 más en Rusia) fueron retornando a un ritmo de 6.000 trabajadores por mes. Los que todavía no podían volver, mientras tanto, continuaban trabajando en Francia debido a la escasez de mano de obra[18], aunque no precisamente en labores poco peligrosas. Entre ellas se incluían el reconocimiento de proyectiles[19], la recuperación de fragmentos de metal aprovechables y los servicios de entierro. En 1919 todavía quedaban 50.000 CAC, y los últimos 60 en ser expatriados lo hicieron en marzo de 1922, siendo la inscripción de nombres en las tumbas en Francia de sus compatriotas su última labor (Griffin, 1976).
Con todo, fueron muchos los que se quedaron, ya sea porque no encontraron un barco para volver, porque querían un salario mejor o porque simplemente no querían volver a China por el momento. La mayoría se quedó en Francia, aproximadamente 3.000 de ellos (Pairault, 1995: 25-28), probablemente por el evidente maltrato de los oficiales británicos. Estos, al igual que aquellos que gravitaron hacia Londres o Liverpool[20], por lo general se entremezclaron con las comunidades chinas preexistentes, bien sea para obtener trabajo directo a través de ellos o como simple estrategia de supervivencia.
El saldo de muertes totales, ya sea por ataques enemigos, accidentes o enfermedades[21] no se sabe con exactitud, si bien oscila entre los 2.000 (Bailey, 1998: 65) y los 10.000, según la fuente que se consulte. En el continente europeo, los CAC están enterrados en pequeñas secciones de cementerios distribuidos a lo largo de Francia y Bélgica, siendo el situado en Noyelles-sur-Mer el mayor con 842 tumbas[22]. Además, en 1925, la Asociación General de Trabajadores Chinos en Francia, establecida en 1919 y que pasaría a representar a aquellos que se quedaron tras 1922, exigió al gobierno francés reconocimiento a las víctimas mediante la construcción de un monumento conmemorativo. En el Reino Unido algunos fueron enterrados en el Shorncliffe Military Cementery, cerca de Folkestone, y otros en Plymouth (Parker, 1995: 56).


            Conclusiones

A través del repaso de las experiencias de los CAC y de lo que ello significó dentro de la historia de la diáspora china, se pueden extraer una serie de características que distinguen y particularizan este flujo migratorio en relación a los que le habían precedido. (1) El gran volumen de emigrantes chinos en una región geográfica «nueva» como lo fue Europa occidental; (2) los orígenes no históricos de este flujo migratorio, principalmente la provincia de Shandong; (3) una emigración impulsada y gestionada por el estado chino, lo cual entró directamente en contradicción con las anteriores políticas migratorias; (4) el carácter temporal de la mayoría de los CAC, lo cual resalta el origen y los objetivos en que se basaron tal experiencia; y (5) la presencia previa del Otro (potencias coloniales) dentro del propio territorio como catalizador de la salida. Con todo, el etnocentrismo por parte de los europeos junto con el poco peso de movimiento migratorio dentro de la historia de la diáspora china hacen que los protagonistas de esta historia queden relegados a un papel más que secundario en la memoria histórica de ambos territorios.
            Más allá de estas particularidades a nivel histórico, resaltan en este relato las diferentes estrategias de los huagong que ponen de manifiesto su agencia dentro de un proyecto, como se ha visto, ideado y dirigido desde la cúpula del Guomindang. Si bien podían imaginarse la dureza del trabajo y los peligros potenciales que podrían encontrarse al vivir y trabajar en países en medio de una guerra, muchos no toleraron actitudes peyorativas, amenazas y maltratos por parte de los oficiales.


Fuentes consultadas:

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[1] Rusia también reclutó a un número elevado de trabajadores chinos (50.000), sin embargo no se tratará en este trabajo puesto que se centra en el movimiento migratorio hacia Europa occidental.
[2] La primera fase (hasta el siglo XVI) la protagonizan principalmente monjes budistas y comerciantes; la segunda (siglo XVI-1840) tiene que ver con la aparición de comerciantes occidentales principalmente en el sudeste asiático, de ahí, aunque no únicamente, el gran aumento del número de asentamientos chinos formados principalmente por comerciantes (huashang 华商) en esta región (Beltrán, 2004a).
[3] Este fenómeno se explica, en parte, por una paradoja que se encuentra en la misma base de los valores confucianos. Por un lado, el confucianismo hace hincapié en la agricultura y desestima el comercio, es decir, proclama una sociedad no basada en el crecimiento económico, sino en la satisfacción de las necesidades humanas básicas, y prioriza la piedad filial, tarea que no puede realizar aquel que está ausente físicamente (Beltrán, 2003a: 54). Y por otro lado, la presión demográfica en zonas cultivables y herencia a partes iguales por los hijos varones, así como factores externos como invasiones o desastres naturales hacen que «la migración, en definitiva, [sea] una estrategia doméstica de supervivencia familiar» (Beltrán, 2004: 29), si bien ello no conduce al abandono de los valores y prácticas confucianas, imprescindibles, asimismo, para la supervivencia y pervivencia de las familias.
[4] Un ejemplo que ilustró la no pasividad de los culíes chinos fue el caso del Anais, un barco que transportaba trabajadores chinos a Cuba que en 1857 fue descubierto destrozado cerca de Macao. Supuestamente, los chinos que viajaban a bordo se rebelaron, mataron a todos los marineros y dirigieron la embarcación como pudieron hasta la costa de Guangdong para dispersarse y volver a sus lugares de origen (Centre d’Archives d’Outre-Mer 126 [1097], citado en Bailey, 2008: 5)
[5] Resultado de este interés por la figura del emigrante es precisamente la denominación que se acabó adoptando a finales de siglo. Así pues, los súbditos chinos fuera del imperio pasaron a llamarse huaqiao 华侨, con toda la carga performativa que ello implicaba: mientras hua marcaba el mantenimiento y cultivo de la sinidad, qiao definía al emigrante por su carácter transitorio. Este trato fue utilizado indistintamente tanto por el gobierno Qing como por los republicanos de acuerdo a sus agendas políticas respectivas.
[6] A modo de ejemplo, los chinos fueron la mayor nacionalidad en número de trabajadores que empleo el gobierno británico, seguido de indios, sudafricanos, egipcios y caribeños de las Indias Occidentales Británicas. El gobierno francés, en cambio, reclutó en el periodo 1916-1917 a 36.941 (el 5,6 por ciento de un total de 662.000) (Horne, 1985: 59), constituyendo, así, la cuarta nacionalidad que más contribuyó. Los españoles, con 230.000 reclutados (34,7 por ciento), encabezaron la lista con una amplia diferencia.
[7] Por ejemplo, de acuerdo a los datos aportados por el Ministro de Guerra francés en 1922, 31.409 trabajadores chinos provenían del norte de China (Shandong, Hebei, Hubei y Anhui), 4.024 del sur, 1.066 de Shanghai y 442 de Hong Kong (Bailey, 1998: 64).
[8] En el caso de Francia, se dice que el índice de alfabetismo era de solo un 20 por ciento en el momento del reclutamiento, aunque en 1920, este había subido a un 38 por ciento como resultado de clases organizadas por aquellos que eran estudiantes (Chen Ta, 1940).
[9] El gobierno francés, si bien había empezado las negociaciones a través del Ministerio de Exteriores, en última instancia será el Ministerio de Guerra, a través de la llamada «misión Truptil», quien llegó a alterar de forma unilateral parte de lo anteriormente pactado con China, hasta el punto de no reclutar a más trabajadores chinos a principios de 1918 y de no querer, inicialmente, remunerar a los CAC por su «baja calidad» (Xu, 2005: 120-122). El acuerdo se cerró el 14 de mayo de 1916 con la Compañía Huimin, una corporación aparentemente privada, pero que en realidad estaba dirigida por el ministro Liang Shiyi, lo cual provocó las protestas de los alemanes. Los centros de enrolamiento se efectuaron en Tianjin, Qingdao y Pukou.
Los británicos, por su parte, creyeron inicialmente que no necesitaban de mano de obra china, ya que ellos mismos se consideraban muy superiores. Sin embargo, las serias derrotas y el gran número de víctimas que sufrieron en el verano de 1916 les hicieron cambiar de opinión a principios de 1917. Así pues, el gobierno británico pretendió contratar a chinos del sur desde Hong Kong, pero la diferencia de climas entre ambos territorios hicieron que el reclutamiento se llevara a cabo finalmente en Weihaiwei, ciudad portuaria británica (1890-1930) del noreste de Shandong. El alistamiento, a diferencia de Francia, lo gestionaron directamente los británicos a través de agentes chinos para evitar potenciales conflictos internacionales.
[10] La primera salida por parte de barcos franceses, a bordo del Empire, zarpó de Taku con destino a Marsella el 10 de julio de 1916 con 1.700 trabajadores chinos y llegó en agosto. El Teucer, el primero de los navíos británicos, lo hizo en enero de 1917 de Weihaiwei con destino Le Havre, con 1.083 tripulantes chinos, llegando primero a Plymouth en abril (Summerskill, 1982: 2, 24, citado en Frey, 2009: 44).
[11] En este país, los CAC fueron tratados más como prisioneros que como Aliados (Xu, 2011).
[12] El 24 de febrero de 1917, un barco francés, el Athos, fue torpedeado por un submarino alemán, lo que provocó la muerte de 543 chinos y el pánico de aquellos que estaban a medio camino (Gull, 1918).
[13] La falta de mano de obra en Francia hizo que algunos CAC acabasen trabajando en el campo. Los franceses pronto vieron que las técnicas de cultivo chinas doblaban la producción y pronto los británicos pensaron en contratar a un grupo de trabajadores chinos, aunque las necesidades en el continente eran mayores, así que acabaron por abandonar el plan (Lewis, 2005: 112-113).
[14] Por ejemplo, cuando un oficial angloparlante escrutaba a los trabajadores chinos «Let’s go!», estos lo relacionaban con una frase china relativamente homófona que significa «sucio perro muerto», lo cual provocaba su ofensa (Frey, 2009: 48).
[15] Lo fueron incluso para con aquellos compatriotas que estaban más en contacto con los CAC, condenándolos, por ello, al ostracismo. No obstante, muchos de los oficiales que se encargaron de dirigir a los CAC desarrollaron una empatía hacía ellos por su gran dedicación no solo al trabajo, sino en actos tan humanos como arriesgar la vida para ayudar a ciudadanos británicos que estaban en peligro ante ellos (Frey, 2009: 51).
[16] En estas trifulcas se llegaba incluso al asesinado. Los británicos ejecutaron a diez chinos como castigo (Frey, 2009: 49).
[17] Las consecuencias de la guerra para China son bien conocidas. La Conferencia de Paz de París (1919) y el Tratado de Versalles (en vigor en enero de 1920) no supusieron la derogación de los tratados desiguales del siglo XIX ni el retorno de la soberanía china en Shandong, lo cual provocó un profundo malestar. Más allá de la desafección que significaron estas resoluciones en China, es interesante el relato de Peter (1919), quien rescata el testimonio de un CAC que decidió dejarse crecer de nuevo la coleta. Este hecho muestra cómo, a través del trato que trabajadores como él recibieron durante la guerra, el malestar de los tratados y la desconfianza en los Aliados ya era más que evidente en los campamentos de trabajo.
[18] De acuerdo al contrato de los CAC, estos debían permanecer hasta seis meses más, si era necesario, tras el final de la guerra. La ambivalencia residía en el hecho de que nunca se llegó a aclarar si este coincidía con el inicio las negociaciones de paz o con la firma del tratado final.
[19] Algunos CAC perdieron la vida en este tipo de trabajos, sobre todo cuando confundían las granadas de mano con otro tipo de artillería.
[20] Es remarcable que el gobierno británico no reconociera a los chinos que residentes tras la guerra, ya que solo tenía en cuenta aquellos que yacían bajo tierra propia (Benton y Gomez, 2008: 28).
[21] Los fríos inviernos franceses, la humedad y las pésimas condiciones de higiene y salubridad dentro de sus refugios ―donde llegaban a convivir hasta 1.500 personas― hicieron la tuberculosis, la bronquitis y otras enfermedades respiratorias fuesen habituales (Lewis, 2005: 112-113).
[22] De acuerdo con los valores confucianos, es importante que los hijos nunca abandonen a sus padres y a su tierra natal. Para tratar de seguir esta norma, todas las tumbas, hechas de piedra con el nombre, el número de identificación y un breve epitafio, de los CAC miran hacia el este (Frey, 2009: 47).